variopinto

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La banquera

La banquera
Por Fabiola Arrivillaga



Cuando era niña soñaba con ser basquetbolista.  Cosa poco común para las niñas, me pasaba las tardes enteras viendo a los vecinos jugar en la cancha de la colonia y no me perdía ningún partido internacional de importancia.  Siempre fui la más alta de entre la güirizada de la cuadra y mis papás, fanáticos ambos de los deportes, veían en mí la esperanza de sus anhelos de gloria.

Todavía no comprendo cómo nadie se dio cuenta del nubarrón oscuro que cubría el cielo de mi carrera.  O sería mi estatura, prodigiosa para nuestro chaparrísimo promedio, la que cegó a padres, entrenadores y amigos, llenando sus cabezas de fe.  Sin embargo, cuando tenía como ocho años, una revelación se presentó ante mis ojos descubriéndome lo que hasta entonces nadie había querido ver: las larguísimas, casi eternas extremidades con las que la naturaleza me había dotado eran tan torpes como largas; tanto que un dedo no conseguía cerrarse al mismo tiempo que los otros, tanto que no podía lanzar el balón hacia el punto correcto, tanto que un pie le trababa canilla al otro. Y cuando corría, parecían cuatro pitas moviéndose en absoluta descoordinación, ¡vaya!, casi un estorbo. El entrenador no me sacó del equipo, no señor, solamente aseveró que talvez me faltaba madurez; quizás me estaban exigiendo más allá de lo que a mi temprana edad podía dar, engañados por el espejismo que producía mi peculiar longitud.  Entonces, decidió ponerme en la banca hasta que estuviera lista.

Tarde a tarde, seguí viendo a los vecinos jugar basquet en la cancha. Los equipos fueron renovándose con el paso de los días.  Conforme íbamos creciendo, los niños del barrio aparecieron entre los mayores hasta desplazarlos.  Luego, los hermanos pequeños de todos.  Después, los hijos de la primera generación de vecinos. 

Mientras tanto, yo he conocido a cuatro entrenadores distintos, todos igual de positivos que el primero en lo que a mi futuro deportivo se refiere.  Y,  siempre optimista, todavía espero por mi turno de jugar.

2 comentarios:

  1. excelente, me la puedo imaginar corriendo pura "patantaca"

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  2. Los sueños hay que perseguirlos, pero no dejarse atrapar por ellos. Podemos quedarnos eternamente en el banquillo -digo yo-. Me gusta.

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