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El Coronel sí tiene quien le escriba

El Coronel sí tiene quien le escriba
(Por Olga Contreras)

-¡Cállense de una puta vez!- gritaba el coronel y la voz se le rasgaba y las lágrimas desesperadas se tropezaban unas con otras por sus marchitas mejillas y nadie lo oía porque no había nadie más en la vieja casa que se deshacía como migajas de pan tieso. El polvo mohoso acumulado por más de cuatro lustros -desde que le dieron de baja con honores- se esparcía en pequeñas nubes cada vez que aullaba como chucho herido y esas heridas lo hacían desenfundar su pistola vacía de balas pero llena de momias que veinte, treinta y hasta cuarenta años después se aparecían una a una, día a día a reclamarle su adelantadamente cruda partida, fruto de su halar del gatillo.

Todo este limbo maldito entre alucinaciones palpables y fantasmas con datos de identificación había comenzado hace unos doce años cuando recibió una carta del hijo de uno de los caídos a sus pies. Muchas veces tuvo que estudiar bajo la lupa la desgastada fotografía que le habían adjuntado, antes de poder recordar esa muerte que le reclamaban. Sí, había muerto chillando, clamando piedad en nombre del hijo que ahora lo había encontrado y día a día aquel mierda huérfano lo llenaba con recuerdos ajenos, con historias de pobrezas vividas, de una orfandad miserable, de torturas iniciadas por él mismo.

Al abrir la llave del agua, no se puede evitar que salga el chorro. De la misma forma, al recibir él aquella primera carta, brotaron como retoños bastardos los recuerdos de las vidas acabadas por su pulso y desde entonces se debatía entre almas penitentes que día tras noche le reclamaban y se aferraban a él como náufragos en medio del mar, pero sus quejidos tenían efecto de lastre y lo arrastraban si remedio al fondo de los infiernos en vida.

No se explicaba cómo, pero día a día, sin falta, con la misma puntualidad del amanecer, aparecían en distintos lugares de su casa las cartas llenas de voces acusadoras y así pasaron las semanas y se convirtieron en meses y los meses en llanto sordo, en expiación vívida, hasta un jueves que su liberación llegó en forma de sobre y dentro de éste: una sola bala del mismo calibre de su revólver. Hay cosas que no cambian nunca, ayer y hoy la justicia se hizo por la propia mano del coronel.

3 comentarios:

  1. Olga. Mis respetos. Marco este cuento como uno de mis favoritos. Excelente. Excelente. Me encantó, lo leeré y releeré.

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  2. gracias Olga,
    muy actual e inmortal al mismo tiempo
    ¡y que estilo!

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  3. Te digo Olga, este estilo te queda genial!!

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