variopinto

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Marejada

Marejada
Por Fabiola Arrivillaga


Cuando las lágrimas comenzaron a brotar de aquel par de ojos hermosos, ya era demasiado tarde.  Carolina, sin saberlo, había sido hechizada por el hombre aquel con el que se deslizara por las calles habaneras, con el que probara los placeres de lo prohibido, el mismo que esperaba promesas de fuga que nunca llegaron.  Pero hechizada de verdad, con el uso de artificios y artilugios sacados desde el fondo mismo del mar.

¡Ah no! Carolina no olvidaba al cubano y a los días que pasaron bailando con el ritmo de las olas del mar.  Tampoco olvidaba el intercambio de mentiras, los te amo y los déjalo y vente conmigo o déjalo y llévame contigo, los te amo y pronto volveré y te saco.  Para ella, todas fueron una colección de sueños muertos al nacer apenas, y ambos fueron felices en aquel tiempo.  No olvidaba al cubano pero no podía imaginarse lo que para él había sido el fugaz romance.

De alguna manera, Carolina supo que esas lágrimas no podían ser derramadas en pleno suelo ni perderse.  Tuvo el presentimiento de que habían de ser guardadas, conservadas celosamente.  Así que lloró en una pecera, lágrimas marinas.  ¡Cuál fue la sorpresa cuando, de sus ojos, brotaron también pecesitos, diminutas piezas de coral, caracolitos y hasta un naufragio en miniatura!

Con la siguiente pena, Carolina estaba advertida.  Corrió a su pecera y virtió el milagrito en ella.  Ahora brotaron sirenas y cangrejos, un par de erizos y tres esponjas.  A los tres llantos, ya creía tener dominio de estas extrañas situaciones que, por supuesto, mantenía en secreto.

Pero lo que era realmente bizarro era la conducta del agua en la pecera.  Había días tormentosos y días de aguas tranquilas.  Noches impregnadas de noctilucas y mañanas de ballenas en celo.  Carolina, una vez descubierta la magia, pasaba horas enteras echando apuestas con ella misma sobre el estado de las mareas o la migración de los peces, deteniendo su éxtasis y fascinación de vez en cuando tan sólo para imaginar el origen de semejante milagro.

Los años pasaron.  Ya no era una sino catorce peceras, las catorce con vida propia.  Hasta que de pronto, una mañana de mayo, aquellas aguas miniatura no volvieron a moverse más.  Los primeros días extrañó su relajante vaivén o su impetuosa furia, pero se ocupó en la lectura y en el tejido por lo que, poco a poco, fue olvidando sus peceras sintiendo, muy de vez en cuando, un poco de nostalgia que nunca llegó a ser demasiada. 

A dos meses de la calma, el correo pasó por su puerta dejándole una carta con sello cubano.  En ella, una nota de duelo le informaba el fallecimiento, en mayo pasado, de un hombre de nombre olvidado.  ¡Por eso los años de furia!¡Por eso las tempestades!¡Por eso, por eso, las recientes semanas de paz!  Una enorme tristeza invadió su corazón y las lágrimas volvieron a brotar, llenando, de un solo, la pecera vacía que aguardaba.  Un golpe de dolor sacudió su espalda y la dejó, momentáneamente, sin sentido. 

Al despertar, un instante más tarde, sus peceras vivían otra vez.

3 comentarios:

  1. SUBLIME, no tengo palabras para describir pero sí los sentimientos para entender a Carolina y su llanto. Nunca había leído algo tan lindo, gracias Fabiola

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  2. Hola Fabiola, una historia muy bien enlazada.Los sentimientos son así, calmos a veces, impetuosos otras, y las más, con vida propia. No se los controla. Eso veo en las peceras, tan lindas que creas.
    http://www.literatura.us/garciamarquez/guibert.html, en esta web hay un entrevista a G García Marquéz, y cuanta como se le ocurrió un cuento, que aún no ha escrito “número 7, Niños que se aho­gan en la luz.”, tu relato me lo recuerda por tu manera de jugar con el agua. Muy bueno. sí señor.

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  3. Gracias, Elena, por el link!! Y me siento honrada por el comentario de ambas, queridas amigas...me siento muy honrada...¡hasta amishada! Gracias.

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