variopinto

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Vanidades

Vanidades

Por: Fabiola Arrivillaga

Nunca me sentí bonita y, sin embargo, bien que lo era. Advertía las miradas y me ofendían los piropos, pero creía – llámele usted falsa modestia o simple pendejada – que no eran para mí, o que se trataba del obvio espejismo que, en nuestros pueblos, da una lisa y escasa cabellera castaña. Ese “look” de “gringa”, pensaba yo.

Okey. Lo acepto. Me inscribí en dos o tres concursos de belleza pero, insisto, jamás me sentí bonita. Y eso de los concursos, según yo, para no quedar como la berrinchuda que no acepta piropos o invitaciones a participar, para no quedar como petulante. Lo más gracioso es que todos los gané yo, la “antichula”, y echándole luego la culpa a mi “cultura general”, que después descubrí escasa, o a la falta total de belleza de mis contrincantes, lo que contradecía mi absoluta afirmación de “no me odies por no ser bonita”, convirtiéndome en una tipa insoportablemente vanidosa.

Pero, aún así y concientemente, nunca me sentí bonita. Tampoco aspiré a conquistar, ya de post-adolescente, a cualquiera de los guapos clásicos del pueblo, porque talvez ellos querrían salir con las otras, las bonitas de verdad. Porque había muchos “talveces”. Y me conformé con poco. Cuando me mandaron a volar, lo consideré bien merecido, pero cuando me quisieron amar, me rehusé por la verguenza de mostrar el cuerpo. A pesar de todo, nunca sentí frustración o desánimo, simplemente era el destino, que me había hecho feíta o auto-miope.

Me casé con un hombre guapo y bueno. Pero fue suerte, porque no busqué atinarle al “gordo”, ni siquiera compré números para esa lotería; acepté al que llegó y, por temor a perderlo, acepté más y me amarré, por liberarme de otras cadenas aún más viejas, a su cuerpo y sus ojos, a su simpleza y su machismo. Me enseñé a mí misma, como buena maestra, a amarlo con todo y su dominio atávico, con sus opresiones sin golpes; a amarlo y a olvidarme, para siempre, de mí misma, salvo el amor que sentía por ese lunar en un hombro, que contemplaba con devoción casi espiritual al entrar a la ducha, que enjabonaba con ternura y admiraba como la última y máxima expresión de belleza en este cuerpo dolorido y sediento.

Luego vinieron los hijos y yo me olvidé del lunar...

Y ya sin lunar, me convertí para mí misma en algo así como una fantasía, una criatura mágica de la que no dudás, pero que tampoco te convence su existencia. Comencé a estudiarme lentamente, con pausas y con rigor científico, a escudriñar en cada rincón de ese hada que era yo misma, algunos días despreciándome y otros días admirando el fulgor de mis propias alas. Yo ya no existía, no era real, era una alucinación esquizofrénica, una inexistencia. O quizás era yo en otra dimensión paralela, propia de los físicos modernos, éstos a los que les pagan por pensar en universos en los que nada es como es y terminan sin saber qué es cierto y qué no. Yo era un hada, un hada preciosa, con una figura de diosa, con un andar de reina, una voz de jilguero, una inteligencia de Nóbel, una cultura doctoral y un carácter queridísimo...

Debido a mi rigor y disciplina, las hipótesis, una a una, fueron comprobándose. Entonces, también conocí la depresión, llegaron las frustraciones y lo confuso. Porque, hasta ese momento, me fui enterando de que sí fuí bonita, pero ya no lo era más. Con vista objetiva y juicio imparcial, analicé una a una las fotografías de antaño, inundándome en lágrimas. Las recriminaciones cayeron, gota a gota, junto con mi llanto, casi marcándole el ritmo. De haberlo sabido entonces...¡Pero yo lo sabía! Entonces, ¿por qué? Pude ser mil veces larga, pude ponerme ropa mil veces más apretujada, pude usar bikinis, pude envanecerme y burlarme y gozarme y... De haberlo sabido...¿O no lo quise ver?¿O esta sociedad puritana e hipócrita me vendó los ojos?¿O mis complejos fueron defectos congénitos?

No se. Y por ahora, no valdría la pena meterme a otros estudios. Lo cierto es que estaba ya por llegar a los cuarentipico, con el nido vacío desde hace como cinco años, y sin el lunar.Me veía al espejo y no me fijaba más que en el profundo barranco de mis pupilas, absolutamente vacío. Comparaba esta imagen de laboratorio con ese par de chispeantes cerezas que eran los del hada-yo y me entraban unas desesperadas ganas de escapar. ¿Hacia dónde? No lo sabría decir. Creo que tomé la invención de una tierra nueva como punto de partida, diseñándola, poco a poco, a mi conveniencia.

Luego, desnuda, tocaba con asco y horror aquellas carnes flojas y estriadas de mi barriga. Con la náusea a punto de vómito, me enjabonaba frenéticamente las manos, como quien recién se ha bajado de un bus urbano, y me negaba al orco que estaba frente a mis ojos. Porque yo era un hada, no un despreciable ser de las cavernas o las cumbres oscuras de mis pesadillas. Y volvía a mi escapada. Esa tierra nueva era maravillosa; en ella, el concepto de belleza era estrictamente físico y estríctamente torcido. Todo lo que el orco-yo percibía como horror, allá era ideal, fantástico. En esas playas y esas ciudades, el hada-yo sería considerada una aberración. Ni siquiera la voz podría ser de canarito dorado. Valía un comino ser tonta o lista, mientras se fuera espantosa y se anduviera con el rostro fruncido por un gran e imaginario enojo. Sin embargo, la amabilidad era abundante, las conversaciones amenas, y la vida tan dulce como un buen mazapán. El físico marcaba la diferencia.

Durante mis fugas, llegué incluso a enamorarme de hombres que me amaban sin cuestionar mi estampa, envejecí a su lado escuchando siempre palabras amables. Mi vanidad crecía y, con ella, el amor propio perdido cuando perdí el lunar. Todo lo que para mi marido ya no era necesario, para mis amantes era imprescindible, desde las flores y piropos, hasta los juegos y las fantasías. Muchos años duró ese viaje.

Hasta hace dos noches. Vinieron mis nietos de visita – ya tengo cuatro –, porque han decidido los hijos que es mejor llevarme a una institución, por todo esto de mis “desvaríos”. Creen que ya no se dónde estoy ni en qué mundo vivo, se preocupan por su padre, es lógico, y por mi. Creen que debo estar bien vigilada. ¡No saben que mi mundo se va conmigo, porque soy yo y es él y somos inseparables! Pero volviendo a los nietos, esos chicos tienen el poder mágico de sacarme los enojos y meterme las sonrisas. Bebimos vino, nos retratamos, recordamos anécdotas, y reímos como locos. Al fin y al cabo, yo estoy loca, ¿verdad? Más tarde abracé a mi marido, perdonándolo y perdonando a mis hijos a través suyo, por condenarme al encierro, los amé por liberarme y me quedé profundamente dormida.

Ayer desperté hermosa. Me ví al espejo y el brillo de este par de cerezas de agosto volvió a alumbrar la mañana. Las arrugas y estrías y pliegues de mi carne trazaban impresionantes mapas de mundos mágicos, y el color de la piel se mostraba de un blanco impecable, porcelana suave y delicada. El lunar del hombro se veía joven y bien trazado. Él me besó los labios, como hacía mucho tiempo no pasaba, y me llevó una rosa del jardín hasta la cocina. Agradeció con un “te amo” el café recién hervido. Llamó a los hijos, también a los nietos. Me vestí como una reina en primavera, partiría triunfalmente a medio día. Escribí un mensaje romántico en el espejo del dormitorio, usando el crayón que a él más le gustaba. Dibujé un corazón que atravesé con la clásica flecha, como cuando nos enamoramos. Tomé mi cartera, revisé todo, dije adiós a mis cosas y me senté a esperar en el sillón del porche.

Hoy, sigo aquí. Nunca vinieron los hijos, nunca me fuí a esa cárcel, nunca me soltó la mano, volvió a apresarme. Cualquier sueño de libertad fue truncado. Ya no me dijo hermosa, no besó mis labios ni agradeció el café. Desapareció de nuevo el brillo en mis ojos, y el lunar se borró. Menos mal hay, por lo menos, dos hombres feos, más que feos, en ese mundo horrendo, más que horrendo, al que pienso, esta tarde, escapar de nuevo.


5 comentarios:

  1. Esta super bien narrado pero creo que le falta una emoción o alguna acción pues se queda en un monólogo interno, en un recordar un tiempo, pero la acción no se da...

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  2. Concuerdo con Lucía. Quizás porque la historia pasa en un períodos muy largos de tiempo. Es decir, de acá sacás una novela. Para ser cuento creo que el paso del tiempo y sus acontecimientos deben de ser más "sugeridos". La verdadera historia está al final, y se queda en dos párrafos. Si quitamos todo el inicio y dejamos esos dos, se vuelve un cuento de por sí. Entramos entonces a la eterna discusión de qué es un cuento, ya que por ahí leí que debía de ocurrir en un período corto de tiempo. Pero corto es algo muy subjetivo. Hay varias ideas que me quedaron sueltas, pero quizás hubo más explicación arriba pero por lo largo de la descripción (que se vuelve, a mi gusto, un poco repetitiva) no encontré dónde estaba la idea desarrollada. Lo del lunar me hubiera gustado leer más, por ejemplo. No se si me expliqué muy bien, creo que no.

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  3. Me gustaron varias frases que usaste, una de las mejores: "llámele usted falsa modestia o simple pendejada". Pero me perdí. Tiene razón Quique en que tal vez sean dos cuentos. Uno hasta el matrimonio, con los concursos y la falsa modestia, y otro el de la edad mayor y la locura. Tal vez si los divides, se entienda mejor.
    Me gustó que la parte en que piensa que debió haberse sentido bonita siempre.

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  4. A manera de aclaración...este era un cuento viejito, pero con las circunstancias a mi alrededor en las semanas pasadas, preferí mandar este a no mandar nada...Algo así como disciplina, mandar para permanecer activa. Gracias por leerlo y por los comentarios, los valoro mucho. El de camioneta será más fresquecito...

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  5. Me gustó, aunque en algo concuerdo con Lucía y Quique. Es bien duro el texto; quizá es excelente la sugerencia de volverlo algo más largo y también algo más corto. Habían un par de errores gramaticales. Entre otro, me fijé que no están tildados los "mí" de pronombres.

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