"Date prisa y abre tus regalos, y dejame jugar con ellos"
Fobia
El Regalo
(Por Tania Hernández)
Abrí el paquete que me había llegado por correo. Era una caja rosa con un lazo azul. Adentro, envuelto en un papel de china muy fino, se encontraba una preciosa tanga negra, de hilo dental, con un corazón de terciopelo al frente. Acaricié la tersura de la tela, pensando en Caroline. La había conocido la noche anterior, en uno de mis bares favoritos. Después de varias margaritas nos habíamos tomado tanta confianza que empezamos a hablar de nuestras vidas amorosas y terminamos hablando de nuestras preferencias en temas de ropa interior. Mencioné mi gusto por el encaje rojo y ella su adoración por el negro, y mejor aún, si lo adornaba un detalle especial de seda o terciopelo.
El paquete venía con una nota escrita a mano. “Te espero el jueves a las 20hrs. Quiero sorprenderte ofreciéndote las cosas que siempre has soñado. No olvides traer tu regalo”. El lugar donde se esperaba la firma, lo ocupaba solamente una dirección. Nunca antes había asistido a una cita tan misteriosa, pero la sonrisa y los hermosos ojos negros de Caroline valían el intento. Era apenas lunes. Los días y las horas hasta el jueves se me hicieron largas. Llegó el miércoles y, por fin, aunque ya casi había perdido la esperanza de que sucediera, también llegó el jueves. A las siete de la tarde, de ese día tan esperado, aún me volvía loca tratando de encontrar el atuendo perfecto para la cita. Recordando las palabras de Caroline, me decidí por un vestido de seda azul, que tallaba muy sutilmente mi cuerpo, unos zapatos negros de tacón de aguja y una gargantilla de terciopelo negro con una cruz gótica en el medio. Pensé llevar la tanga en la mano, a manera de amuleto, pero deseaba tanto sentirla sobre mi piel, que terminé llevándomela puesta.
Muy nerviosa me encaminé a la dirección que decía la tarjeta. El corazón de terciopelo acariciaba al caminar mis sentidos más íntimos. Eso y las expectativas que me había ido forjando en los últimos tres días sobre lo que haría con Caroline, provocó que al llegar al lugar citado, me embargara una profunda decepción. No se trataba de un café, un bar o siquiera un hotel, como yo había creído, sino de una novísima tienda de lencería. Imaginé entonces a un empleado trabajando sobrehoras para escribir a mano las invitaciones que, como parte de una campaña publicitaria, me habían enviado a mí y a otras miles que se aglomeraban para entrar al recinto. Muy molesta por el engaño pensé en volverme a casa y ahogar, en una botella de vino, la rabia de haber sido timada de esa manera tan insidiosa. Pero, al dar el primer paso de vuelta, sentí que había una buena razón para quedarme. La tanga era realmente muy bonita, y además, se sentía taaaan bien. Mmmm. ¿Habrían más de ese tipo, o hasta más bonitas?
Dos chicos fornidos, bastante guapos, vigilaban la entrada. Uno de ellos me pidió la invitación. Después de quedarme pensando unos segundos, entendí a qué se refería. Con mucha vergüenza y muy sonrojada, pero, lo confieso, también con una cierta picardía, me levanté la parte derecha del vestido, casi hasta la cadera, dejando ver una parte de la tanga que había recibido de regalo. El chico guapo ni se inmutó y solo me hizo una señal para que pasara. Me imagino que no fui la única que tuvo que pasar por ese percance para poder entrar.
La excitación que sentí al ingresar a la tienda y ver toda esa variedad de colores, texturas y hasta sabores, fue casi orgásmica. Quería verlo todo, probarlo todo, sentirlo todo. Exactamente igual que las otras mil chicas invitadas que habían llegado. Mientras intentaba ver, a través de la multitud, las piezas que ofertaban por inauguración, sentí una mano que tocaba mi hombro. Era Caroline. Me dio la bienvenida, me contó que era la dueña de la tienda y me invitó a que fuéramos a “platicar” más tranquilas a su oficina. Ni bien entramos en el elevador me dio una cajita, igual a la que había recibido días antes. La abrí y saqué una braga de encaje rojo. Me susurró al oído – la diseñé yo misma para la ocasión, ¿quieres que me la ponga? -. Yo asentí sin poder hablar. Aunque, de todas formas, era hablar en lo que menos pensábamos ambas esa noche.
El paquete venía con una nota escrita a mano. “Te espero el jueves a las 20hrs. Quiero sorprenderte ofreciéndote las cosas que siempre has soñado. No olvides traer tu regalo”. El lugar donde se esperaba la firma, lo ocupaba solamente una dirección. Nunca antes había asistido a una cita tan misteriosa, pero la sonrisa y los hermosos ojos negros de Caroline valían el intento. Era apenas lunes. Los días y las horas hasta el jueves se me hicieron largas. Llegó el miércoles y, por fin, aunque ya casi había perdido la esperanza de que sucediera, también llegó el jueves. A las siete de la tarde, de ese día tan esperado, aún me volvía loca tratando de encontrar el atuendo perfecto para la cita. Recordando las palabras de Caroline, me decidí por un vestido de seda azul, que tallaba muy sutilmente mi cuerpo, unos zapatos negros de tacón de aguja y una gargantilla de terciopelo negro con una cruz gótica en el medio. Pensé llevar la tanga en la mano, a manera de amuleto, pero deseaba tanto sentirla sobre mi piel, que terminé llevándomela puesta.
Muy nerviosa me encaminé a la dirección que decía la tarjeta. El corazón de terciopelo acariciaba al caminar mis sentidos más íntimos. Eso y las expectativas que me había ido forjando en los últimos tres días sobre lo que haría con Caroline, provocó que al llegar al lugar citado, me embargara una profunda decepción. No se trataba de un café, un bar o siquiera un hotel, como yo había creído, sino de una novísima tienda de lencería. Imaginé entonces a un empleado trabajando sobrehoras para escribir a mano las invitaciones que, como parte de una campaña publicitaria, me habían enviado a mí y a otras miles que se aglomeraban para entrar al recinto. Muy molesta por el engaño pensé en volverme a casa y ahogar, en una botella de vino, la rabia de haber sido timada de esa manera tan insidiosa. Pero, al dar el primer paso de vuelta, sentí que había una buena razón para quedarme. La tanga era realmente muy bonita, y además, se sentía taaaan bien. Mmmm. ¿Habrían más de ese tipo, o hasta más bonitas?
Dos chicos fornidos, bastante guapos, vigilaban la entrada. Uno de ellos me pidió la invitación. Después de quedarme pensando unos segundos, entendí a qué se refería. Con mucha vergüenza y muy sonrojada, pero, lo confieso, también con una cierta picardía, me levanté la parte derecha del vestido, casi hasta la cadera, dejando ver una parte de la tanga que había recibido de regalo. El chico guapo ni se inmutó y solo me hizo una señal para que pasara. Me imagino que no fui la única que tuvo que pasar por ese percance para poder entrar.
La excitación que sentí al ingresar a la tienda y ver toda esa variedad de colores, texturas y hasta sabores, fue casi orgásmica. Quería verlo todo, probarlo todo, sentirlo todo. Exactamente igual que las otras mil chicas invitadas que habían llegado. Mientras intentaba ver, a través de la multitud, las piezas que ofertaban por inauguración, sentí una mano que tocaba mi hombro. Era Caroline. Me dio la bienvenida, me contó que era la dueña de la tienda y me invitó a que fuéramos a “platicar” más tranquilas a su oficina. Ni bien entramos en el elevador me dio una cajita, igual a la que había recibido días antes. La abrí y saqué una braga de encaje rojo. Me susurró al oído – la diseñé yo misma para la ocasión, ¿quieres que me la ponga? -. Yo asentí sin poder hablar. Aunque, de todas formas, era hablar en lo que menos pensábamos ambas esa noche.
atrevido...se antoja
ResponderEliminarUuuufff, qué calor!!! Muy bueno
ResponderEliminarPues chicas, después de escribirlo me quedé con unas ganas de comprarme lencería, que ni les cuento jajajaja
ResponderEliminarGanas de comprar lencería????? Ganas de otra cosa! jajajajajaja
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