variopinto

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La Virgen forzada

LA VIRGEN FORZADA
Por Gerardo Galvez


Por la ventana asoma su rostro…
Su rostro se perfila deforme por el cristal antiguo y abombado por el paso de los años que se encuentra en los marcos llenos de polilla, de la casa amarillenta y bicentenaria.
-Es un caluroso Viernes Santo en la Antigua-
La procesión del Santo Entierro marcha con la parsimonia marcada por hombres de morado de penitencia llevando al Redentor, que, recièn lo han bajado de la Cruz.
Dentro de esas figuras, và la Santa Virgen con expresión de dolor, de abandono. ..

Los ojos de Celestino son lo ùnico verdadero que existe al paso de la procesión.
La muchedumbre llora làgrimas de costumbre, de antepasados, de rituales que pasan de generación en generación...
Làgrimas que son derramadas año con año en la misma acera, silencio fúnebre y de respeto que se guarda solamente para Semana Santa y después de convierte en bullicio de negocios, deseos escondidos, mentiras blancas y verdades negras de toda esa bola de corrientes que presencian la procesión .
Desde la ventana Celestino encuentra la condena de presenciar cada año la misma estampa que tiene en los libros de Edición Española que le proporcionò su madre.
Las estampas de la Crucifixión, el Juicio de Pilatos, la Flagelación, todas aquellas estaciones que rodearon al Varòn de Dolores.
La Santa Madre Marìa siempre lo acompañò, desde su parto en Belèn hasta su muerte en cruz. Marìa la Virgen, el centro mismo de la existencia de Celestino. Toda su vida ha sido una constante practica para tener la semejanza necesaria de la Santa Señora y por ello, su madre siempre comprò los mejores vestidos, los maquillajes màs caros, encomendò al capintero hacer un Anda con las mejores maderas , y cada año, desde que cumpliò los cinco años, tratò de estampar a la Santa Virgen en su carne.
Y disponían del Santo Misterio en vivo en Navidad, con José , Jesús, y Celestino personificaba a la Virgen. Lo vestían con los mejores atuendos, lo adornaban, y haciendo caso omiso de los comentarios de las otras mamàs del Colegio que miraban en tal practica una aberración y un abuso hacia Celestino siempre hacìa el mismo papel .
Nadie se atrevìa a realizar una observación, la màs mínima, al torcido papel que se le asignaba al pequeño, si ella, doña Eduviges, patrocinaba todos los buñuelos, el vino, los tamales, y los inciensos de la parroquia.
Hasta el cura silenciaba ese cambio radical de papeles, y aplaudìa a doña Eduviges sobre la escultura humana que hacìa año con año de su hijo. – Eso era evangelizar con el ejemplo- decìa, y con lascivia en los ojos, observaba de lejos a Celestino, que vestido de la Dolorosa hacìa en silencio su papel cada año.
Escoltado se dirigía al Colegio, porque doña Eduviges tenìa terror que su reliquia religiosa de carne y hueso , fuera robada de parte de los envidiosos, los herejes o del mismo curita que se iba obsesionando año con año con aquella aquella imagen maquillada y bien delineada.
Pasaron los años, de encierro en su cuarto, recibiendo la mejor atención estètica , para que èl se pareciera a madre Doliente de “ la Piedad” de Miguel Angel, o a la Madonna de Botichelli, o a la Virgen del Rosario que se encontraba en Santo Domingo.
Por ello tenìa su pelo largo, sus uñas bien delineadas , y cuando comenzaron a salir los vellos de la pubertad, fueron arrancados con rasuradoras y alcoholes.
Y cada año, en Semana Santa, Mes del Rosario, Mes de Mayo, y Navidad doña Eduviges lo colocaba en su anda de maderas preciosas, con sus vestidos abombados, maquillado y bien peinado, y se hincaba en su soledad , a rezar el Santo Rosario ante èl. Sin que se moviera, sin que pudiera emitir un sonido, permanecía sentado en el Anda hasta que teminara el rezo.
Heredero Universal de todos los bienes, derechos , y acciones se invistió Celestino cuando murió doña Eduviges, con un Hermano taciturno y envidioso, nombrado Albacea, y administrador de la fortuna familiar con olor a café y a renta de Inmuebles .
Y en ausencia de su madre seguía la practica anual de preparar el anda, los querubines, las veladoras y los inciensos, sin saber que en la calle lo conocían como el hueco, el transvesti, el amanerado hijo de doña Eduviges...
Sin entender el porquè del rechazo que iniciaba en su hermano y terminaba con la servidumbre que dìa a dìa lo atendìa en sus necesidades màs simples, celestino tomaba el sol en el patio lleno de bugambillias de su casa , estudiando las estampas religiosas que su hermano le conseguía en las iglesias de alrededor. Con esas estampas, trataba de mejorar su anda, su vestimenta, sus maquillajes y su cabello.
Doña Eduviges le decìa siempre que èl era su mejor escultura. La vida no le regalò hijas mujeres, mucho menos le diò habilidad para la escultura, por lo que se diò a la tarea de esculpir sus sueños en la vida de Celestino. No habìa nada de malo, no lo habìa, en querer consagrar a su hijo a personificar a la màs grande mujer del Evangelio. Total-Decìa Doña Edu- muchos hijos los vuelven curas , otros cuques, y otros abogados. Porque el mìo no podìa ser una imagen que superara el trabajo hasta del mismo Quirio Cataño?
La vida de Celestino transcurrìa dentro de una verdad, una verdad pura que le trasmitiò su madre y una devoción sin lìmites que tenìa que mantener. Los diarios que llevaba su hermano decìa mucho de cómo era el mundo externo...No habìa devoción, no existìa el ánimo de imitación a la Santidad que èl practicaba.
No entendía las miradas de desaprobación de la servidumbre cuando se aprestaba a vestir para sus practicas religiosas, ni la còlera de su hermano cuando se sentaba en su anda en aquel cuarto que utilizaba de improvisada capilla y comenzar su personificación. No entendía de Huecos, transvestis y desviados. Solamente entendía su verdad heredada, su realidad impuesta, su papel predestinado Y desde la ventana apolillada, el viernes santo caluroso, sus ojos se asomaban a observar aquellas imágenes que en procesión, se alejaban lentamente, de èl dejándolo solitario entre estos mortales hipócritas ...

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