variopinto

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Visionoir


Visionoir
Por Rodolfo de Matteis

Estamos caminando en una especie de tundra siberiana, es grandiosa, parece sin fin, céspedes bajos sin árboles, no hay nieve aún si los colores del cielo y de la vegetación son los de la nieve, del frío, del infinito invierno, de los recuerdos de mi niñez en una montaña tan desértica que la llaman la Gran Roca…


Caminamos, somos un media docena de gente, cada quien por su cuenta camina veloz, sin correr, vestidos malamente, con ropa larga, abrigos que parecen los de los homeless norteamericanos, el silencio surreal es roto por las palabras de un hombre que se me acerca a la izquierda y me dice, tenemos dos horas de ventaja apenas, ¡ahí vienen ellos!

No se quien serán los perseguidores ni porque nos van persiguiendo,

lo que es claro en lo que está detrás las palabras de mi compañero de huida es que no podemos permitir que nos alcancen que eso sería terrible, es tanto fría la tundra que el escalofrío que se me sube por atrás casi no lo siento no me da frío no me da calor no me da sudor no me da latido acelerado del corazón pero sí un miedo frío un terror reseco e implacable se apodera de mi mientras pienso pensamientos sin esperanza.

Caminamos, no hay otra, el cielo invernal es grisazul e infinito, las nubes grises y enormes van extraviadas en él, hay viento en las alturas moviendo las nubes, el aire es inmóvil aquí, aire congelado y solo aplastado por el peso de su mismo frío contra la tierra helada crujiente bajo nuestro pasos gimiendo por nuestros zapatos rotos que rompen briznas de hierba del color del hielo sucio.

El escenario cambia, salimos de un bosque y hay un valle frente a nosotros, no hay sol directo a iluminar los árboles los cerros pero si la luz es blanca y limpia y viva y sana y habla de esperanza, yo sé que entrando en el valle seremos al seguro, que ahí nunca llegarán los malditos perseguidores, que se acabó la huida sin sentido, que somos a salvo, que ya

Me despierto en mi cama en el medio de la n

oche con la certeza que no hay chance de seguir durmiendo, que no tiene sentido dar vueltas y vueltas entre las sabanas hasta mojarlas completamente de sudor, que mejor levantarse y ponerse a trabajar. El estomago mío se encuentra vacío y dolido, no cené ayer por demasiado trabajar e hice tarde aún para ver a Nera, quien sabe si me esperó, ella me dijo que saliendo del trabajo tenía algo que hacer pero quien sabe, siempre puede ser que me esperaba aún solo por ver que ahí estuve yo a saludarla a darle este beso en la piel suave de su cuello de princesa amazónica y percibir la presión erótica de sus senos contra este estomago mío que aún de tan vacío que esté no se le puede meter nada adentro ahora por torcido por ansioso de tanto huir. Así que prendo la compu y me meto a traducir una poesía de 15 años atrás en la cual relataba de una experiencia de 10 años más atrás aún, unos de los peores viajes de mi vida; que rara esta palabra “peor” : mientras que lo “mejor” se va con la ollas del tiempo, tan bonito estuvo lo mejor que se disuelve en el mar universal del gozo eterno, lo peor no, y ahí se clavó visión desnuda de mi que alimento el fuego con unas leñas que son mis mismo huesos que cuando voy quebrando y dan un sonido terrible de hues

os que se rompen, y cuando los meto en las llamas que necesitamos para vivir para ver en la noche para calentarnos para cocinar, cuando ahí arden huelen a cadáver a muerto a pira funerarias en las orillas del río Ganga Maha, a las piras de los pobres que no tienen leña de sándalo a perfumar la miseria de su cuerpo de sangre baba y excrementos, las piras de los pobres que tan poquita leña barata le pasa el gobierno que se le acaba el fuego pronto y por la mañana hay perros gruñentes a pelearse una pieza de pierna una oreja, se vuelven pescadores los perros sarnosos que con sus patas flacas sacan del río sagrado una mano un brazo de pobre que ahí viene con vacas enteras o cuerpecitos de bebes, seres tan puros según que no hay que quemarlos y así como fallecieron los tiran al río, la Gran Madre.

Y cuando por fin viene el día encuentra a toda la gente alrededor del fuego a cantar sus tristes cantares reggae que parecen blues por cuanto son tristes y ondean todos con sus guitarras y tambores sus cabezas sus cuerpos ondeantes al ritmo de las ollas del océano ahí en frente y al ritmo de la música triste piden a dios de protegerlos y parecen unos condenados a la felicidad convencidos como son que ganaron la puesta contra los que pensaban que nunca iba a regresar el sol... y no saben que si am

aneció otra vez es solo porqué quemamos nuestros mismos huesos en el fuego repitiendo el antiguo eterno sacrificio de Nanahuátzin que se repite diario a todas latitudes en todos continentes con cualquier color de la piel que tengan los hombres, diferentes colores la piel y el vello pero el mismo olor cuando queman… y ¡horror verdadero! cuando me voy a jalar por la nariz el polvo de los ángeles que suele regalarme tanto bienestar ¡horror! hoy es carne liofilizada lo que se me mete hasta el cerebro es ceniza de pira funeraria es polvo de mis huesos que metí al fuego anoche y sabe a carne a sudor a sangre… ya no hay droga ya no hay beldad… si no que la beldad será esto eterno reciclaje de sangre y esperma y mierda.

Estoy cansado de un pinche programa rebelde de la compu que ya lo había domado una vez pero no me acuerdo como y me da mal de cabeza y agotamiento y que bueno se me caen los parpados así que pueda dormir otra vez antes que suba el sol y me lanzo en la cama y me cubro el rostro con una almohada que al sol no le importa un pito si yo lo quiera o no hoy y se va a subir implacable otra vez y los pájaros van a cantar amanezca yo vivo o muerto, o quiera dormir quizá hasta cuando.

Salgo de un cine en la ciudad en donde crecí, ya destru

ida por el terremoto y recurrida en estos días por zopilotes a Grupos de 8 y de 5 que se quieren juntar para ser trece, pero aquí sigue igual como era antes de los terremotos y de los zopilotes y ahora salgo del Cinema Massimo con su columnas de cantera en estilo fascista, columnas blancas y cuadradas donde cuando niños pegábamos boletos del cine pedidos a los que salían de las funciones, boletos bien mojados en la boca con saliva adolescente para ver si era verdad la leyenda metropolitana que tenían una filigrana de mujer desnuda y había quien la veía y quien no, y yo si yo la vi, aún si solamente una vez. Salgo de este cine y camino rasante las columnas como para esconderme para que no me vean…

LA ENVENENÉ, la señora, un delito perfecto no me pueden acusar, no hay pruebas huellas rastros, nadie puede pensar en mi, y hasta ahora todavía nadie sabe que ella murió, ni sé yo quien era ella, sé solo que la maté, tengo una vaga sensación de que se trate de persona muy bien conocida, o más bien familiar... podría tratarse ¡horror! de mi misma madre mi sangre mi carne mi vida... no sé no lo puedo decir, no acuerdo pero seguramente nadie lo irá nunca a saber. En cualquier caso por primera vez en mi vida maté un ser humano: el plan se desarrolló en mi mente tan de pronto tan claro tan infalible y perfecto que no pude no meterlo en practica que no pude no hacerlo realidad, la perfección

del plan homicida fue tan exacta que sola se hizo realidad. La mejor amiga de la victima sale ahora del cine con una cola de zorro siberiano alrededor de su cuello delgado, la palidez erótica de su rostro es interrumpida solamente por el rojo vivo de sus labios maquillados, sus ojos triste tal vez ya presienten que será acusada del homicidio y que no tendrá chance de defenderse, todas la pruebas son en contra de ella. Un movimiento en mi alma me habla de peligro cuando sufro por ella acusada injustamente, chivo expiatorio de mi culpa asesina y este es el verdadero riesgo: que si sufro por ella pueda yo traicionarme, me espera una vida de mentiras o más bien de silencios y de soledad, cada palabra que diga puede dejar caer un indicio, mi enemigo soy yo mismo. El traidor la espía con la cual me toca de hora en adelante convivir para siempre una interminable vida de sospechas, mirarme detrás la espaldas en la noche, oír los muros confesar con mi misma voz.

No puedo no aguanto subo un camión que ahora sube las vueltas de una carretera perdida en los Himalayas cañones sin fondo puentes suspendidos sobre ríos impetuosos cúpulas de templos de oro sangre de pollos sacrificados que derraman por los callejones de los pueblos señoras enojadas que regañan flacos turistas franceses farmacias desiertas italianos disfrazados de

hindúes hindúes disfrazados de italianos mercados callejeros que invaden el mundo que siempre fue un mercado a cielo abierto la avidez en ojos negros el frío del alma en ojos azules… ¿podrá alguien pensar que partí por culpable?

Camino en una ciudad del primer mundo, el primero a ser jodido por supuesto, me miro atrás, nadie me persigue, pero podría ser, mejor mirar otra vez, con calma y detenimiento pero que no se den cuenta que me estoy cuidando la espaldas, que tema yo de algo, mejor no levantar sospechas, mejor actuar normal. Sudo sudo y se me sube las ganas, ahí al esquina hay el cajón, no sé como lo sé pero lo conozco el cajón, parece un puesto de vendedor ambulante, un puesto móvil, y tal vez alguna vez lo fue, ahora no, ahora esta siempre ahí en la esquina, solamente algunos saben que bajo la rueda derecha hay la llave para abrir el candado y meterse a dentro ¡qué raro! En mis tiempos no se vendían así las drogas, había el narcomenudista que te la vendía, tu pagabas y él te la daba, tan sencillo como comprar papas ¿como pueden confiar ahora que tu de veras pague lo debido y agarre solo lo que pagaste? Son tantos años que no me meto drogas pero hoy si hoy quiero, la gana es más

fuerte de mi soy resignado o mejor dicho resoluto a sangre fría no me importa un pito eso quiero, y abro el cajón, y ahí pongo mi billete de 5 y agarro la cajetilla de cerillos en donde vienen las piezas de 5 pero ahí está la cajetilla de cigarros con las de diez ¡no puedo resistir! agarro una pieza de diez y cierro el cajón.

¡Hay que haber un control, una videocámara! no puede ser tan fácil este self-service de la drogas me parece un poquito incongruente, seguramente me vieron, ya me conocen ya saben de mi robo los narcos, y de mi posesión de algo prohibido la policía. Un señor me agarra por el codo, es un viejito con ojos buenos me quiere ayudar y me dice, no vaya por allá vete por acá, pero no, suelto mi brazo y me voy por mi camino sin esperanza.

La calle esta vacía soy solo y bien visible, doy vuelta a la esquina y me meto en un supermercado y camino entre las miles mercaderías.

¡Fíjese! es el mismo supermercado en donde cuando niños tran

scurrimos las tardes a robar comida que íbamos a esconder tras la puerta de la iglesia en la esquina para hacer ricas meriendas después en la plaza que acaba de ser famosa en todo el mundo por la foto en la cual se ven dos presidentes del G8 posar a frente de la ruinas de un palacio que lleva escrito todavía PALACIO DEL GOBIERNO.

Y veo un niño de la banda que robaba con migo montones de salchichas y dulces en el primer supermercado que llegó en la ciudad del terremoto ni vente años después de la guerra y que ahora pertenece al presidente de la foto; el niño anda con su mamá pero cuando ella nos da la espalda y no nos ve me dice, pasó la patrulla pero se fue no se metió por acá... estas a salvo.

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