variopinto

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Pesadillas recurrentes

Pesadillas recurrentes

Fabiola Arrivillaga

Tengo 25 años pero no crezco. Todas las noches el mismo sueño.

Era medio día, creo, y pleno verano. Mercado de La Democracia. Estudiantes, trabajadores, compradores, brochas. Un hormiguero de gente que va, viene, corre, empuja, insulta. Y yo, colgando de su mano, casi arrastrado hacia el bus que nos llevará de vuelta a casa. Tengo cuatro años y mucho miedo. ¡Tanto miedo, que me duele la barriga!

“¡Corré, m'hijo, corré!” fueron sus últimas palabras. Llegando a la puerta del bus, ocurrió. Me solté, me solté y caí en el borde de la acera, con la cara sobre un montón de basura. No pude ni llorar. Levanté la mirada y un montón de gente enorme me rodeaba, rostros desconocidos que no se fijaban en mí. Y allí, entre el tráfico, a través del vidrio sucio del microbús, noté su gesto desesperado y escuché sus gritos. Entonces el llanto brotó. “¡Mama, mama no me dejés!¡Esperame, mama!”. Levanté un brazo suplicante y otra mano sostuvo la mía. La misma mano que limpió mis lágrimas y me compró un helado. La única caricia que recuerdo, la que permanece a mi lado. Mi madre.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho...pero no sé si entendí bien: ¿su misma madre era quien lo llevaba y regresó por él o alguien más, a quien él ahora llama madre, lo recogió y se lo quedó?

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  2. ¡Qué bruto! Ya con el título del cuento entendí completa la intención...mi error.

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