variopinto

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Anonimato

Anonimato
(Por Fabiola Arrivillaga)
Editado

Late mi corazón como el de un recién nacido. Se acerca la hora del encuentro. Dijo que llegaría a las 10, después del trabajo. Dijo que iríamos a un lugar muy bonito. Ni palabras dulces ni elogios. Sólo la promesa de volver por mí. No conozco ni su nombre y mi corazón lucha por escapárseme del pecho; el corazón duele, duele.

Duele el corazón y, mientras me maquillo, la sensación de travesura descubierta me invade de golpe. Siento náusea y una extraña movilidad en los intestinos. He olvidado el hambre, el frío, el cansancio. Sólo recuerdo su voz. Faltan menos de dos horas para que vuelva.
Salgo a la calle (él prefiere no entrar al salón) y no es sino hasta ahora que llega la sospecha. No será jinetero, ¿o sí? No estará loco, no será un sicópata, ¿o sí? Lo espero en la puerta del viejo parqueo y comienzo a sentir miedo. Enciendo un cigarro.

Menos de diez minutos para su arrivo. ¿Qué son diez minutos? Poco menos que el tiempo que estuvimos conversando, horas atrás. Mucho menos de lo que me toma llegar al trabajo. Diez minutos fueron necesarios para que mi cuerpo vibrara presa del calor y las hormonas, mientras me perdía en aquellos ojos pardos. Ya no son diez, ni siquiera nueve.
La ansiedad ya es insoportable. No tarda en venir, no tarda. Pronto, la figura escuálida y el andar cansado doblarán la esquina y llegarán hasta mí. El vientre me tiembla, como tiemblan mis manos, mis piernas, mi conciencia. Enciendo el séptimo cigarro de la noche. Espero. Me muero.
¡Ha llegado! Me besa furtivo. Me rapta. Me lleva al cielo. Me niega su nombre, le niego yo el mío. Le llamo Pedro y me llama Antonia. Olvido mis miedos y olvida él los suyos. Me seduce.
Un rayo de sol me acaricia la espalda, luego el rostro. Despierto molesta, con resaca de dignidad dañada. Lo veo. Llace junto a mí, indefenso, desnudo, confiado. No lo beso, no lo toco, me asqueo de mi misma; incluso me descompone la piel, me mortifica el olor de su sudor mezclado con el mío. Me lamento. En silencio, me lavo y me visto. Escapo de su lado. Me pierdo en el día, en las sombras de los edificios, en la urbe. Subo al bus.

Son las seis y media; dijo que a las siete vendría. Ya pasaron doce horas desde nuestra colisión involuntaria en la parada. Yo bajaba y él pretendía subir, pero no lo hizo. Caminamos juntos por la avenida, casi sin cruzar palabras o miradas. Le prohibí mi nombre y me prohibió el suyo. Lo bautizo Gustavo y luego, él, me bautizará Luisa. Mi sangre hierve, mi pecho duele, mi vientre arde. Me seduce su piel canela. Son casi las siete, no hay tiempo para dudas. Son casi las siete y, al igual que ayer, que el antes y que todos los “después”, yo espero.

7 comentarios:

  1. Me gusto la manera de narrarlo en primera persona, creo que tiene mucho ritmo, que uno puede casi imaginarlo, sin embargo el final.. no sé me pareció apresurado, no exactamente bien craneado. Pero la forma de narrar es muy fluída.. te lleva...

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  2. Realmente el final del cuento es un nuevo principio...va pues, prácticamente la chava se dejaba seducir todos los días por un desconocido distinto, por una sensación distinta...

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  3. Creo que luego de tu explicación entiendo ya el cuento y me parece muy interesante. Creo que deberías de tratar de plasmar más en la historia eso que estás queriendo decir, sin ser obvio. No te puedo decir cómo, pero me parece que sería bueno para que transmitás mejor tu mensaje.

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  4. Yo coincido con Quique, entendí el cuento pero me quedó un no se qué al final, como que (un algo que dice Quique) me hizo falta.

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  5. El erotismo del peligro en lo desconocido. Me gustó.

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  6. La seductora fantasía del amante anónimo...

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