variopinto

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Relojito

Relojito
Por Johan Monette



Kikirikiiiii.
Kikirikiiiiiiiiiiiiiii.
Mierda. Ya me despertó este maldito gallo; era lo primero q pasaba por la cabeza de doña Juana, quién se levantaba presurosa al oír aquel destemplado canto.
Eran las cuatro treinta de la madrugada, de un salto salió de la cama a preparar el desayuno y demás menesteres propios y de su familia.
Juana odiaba levantarse tan temprano, pero si no lo hacía así, después no se despertaría por cuenta propia, el  tiempo se le haría corto para lo demás y su esposo, el gran enojón, podría molestarse y al molestarse golpearla.
Mejor evitarse los problemas pensaba, pero algún día este cerote no se las va a  acabar y me las pagará todas juntas.

Como buena mujer afectada ya por la  menopausia, mantenía un comportamiento un tanto alterable, su marido como buen hombre de negocios estresado y poco comprensible; todas las mañanas era la misma cantaleta y la misma pelea por las mismas razones.
Los días pasaban y distaban de felicidad, el matrimonio parecía que iba a colapsar.

Aquel día fue diferente, Juana no aguantó más la presión, Pedro estalló, cuentan los vecinos que se oyeron un par de balazos muy de madrugada, seguidos de un espantoso grito como de un animal siendo destripado y de una estrepitosa carcajada con aire de maldad.

La casa quedó muy vacía como siempre por la mañana, se sentía un ambiente de intranquilidad, si la muerte tuviera un olor, de seguro sería el mismo que se sintió aquella mañana en la casa de la familia Juárez Domínguez.

Chismes mal habidos; algunas personas comentaban que ese día ni Juana ni Pedro se presentaron a su hogar, pajas. Toda la casa muy tranquila, si se llegaba a oír sonido alguno, no podría haber sido el de un ser viviente, habrían sido las puertas rechinando por el insistente viento que se empeñaba en arrancar las cortinas de su lugar.

Muy temprano no hubo gallo despertador. Aún se sentía aquella tensión en el ambiente, nadie sabía lo que había pasado.

Riiiiiiiiinggg riiiiiingg riiiiiinggg.
Eran las ocho treinta, Juana se levantó con la sonrisa de oreja a oreja.
Al fin había podido dormir lo que mandaba dios.
Ya no había lugar para el maldito reloj automático de su marido.

¿Mi amor te espero para almorzar? Hoy comeremos caldo de pollo.

3 comentarios:

  1. Hola Johan, me gusta tu historia, sobre todo porque me sorprendió el caldo. Ya había asumido que era su marido el que había pasado a mejor vida.

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  2. jajaajja estuvo bueno!. Pobre gallito. Pero sí, a veces son costumbres o hábitos sin razón las que toman relevancia en una relación. Muerto el chucho se termina la rabia. Saludos!.

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  3. A mí también me dio mucha pena el gallo que pagó el pato. Y como Elena, yo no solo había asumido sino deseado que fuera el marido el "caldeado" jajaja

    Porque eso de "podría molestarse y al molestarse golpearla" está grueso.

    Muy bien estructurado el cuento, te mantiene interesado hasta el final.

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