variopinto

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Moja Babosos

Moja Babosos
(Por Fabiola Arrivillaga)


La Pati le había dicho que esperara un ratito allí, parado en el dintel de la puerta. Era una tarde de agosto, una como cualquiera, con algo de lluvia, una lluviecita moja babosos. Él aguardó obediente, sin separarse de aquel marco de blocks ni de la puerta de hierro negra que se convertía en la última frontera para el amor. Lo único que hacía, cada tantos minutos, era cambiar de lado o sentarse en la gradita. Y el tiempo continuó su transcurrir despiadado.
Mientras tanto, la Pati se cambió la falda por un pantalón de lona y se encaramó hasta el tapanco con la ayuda de la muchacha de adentro que sostuvo la escalera. La idea era esconderse las horas que fueran necesarias, desesperarlo, porque ya no lo aguantaba, no toleraba su presencia y jamás le daría el sí. A él, ¡jamás!
Él seguía allí haciendo planes futuros de su vida con la Pati; tan perdido en sus ilusiones y sueños andaba que perdió el tacto y no importó el frío de la lluvia que caía, ni el chucho que lo pasó orinando. No le importaba tampoco limpiarse los mocos de la cara chorreada con la manga del suéter. Tiempo era lo que le sobraba, tenía tanto como el amor en su corazón. Cada pocos minutos controlaba la hora, siempre distinta, lleno de paciencia.
La Pati tenía la cabeza dura y continuaba allí, quieta, callada, encaramada en el tapanco, deseando con cada vez más fuerza que el necio ése se fuera. Era preciso bajar antes de que sus papás regresaran del trabajo. Una gotera le caía en la espalda, talvez dos, se le escurría hasta los zapatos y el frío, a ella sí, le calaba hasta los huesos. Pasadas tres horas decidió que, talvez, era hora de bajar.
Un aire consciente intentaba colarse por su tupida cabezota, pero él luchaba por no dejarlo pasar. “Pensá, pendejo, pensá. Te babosearon, pendejo”, se repetía a sí mismo, duramente. Vio el reloj por última vez, tocó el timbre y al asomarse la muchacha le dijo que se iba y le deseó a la Pati una pronta mejoría (La parte ingenua que quedaba en su cerebro se empeñaba en creer que la patoja se había enfermado de la barriga, o algo así, y por eso no salía; talvez fueran los nervios del encuentro con él, talvez). Así que partió caminando bajo la lluvia, metiendo los pies en los charcos, quitado de la pena, planeando historias futuras y el encuentro que, seguramente, tendría lugar mañana.
La Pati, por su lado, intentó bajar del tapanco tan rápidamente que no se cuidó de apoyar bien los pies humedecidos, y resbaló, cayéndose de un solo sopapo. Se quebró la canilla, el brazo y tres costillas. A él le dio una gran gripe, pero se la curó a puro te de higo y ocote.
Si, era una lluviecita sin gracia, una lluvia moja babosos...Pero ésas son las peores, siempre enferman.

3 comentarios:

  1. Me encantó este cuento, solo, para mi gusto personal (por eso dudo en ponerlo) es que en las frases en las que ambos piensan algo para si mismos podrías inyectarle un poco más de emoción para darle fuerza, por ejemplo donde el pobre desgraciado se dice: "“Pensá, pendejo, pensá. Te babosearon, pendejo”" podría ser "Pensá pendejo...¡pensá!. Te babosearon pendejo" o algo así. Por lo demás muy bueno.

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  2. Me gusta cómo iniciás y terminás con lo mismo. A pesar de que no hay mucha acción me dice mucho de los personajes y me hace imaginarme un antes y un después.

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  3. Me gustó mucho, principalmente la ironía del final y cómo hilas el texto a partir de la expresión "Moja Babosos". Yo también me pude imaginar muy bien a los personajes, una en el tapanco y otro bajo la lluvia.

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