variopinto

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Un dulce milagro de la vida

Un dulce milagro de la vida
Por Guisela Hurtado

11 de marzo 1993

Despierto, después de un largo y tendido sueño, cansada y adolorida. Desorientada. A lo lejos, escucho a mi mamá al teléfono:

“Sí, pobrecitos. No, gracias a Dios no, pero acaba de fallecer el quinto. Te dejo, mi hija acaba de despertar”

No podía dar cabida a lo que estaba escuchando. Mami, ¿qué pasó? ¿quién murió?. “Nadie mijita, nadie. Vuelve a dormir, te hará bien”

Y allí estaba yo, a mis once años, pasando por la primera prueba de vida. Desconcertada y sin saber qué pasaba, me sumergí en un sueño del que me costó despertar.

El despertador sonó, era jueves y nos tocaba la tan esperada excursión por el barranco. Hoy, como no en cualquier día, me desperté a la primera, me entré a bañar y me vestí de inmediato. Mamá se percató que estaba vestida de particular y no con el uniforme de física y le dije que era porque nos habían permitido llegar hoy de particular. No muy se la tragó, pero como ya sabía que no haría caso de cambiarme, no dijo nada. Desayuné, salí corriendo a tomar el bus y listo, la primera parte del día, había concluido.

Al llegar al colegio, ya todos estábamos listos para irnos a nuestra excursión. Era la primera del año y de muchos años, así que a las ocho en punto, salimos rumbo al barranco que quedaba detrás del colegio para “hacer contacto con la naturaleza”. Éramos veintitrés alumnos y un profesor. Comenzamos a caminar por un sendero donde había sembrado café. Todos reíamos. Unos caminaban cantando, otros molestando.

“Mija, mija, despierta. Te van a tomar la presión y te van a cambiar el suero. ¿Como te sientes? Tienes que tomarte esta medicina. Ya el doctor vino a verte y dice que estarás bien. Tienes qué recuperarte mijita, tienes qué hacerlo”

Estaba cansada, solo escuchaba voces y miraba caras que no podía reconocer. Estaba queriendo despertar, cuando un leve pinchazo agilizó mi apertura de ojos. Todo me picaba, todo me dolía, todo estaba hinchado, todos me veían. De pronto pensé que a lo mejor parecía algún monstruo o similar para que mis visitas me vieran con cara de desagrado mezclado con compasión – no estaban lejos de la realidad – y mi mami, mi mami a la par mía con esa mirada de amor.

La gente entraba y salía de la habitación. Globos llegaban, chocolates – como si la gente no supiera que no iba a ser capaz de comerlos en mucho tiempo – muchos dulces y tarjetas de “Get well soon”. Todos hablaban, pero nadie decía nada. Llegaban los médicos a “tomar el pulso” y a presentar el caso, como si uno fuera conejillo de indias. Periódicos y revistas queriendo hablar con los papás de los “sobrevivientes”. El dolor imparable. Me sumergí nuevamente en mi sueño.

Caminábamos cuesta abajo, solo podíamos oler el aire fresco, escuchar el sonido del viento, de las aves y de un riachuelo que pasaba por el lugar. Reíamos sin parar, jugábamos, nos molestábamos, pero no dejábamos de divertirnos, era un sueño hecho realidad.

De pronto, la hora de regresar se acercaba y comenzamos a caminar. El regreso por la carretera era largo y debíamos estar en el colegio antes de las 12:00 o nos iban a regañar. En eso, alguien sugirió que mejor cruzáramos nuevamente el barranco para salir detrás del colegio, lo cual parecía ser una excelente idea pues nos incitaba a seguir barranqueando y “contactando a la naturaleza”. El profesor dijo NO. Los alumnos dijimos SI – a excepción de uno – y comenzamos a bajar. El camino era diferente, casi no habían plantas ni árboles. El silencio era casi absoluto. Caminábamos en fila india, todos concentrados en nuestro camino. De pronto, alguien dijo “muchá, acá ya no se puede bajar, el camino está cortado, tenemos que regresar. Todos, sin alegar, dimos la vuelta y comenzamos a ver la forma de poder escalar cuesta arriba. No teníamos mucha alternativa, pues el camino era árido. Continuábamos en nuestra fila india teniendo de nuestro lado izquierdo, la subida, y de nuestro lado derecho, una semicortada de unos seis metros y luego una cortada de unos doce metros o un poco más. Algunos comenzaron a subir. ¡Cuidado que allí hay tres abejas! Exclamó uno. Efectivamente, sobre una planta de suelo habían tres abejas rondando – sin saber que había todo un panal por debajo - todos tratamos de tener precaución para subir. De pronto, el que iba delante de mi resbaló y la tierra se levantó. Me di la vuelta para no respirar el polvo, dándole paso a la tierra para que cayera en la planta, cuando comencé a sentir pinchazos en mi cara.

Desperté de un sobresalto y comencé a llorar. Todo me picaba. La enfermera me aplicaba una pomada. Mi mamá me sobaba la cabeza. Mi hermana me sobaba los pies. Mi papá platicaba con las visitas con su típico parado de preocupación, echando el cuerpo para delante, con un brazo cruzado y el otro pasándoselo por la boca y la nariz. Comencé a preguntar qué pasaba y mis papás se acercaron y dijeron: Mija, tuviste un accidente. Fallecieron cinco de tus compañeritos, pero gracias a Dios, tu vas a estar bien.

Comencé a llorar. El dolor físico y el dolor emocional eran insoportables. Volví a soñar.

Estaba en un árbol sostenida por la espalda y rezando el Padre Nuestro cuando escuché palabras que pedían ayuda. Vi a un compañero sostenido de una rama y le di la mano, lo abracé y rezamos. El me decía que tenía que salir de allí y yo le pedía que se quedara conmigo. Se fue. Momentos más tarde, un viento pasó cerca de mi y solo escuché un grito. No supe qué pasó. Después lo deduje.

En un intento por voltear a ver qué pasaba detrás de mi, vi a dos compañeros que se resbalaban cuesta abajo, como cuando uno se tiraba con su costal en los resbaladeros de El Baúl, en Xela, y, sin querer, dejé de sostenerme del árbol y…

Mami, Maria – mi hermana – quién murió? José Jorge? Sergio? Max?. Mi hermana en un gesto de consuelo, dijo: sí. Comencé a llorar. Todos los que estaban en esa habitación fría y gris, trataban de consolarme, pero eran cuatro paredes, que no iradiaban nada de calor, y yo, sumergida en mi dolor, en mi pérdida. Causando lástima.

La enfermera llegó. Vamos a tomarle los signos. Pueden desocupar la habitación por favor. Cómo están mis compañeros, le pregunté. Ah, todos están bien, en peligro algunos, pero bien, usted no se preocupe (consuelo más….). Abra la boca. Cierre. Permítame su brazo. Respire. Y mientras tanto, mi mamá haciéndole todo tipo de preguntas, de esas que hacen las mamás. A lo lejos, ese sonido del bip bip bip que hacen las máquinas y que lo vuelven loco a uno. Y yo, llorando y sin un concepto real de lo que estaba pasando.

Se escuchaban quejidos a lo lejos y el sonido del agua. Por inercia, busqué el agua. Comencé a arrastrarme hasta encontrar un lugar “cómodo” y me encontré a otro compañero que estaba recostado sobre el agua, boca arriba y con un trapo en la mano. Me vio y dijo: métase en el agua, póngase boca abajo. Yo ya no aguanto. Seguí arrastrándome hasta que encontré una piedra cómoda, puse mi cabeza y al tiempo, sentí que alguien movía mi cuerpo y que algo topaba con mi cara. La ayuda había llegado. Luego, el olor a quemado. Mi sueño era profundo.

Unas personas – bomberos y voluntarios – se acercaron y revisaron mi cuerpo. Me amarraron a una camilla. Me subieron. Recuerdo ver a mi papá y hermano acercarse para la identificación del accidentado. La hora: 15:35. El sonido de la ambulancia.

Entré al hospital y solo veía caras de angustia, de tristeza, de preocupación. Me llevaron a una habitación con una pequeña camilla. De pronto, un llanto agonizante, de esos que nunca había escuchado, pronuciando las palabras de esperanza, fe y agradecimiento a Dios: Mija, ¡estás viva!

Diagnóstico: Entre 600 y 800 picaduras de abeja africana. Cadera izquierda dislocada. Siete días internada. Seis semanas de recuperación. Una gran factura de hospital. Cinco niños muertos. Sobreviviente: Un “dulce” milagro de vida.

3 comentarios:

  1. Me recuerdo de ese accidente cerca del colegio Austriaco. Muy bonita narrativa. Te felicito. Sólo hay que revisar unas tildes.

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  2. Me gustó mucho el estilo del flash-back. Pero cuida un poco el uso de los tiempos. Mezclas pasado con futuro, por ejemplo "Era la primera del año y de muchos años", ella está recordando y al mismo tiempo anticipando el futuro.

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  3. Gracias por sus comentarios. Tendré más cuidado con las tildes. Y gracias por lo de las mezclas, aunque allí a lo que me refería era que después de esa excursión iban a haber muchas más (las cuales ya no existieron, claro, pero tomaré en cuenta tu observación, pues sí tiendo a confundirme con los verbos...

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