variopinto

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Papacito

Papacito
Por Nicté Walls


Yo no quería ser madre soltera...
Adriana se arremangó la blusa y extendió el brazo a la doctora de bata blanca que esgrimía una enorme aguja "ya es tarde para decir eso eso ¿no crees?" respondió la médica sabiendo que Adriana no le había hablado y se trataba de un comentario expresado en voz alta en un momento de mucha tensión.

La aguja dolía y Adriana se acomodó en la camilla estrecha sin poder dejar de sollozar y temblar, con su peso actual tenía miedo de romper la estructura o caerse, pero una enfermera subió las barandas con lo que su carne se incrustó en los barrotes de acero inoxidable y se sintió aún más miserable y gorda.

La luz de la clínica terriblemente blanca y brillante no dejaba pensar, recordaba las imágenes de películas viejas y las supuestas lámparas de interrogatorio sobre la cara del reo "donde estuviste la noche del 22 de febrero".

Recordó el motel de mala muerte cerca de la zona de tolerancia, las putas se rieron de ella con su carita de niña y su bolsa de colegio de la mano de aquel hombre guapo y adulto, entrando asustada pero decidida, no iba a quedarse sin probar, alguna vez tendría que pasar.

Adriana recordaba el peso, las nalgas firmes que tocó, la sensación asquerosamente rica que la llenó de dudas y los olores desagradables, ante todo las cortinas de flores rojas y el rollo de papel con que se limpió la sangre en la entrepierna. Eso y los ojos de Roberto mientras succionaba sus pechos con un ardor que parecía más de bebé que de amante. luego vendrían las promesas de amor eterno y fidelidad, el compromiso que se asume de ser padre responsable y honrar el posible evento de un embarazo, y luego el silencio y el abandono.

La enfermera chequeó dos veces la aguja, el dolor seguía subiendo por su brazo y los recuerdos azotaban su memoria insidiosos y dolorosos.

El laboratorio de barrio donde se hizo el examen para saber que estaba embarazada tenía una reja blanca y la enfermera casi grita "Adriana está embarazada" mientras le alargaba el sobre que le costó un dinero que no tenía, eso y luego la promesa de Roberto de honrar su compromiso y acompañarla en la tarea "por idiota le creí" piensa, mientras el dolor del brazo le recuerda donde está y las escasas imágenes de Roberto como el padre amoroso que es incapaz de ser la hacen ahogar un gemido de dolor y miedo.

"Terminamos" la voz de la enfermera la regresa a la realidad, retira la aguja con cuidado y ella ve la bolsa llena del líquido rojo que mueve con cuidado para mezclarla "Es un tipo de sangre muy raro señora, que bueno que tienen el mismo".

Adriana camina despacio, agobiada por el peso de su propio cuerpo, en la emergencia un joven agoniza, alguien a quien ha dado la vida y ahora, de nuevo, su propia sangre.

4 comentarios:

  1. Tus cuentos siempre son como piñata de niños...con sorpresa al final.

    Técnicamente creo que un par de guiones hacen falta para diferenciar las voces, pero en la práctica realmente no hacen falta.

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  2. Gusto de volver a leer tus relatos.
    Este es real como la vida misma, sólo me recuerda que: Algunas madres, también son padres. En la dureza de la historia, siento el final como algo hermoso.

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  3. Muy interesante ese estilo de contar con flash-back. Buen cuento.

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  4. Me encantó, me encantó...Hermoso!!

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