variopinto

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Te quiero

Te quiero
Por Fabiola Arrivillaga


Carlos jamás había sentido celos de su Marta, hasta el día en que le regaló el bendito celular.  Ella se había negado, por considerarlo una atadura, un atentado a su libertad.  Pero él defendía su absoluta cualidad de mal necesario, porque ya no eran unos quinceañeros, porque ella había estado enferma – en cualquier momento podría sentirse mal -, porque estaba sola, los hijos ya habían hecho vida fuera del seno familiar.  Porque quería darle algo fino, de estátus.  Porque no quería seguirse sintiendo un tacaño, machista y opresor, cosa que no era, sino, al contrario, como un hombre moderno y generoso con su esposa.  Ella nada le pedía, tenía suficiente con aquel esposo dulce y dedicado.  Y las cosas, para Marta no eran más que eso; por eso, prefería instantes inolvidables a obsequios, algo que él no entendía.  Por eso, haciendo gala de obstinación, un día se presentó en la casa con el regalito.

Con el mal llegaron los males.  El bendito aparato avisaba, casi a cualquier hora, que había recibido mensajes.  Ella se negaba a leerlos, porque desconocía cómo hacerlo, y él creía que era algún secreto sucio y oscuro.  Ella estaba harta de tenerlo; él la llamaba mil veces al día, interrumpiendo su lectura, sus pocos pasatiempos, le quitaba libertad.  Y si ella no le respondía, la esperaba una tremenda lista de reclamos.  Ambos comenzaron a cansarse, uno del otro o, mejor dicho, de la relación que el otro llevaba con el celular famoso.

El domingo por la mañana, Carlos aprovechó el baño matutino de su esposa para indagar en la bandeja de entrada del teléfono.  El que busca, encuentra, y allí, enmedio de la lista de números de dos cifras con propaganda, estaba ese desconocido de ocho. Abrió el sobre cerrado y apareció el tan temido “Te quiero”, sin remitente.  Alguien quería a su esposa.  De seguro ella también le querría o, cuando menos,  le movería el tapete.  Durante los quince minutos que duró el baño, el ofendido marido elaboró una complicada trama de infidelidades y encuentros.  Ató todos los cabos que quiso atar y tomó una decisión tan drástica como la que tomara 45 años antes, sólo que al revés.

Ignorando la procedencia del mensaje – un hijo bromista que saludaba con ese mensaje a su recién esclavizada madre – a la mañana siguiente Carlos pidió a Marta el divorcio. 

1 comentario:

  1. Hola Fabiola, Me gusta pq generas la intriga desde el principio, con lo cual no te queda más que seguir leyendo para saber el cómo. me pillaste.

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