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Pecado y confesión

Pecado y confesión

Por Lucía Escobar

El mío es uno sólo; el gusto por los pecados de los otros. Soy incapaz de tener un mal pensamiento, de matar una mosca, de desear a la mujer del prójimo, eso me parece espantoso. Le pago bien a mis empleados, estoy al día con los impuestos, aún me alcanza para el diezmo y para becar a un niño quiché. Jamás he sido infiel en 56 años de sólido matrimonio, ni siquiera cuando la secretaría de la gerencia se me insinuaba con minúsculas minifaldas. Soy vegetariano porque me dan lástimas la vaquitas y los pececitos. Mi mujer es la que manda en la casa, porque así lo quiso Dios, y además eso me evita tomar decisiones que me quitan valioso tiempo de meditación y reposo.

Cómo les dije, mi único pecado es el placer morboso que siento por los pecados de los otros. Ni siquiera es que goce viéndolos, como esos voyeristas que describen en la prensa. Me sonrojaría de pillar a alguien con las manos en la masa. A mí lo que me gusta, lo que me hace feliz son los relatos a viva voz, recién saliditos de las brazas del infierno. ¿Me explico?

Talvez tendría que comenzar en años con los curas, el olor a santidad, el ritual de monaguillo, las horas extras limpiando el confesionario. Y la equivocación. La primera que le cambió el rumbo a mi vida. Recuerdo cómo si fuera ayer. Yo sentado en la silla del cura, cerrando los ojos imaginando lo que sentiría de ser él. Cuando en eso, escuché la voz inconfundible de mi hermana grande, la que nunca me había volteado a ver por considerarme un ser babeante y tonto. Ella ni siquiera espero respuesta del sacerdote. Estaba apurada y comenzó a contarlo a todo, a decir sus pensamientos, sus trampas en los juegos, el robo del vuelto, de su envidia hacia todos y hasta de sus amoríos con el vecino. De más estará decir que nunca utilicé esa información en su contra pero el poder que tenía en mis manos, me cambió la actitud ante la vida. Conocí el poder de la información. Y mi único pecado se volvió una obsesión.

Durante años me escondía en el confesionario y pillaba a miles de personas. Aprendí a fingir la voz para el ¿desde cuando no te confiesas hija? Y a dar consejos y poner penitencias. Aunque casi siempre me mostraba reacio a hablar mucho y ponía el énfasis en sacar mas información al confeso. Mi mejor época fue cuando conocí al santo padre Isaías que odiaba confesar y estaba siempre dispuesto a cederme su lugar mientras él dormía la siesta. No me sentía mal porque le hacía un gran favor a él. Y a mí.

Gracias a esas confesiones, mi vida entera cambio, conocía los pecados de toda mi familia, del barrio, de los políticos, de mis enemigos y de mis amigos. No usaba jamás esa información pero mi seguridad al hablarles los apabullaba y los hacía quedar a mis pies.

Por eso nunca dejaré este pecado y ahora abrí http://www.laconfesion.com/ me va muy bien. Si les contará….

6 comentarios:

  1. Delicioso como siempre, solo el principio me costó un poco, un tanto enredado pero después, como mantequilla en sarten..
    Con las comas, nítido. Solo la última tílde: "Si les contará...", creo que no lleva. Creo.

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  2. No lleva tilde pues, me fijé cuando lo ví ahora publicado. Es fatal para el final.. además.

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  3. Me encantó. También me destanteó un cacho la tilde del principio, la de "uno sólo"; no está incorrecta, eso sí, porque "solo" de soledad no se tilda y "sólo" de solamente sí, pero supongo que ambas acepciones funcionan en la oración...

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  4. Muy buen cuento, pero el site de las confesiones es una vil copia de uno que existe hace mucho tiempo en inglés...¡piratas a morir! lástima que no se pueda ser original...

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  5. El site es uno que si existe...lo puse por molestar... como un guiño..

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