variopinto

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El círculo

El círculo
Por Fabiola Arrivillaga


Cuando sea grande, pensaba la semillita, seguramente me convertiré en una ceiba enorme y frondosa.  Estaba allí, solita, bajo el cobijo de varias capas de broza, esperando las primeras gotas de lluvia de mayo.  Meditaba, soñando la gloria, la fama y la grandeza.

Perdida en sus cavilaciones se encontraba cuando apareció una lombriz de tierra, que la saludó amablemente.  ¡Qué linda semillita!¡Qué redonda, uniforme y brillante es tu apariencia!¡Enhorabuena, futuro de estos bosques!  La semillita se sintió una reina, digna de semejantes elogios. ¡Hola!, le respondió, ¿quién eres?, ¿qué eres?, ¿qué haces aquí, en mi refugio?  Paciente y delicada, la lombriz explicó a la semilla que era un importante arquitecto de túneles, delgadísimos y tan largos como la seda del gusano.  ¿Para qué los haces?, la cuestionó.  La lombriz, desconcertada, no supo explicarle.  Nada más los hago, le dijo, me deleita imaginar que he dejado un intrincado sistema de comunicación por el que, quizás, transiten ejércitos de seres diminutos, más pequeños que tú y yo, ordenadísimos, blanquísimos, con una cresta roja, o anaranjada, o violeta.  ¡Eso!¡Sí!¡Violeta!¿Los imaginas, semillita? Marchan rítmicamente, ordenadamente. ¿A dónde van?, preguntó curiosa. La lombriz guardó silencio, pensativa.  ¿A dónde van esos ejércitos tuyos?  ¡Já!¡Es muy simple y tú lo has dicho!, respondió el bicho. ¡Me siguen a mí!¡Son mis soldados!¡Já!¡Si es que yo soy muy importante!¡Soy el gran arquitecto de los túneles subterráneos, mejor que las hormigas y los hombres! ¿Y de quién te defienden?¿O de qué?¿Para qué necesitas un ejército? A eso sí que no encontró respuesta, por lo que la lombriz se escurrió entre la oscuridad hacia tierras más profundas, dejando a la semillita con la duda.

Muchos minutos pasaron desde la desparición de aquella extraña criatura hasta que un brillo intenso puso en alerta a la pequeña semilla. ¡Vaya belleza!, exclamó sorprendida ante el verde fluorescente que se encendía ante ella. ¿Qué eres?¿Quién eres?¿Qué haces en mi refugio?, preguntó. ¿Tu refugio?¿¡Tu refugio, has dicho!?¡Éste ha sido mi hogar desde que fuí un huevo!¡Aquí me convertí en larva y aquí he crecido!, respondió ofendido aquel ser de luz. Pero nunca me dí cuenta de tu existencia, replicó la semillita. Yo tampoco, dijo la otra, pero es lógico; me encontraba preparándome para una misión suprema, más importante que todo lo importante, y no tenía cabeza para fijarme en tí. ¿Qué eres? Aún no me has dicho, continuó la semilla.  ¡Soy una estrella!¿No lo ves?¡Una estrella! La semillita vibró intensamente, exclamando maravillada ¡ya no me acuerdo de las estrellas! No las he visto desde que caí en la tierra para convertirme en ceiba.  Pues yo no tengo tiempo de explicarte nada, ni de hablar contigo, repuso la luciérnaga, debo subir al cielo y brillar junto a las demás.  ¡Qué importante eres!¡Qué magnífica estrella!, admiró la semillita al vanidoso insecto.  Pero ya había partido tierra arriba, dejándola tan sola como antes se encontraba.

El tiempo, verdadero villano y verdadero héroe de todas las historias, siempre triunfador, continuó su curso por la vida contenida en aquel pequeño tesoro que aseguraba se convertiría en el árbol más grande, el más frondoso.  Nadie volvió a visitarla, sólo un intenso dolor que no comprendía, luego otro más, luego el crujiente sonido de su cáscara al caer.  Y sintió frío por un instante, pero pronto una caricia conocida recorrió su ser. ¿Era el sol, acaso?¿Era la vida?¿Sería ya una ceiba?¡Seguro que sí!

Airosa y ufana, la otrora semillita y ahora plantita sacudía una pequeña hoja de tierno verde esmeralda al extremo de su escuálido tallo, sintiéndose un árbol.  Pasados un par de días, el dolor volvió pero ya no le importaba.  Una florecita blanca, con el centro de un intenso color amarillo, brotó en una ramita joven.  No tardaron en llegar las mariposas, las tortolitas y las abejas obreras, a besar con delicadeza el rostro de aquella nueva fuente de miel; la plantita, otrora semillita, se sintió tan feliz que olvidó sus sueños de grandeza.  Ya no pensaba siquiera en ser ceiba, ser flor le gustaba mucho, mucho más.

6 comentarios:

  1. Precioso relato. Algo tuve que pasar por alto porque no comprendí el por qué del título: el círculo. Un abrazo!

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  2. Tal vez el círculo de la vida?. Fabiola me gusta, es como un cuento chino de esos que guardan sabiduría. Gracias.

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  3. Muy lindo. Fabiola, ¿cuándo haces un libro de cuentos infantiles? Hacen mucha falta en Guatemala! Y tú tienes un gran don para ello.

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  4. Lo mismo pienso, es un muy buen cuento infantil.

    Manuel Chocano

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  5. Gracias a todos por sus buenos comentarios...no se si voy a lograr postear este comentario, porque llevo varias semanas sin conseguirlo...=(. Igual y qué maravilla contar con nuevos amigos en el blog!!
    Por lo del cuento sí, efectivamente, lo pensé para niños. ¡Qué bueno que resultara! Gracias, muchá.

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