variopinto

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Placeres Perversos

Placeres Perversos

Patricia Cortez

Doña Irene era el reflejo máximo de la higiene, rayando en la obsesión, se le podía ver pulcramente peinada y maquillada muy temprano todas las mañanas, no dejaba el baño diario y el proceso de limpieza facial matutino y nocturno habían terminado por darle una piel hermosa.

Cuidaba su alimentación e iba al gimnasio sólo tres veces por semana, para no exagerar; su ropa de colores claros y neutros, a veces con pantalones o faldas marrones y medias sin corridas ni motas, era obvio que tenía varios empleados a su servicio que cuidaban de esos pequeños detalles.

El carro era su tesoro, un Jaguar antiguo cuyo tablero de madera resplandecía y los asientos mullidos de cuero blanco no tenían ni una mancha, era la imagen de la mujer de alcurnia, moderna y elegante.

No permitía que ningún chofer usara su carro, así que sus escasas salidas las hacía sola, con una camioneta atrás, donde viajaban los guardespaldas, casi no dejaba a nadie subirse con ella, era su espacio privado.

Irene tenía un secreto, y había detectado el lugar perfecto para efectuar sus pequeños pecados sin que la vieran, un crucero con poca gente y un semáforo lento se prestaban para eso. Avanzó por la avenida despacio, esperando llegar al crucero sin muchos testigos, detuvo el carro y procedió a insertar un dedo, despacio... aquello le producía un placer extraño, buscaba, hurgaba y tocaba.

Luego, introdujo otro dedo en el segundo orificio... la sensación se apoderó de su cuerpo, aquello era a la vez transgresión, desahogo y placer.

El bocinazo la sacó del trance, tomó un Kleenex y depositó en él los mocos que acababa de sacarse de la nariz, lo puso en la bolsita de basura, se recompuso y aceleró.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho. No sabes si es de higiene o pornográfico hasta que llegas al final. Felicitaciones.

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