variopinto

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Gustavo

Gustavo

Por Manuel Solorzano


Llueve, llueve sobre mojado.

Gustavo viene chiflándole a la camioneta para que lo espere. Cargado de 3 árboles de conocimiento cuyas hojas son más pesadas que el conocimiento que se cae de ellas. “Código procesal penal de Guatemala” se titula uno.

Aún estando en medio del charco logra subir de un salto con la agilidad del más experimentado escalador. Lentes salpicados, pelo despeinado, zapatos empapados, respiración agitada. “Gracias a Dios hay lugar” le dice al chofer con una mano estirada para recibir el vuelto y los ojos puestos en un lugar en la tercera fila que está vacío.

Media hora. Tránsito lento. Vapor humano. La desagradable sensación del frío de la lluvia uniéndose al sudor de la gente. Lentes empañados. Ventanas goteando.

- Qué hora tiene, disculpe. – Le pregunta una señora.

- No tengo reloj. – Responde mientras limpia el vidrio empañado con su mano derecha para que no se descubra la mentira que abraza su muñeca izquierda. Dos cosas había aprendido luego de tres asaltos: que jamás se muestra el reloj y que el ladrón nunca va solo.

“Mi casa tiene cancha de tenis, ¿La tuya?”. Lee tras limpiar el vidrio en un gran rótulo frente a dos árboles que luchan contra el viento. Media sonrisa se dibuja en su boca, dos retortijones invaden su estómago. “¡Un shuco, un shuco!” grita la boca del estomago con una voz de ultratumba que le recuerda el abrir y cerrar del cofre de los recuerdos que hace las veces de planchador en su cuarto. “¡Ni un peso, ni un peso!” Grita su bolsillo donde lo único que hace ruido son dos llaves, una la de la puerta de su casa y otra la del candado del cofre donde guarda, debajo de las fotos de primera comunión, una revista con la primera playmate guatemalteca. Una buena inversión.

- Yo vivía en una casa de esas, sabe? – Le dice a la señora que, sorprendida y sin tener idea de lo que habla Gustavo, voltea a ver a su derecha para asegurarse de que no le hablaba a alguien más.

- ¿cómo dice? – balbucea la señora.

Silencio. Gustavo no dice más pero vuelve a dibujar media sonrisa de la que solo el es conciente y dibuja un ying yang en la ventana.

- Las apariencias engañan – Dice. Dirigiendo sus palabras al más allá, donde tiene fija la vista.

Una hora. Su estomago vuelve a rugir pero esta vez su expresión es distinta. Alguien le dijo una vez: “prefiero comer frijolitos y dormir tranquilo que comer salmón y pasar las noches en vela”.

Llega a su parada. Mientras corre cubriéndose del agua bajo las cornisas de las casas un Pick Up le corta el paso. “¡Mierda!” – dice entre dientes.

Doble cabina, polarizado, aros especiales, “tumba burros”, neblineras y dos gorilas atrás más mojados que Cousteau y con armas dignas de Matrix.

- ¡Subíte Gus!. La voz le es familiar.

- Gracias. – Dice sin verlo a los ojos.

- ¿Hace cuánto lo de tu viejo?

- Tres años – Responde Gustavo sin dejar de ver la escuadra con incrustaciones de oro que lleva como acompañante en el sillón.

- La semana pasada palmamos al último que quedaba. – Dice alguien acurrucado atrás.

- Aquí es mi casa – Dice Gustavo sin dar oportunidad a más.

- Yo se Tavito. Saludáme a tu viejita.

Gustavo se baja si agradecer ni ver a los ojos a nadie. Va directo al cofre, antes de darle una nueva revisión a la playmate busca una foto en donde esta junto a su papá en la primera comunión, justo en la casa club a la par de la cancha de tenis. La vista traspasa la fotografía hasta el más allá, la misma sonrisa a medias. El mismo retortijón.

1 comentario:

  1. Me encantó. Me encantaron las frases del estómago y el bolsillo, me gustó el letrero, la referencia a los asaltos, y la frase geniale "más mojados que Cousteau y con armas dignas de Matrix". Reunes mucho en un solo cuento, pero de una manera ligera. Felicitaciones!

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