variopinto

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Cielos robados

Cielos robados
(Por Nicté Walls)

Cuando le dejaron la tarea, le pareció una ridiculez.

Un epistolario, una colección de cartas famosas copiadas con su propia letra y escritas en papel manchado con café en polvo para que pareciera pergamino.

No le gustaba tener que cambiar sus búsquedas nocturnas de tetas descomunales y adolescentes masturbándose para encontrar esas cartas que el famoso profesor que lo odiaba le había dejado como último recurso para ganar el año.

HORNY GIRL dice: Hola...

El sonido le indicó que alguien quería chatear, horny girl ponía de nuevo su cámara entre las piernas para mostrarle su cuerpo y tener una deliciosa sesión de sexo virtual,

YO: Hola chica, ¿lista para la acción?

Durante la siguiente media hora vio los juguetes sexuales de ella en la pantalla, y se masturbó con los juguetes que ella le había enseñado a construir, ambos sin verse las caras, una extraña relación que duraba casi medio año.

HORNY GIRL dice: Gracias por la compañía, hasta pronto

Se limpió y regresó a la máquina a buscar la dichosa tarea:

Epistolario romántico

google le tiró miles de resultados, se perdió en la lectura de cartas de amor y de alguna forma cayó en los clásicos Abelardo y Eloísa, le pareció absurdo, el lenguaje, la forma, pero le gustó la historia de un hombre castrado por amor que sufre por no poder seguir amando físicamente al objeto de sus sueños. Su falta de actividad sexual física no impedía imaginarse al hombre castrado, verse negado a volver a penetrarla, vivir como un loco sin pecado, sin poder tocarse a si mismo, sin poder desear a una mujer.

Cuando entregó el trabajo el maestro le dijo "bien, ¿vió la película?" y recibió el legajo sin ponerle mucha atención. Para él sólo era papel y la humillación a un estudiante mediocre.

Cuando llegó a su casa dejó bajando la película y la vió varias veces al día siguiente, sin poder dejar de sentirse angustiado por aquel hombre y sin poder dejar de imaginar el amor físico tan perfecto.

HORNY GIRL dice: Hola...

No estaba listo para volver al sexo virtual, le rogó, le lloró que se dejara ver, le envió la película, necesitaba sentirse completo luego de redactar tantas cartas de dolor.

HORNY GIRL dice: Esta bien, mañana, en el parqueo del centro comercial.

Terminaron en un motel, abrazados, sin que importase mucho el físico y la atracción, lo imprescindible era terminar, hacer realidad la fantasía.

Una y otra vez cayeron en la trampa, invulnerables, valientes, jóvenes.

Mientras recuerda su primera vez, él intenta alejar el dolor que se acerca a su piel, hace unos días que lo sigue este enorme carro negro, hace unos días que sabe quién es el dueño, hace unas horas lo subieron cuatro hombres y hace un minuto descubrió que se va a convertir en Abelardo.

Making of

Making of
(Por Tania Hernández)
Editado

Me imagino una escenografía purista. Una habitación a media luz, la mesita de cristal, impecable y sobre ella, dos copas y una botella de vino. La música elegida, una mezcla de jazz y blues, conforma el soundtrack perfecto para la seducción. No creo que las historias de Nicolás tengan la pretensión del cine de autor. Tampoco que haya originalidad en sus argumentos. Se podría decir, sí, que tienen el encanto minimalista de una película porno. Ellas llegan a la cita en su apartamento, toman unas copas con él y luego se las lleva a la cama. Al día siguiente, la despedida, mentir con un “te llamo luego”, para finalizar con un primer plano de Nicolás frente al espejo y la voz en off de su ego recitando los créditos.

Pero la vida, aún la más monótona, no es una simple sucesión de remakes. De vez en cuando, como puede que suceda esta noche, a un director como Nicolás se le cruza un personaje como Sofía quien, haciendo alarde de un exquisito dominio de escena, le arrebata el guión y le cambia, en una sola toma, el género de la película.

El único problema de esto será que, luego de haber participado en el corto, Nicolás se quedará con ganas de seguir rodando, llamará a Sofía mil veces y le rogará un papel protagónico en su largometraje. No le va a ser fácil. La conozco bien y sé que es muy exigente en los castings.

Yo, por mi parte, tendré que esperar hasta mañana para que mi hermana Sofía me llame y me cuente si el desenlace de esta historia podría tener un Happy End.

El cabrón de la lica

El cabrón de la lica
(Por Edy González)

Sentado en una de las butacas de en medio, junto a su amiga, estaba Guillermo, el Guille para los cuates, las fuertes imágenes de la película Inhala consumían sus miradas, el la llevo con la esperanza de abrazarla y tal vez de hurtarle un beso, pero la película ya estaba avanzada y el Guille aun no se decidía, ¡de pronto! La escena que esperaba, Penélope Cruz se fundía en pasión con Johnny Depp, las suprarrenales del Guille empezaban a secretar, inundado de adrenalina, susurra al oído de su amiga…

-¿que harías si te doy un beso?
- No se -responde la amiga.

Poco a poco el Guille va soltando su agua y con sutil disimulo rodea con su brazo derecho a su dócil amiga, ya con el brazo sobre sus hombros, pregunta..

-¿Te enojas, si te doy un beso?
- ¡Hay Guille! ¡Lo que me pregunta!

Sin sosiego, y moviéndose constantemente el Guille seguía hurgando dentro de su cabeza, buscando la forma de arrebatarle un beso a su amiga, “La Flaca” como le llamaban los cuates.

George (Johnny Depp, el personaje central de la película) ya había perdido todo su dinero y había sido apresado por la policía, señal inequívoca que la película estaba por terminar, entones el Guille pensó…

- ¡Hoy si! ¡Ahora es cuando chile verde…!
- Mira, no te vayas a enojar conmigo, pero yo te voy a dar un beso, ¡oíste!...

Terminando de hablar estaba, cuando de romplón irrumpe un desadaptado, diciendo…
- ¡ Ya Shoo, mano! ¡ Socátela ya! y cállate, deja ver la lica ¡hombre!...


Rebalsado en pena, el pobre Guille sintió morir, sus pobres glándulas casi implosiónan, sin tardar saca su brazo de entre la butaca y la espalda de su amiga, toma su agua con la mano y bebe un sorbo…..

- Guille, no les haga caso hombre, mejor acérquese y déme un beso -dijo la flaca.
- Sin esperar la Flaca se echo sobre su lado izquierdo y beso los labios fríos pero apasionados del Guille, así paso, así fue, aunque para los cuates del Guille el siempre fue “el cabrón de la película”.

La cólera en tiempos del (des) amor.

La cólera en tiempos del (des)amor
(Por Juan Pensamiento)

Acostado a oscuras en su cama, con el corazón latiendo muy fuerte y un poco de dolor ya en el antebrazo, sabía que había sido un desperdicio haber amado tanto a esa maldita basura con cuyo recuerdo se estaba masturbando.

Nota de Manu: Este cuento pertenece a los Micro Cuentos, lo dejo aqui para que no pase desapercibido. ¡Gracias Juan por tu aporte!

Cortometraje

Cortometraje
(Por Lester Oliveros)


Me miraba pensando que alguien del más allá me filmaba y la gente, incluyendo a mi familia, eran extras de mi propia película. Un día se lo confié a mi hermana Claudie y ella me siguió el juego con un humor cómplice:

- Entonces yo sólo estoy aquí para que tu película siempre esté en cartelera –me confirmó con su carita sonriente de poeta.

Era esa edad en la que uno imagina que va volando en un avión cuando va corriendo por la calle con los brazos abiertos. Crecimos, saludando a los aviones desde la terraza. Vimos juntos muchas películas de Hollywood en las que a ella le daba por llorar al final. Ya para esa época me daba risa pensar en la idea extravagante de que todos en el mundo eran actores sólo para mi película. Claudie me contó una noche la historia real de un hombre que tenía dos mujeres y estaba enamorado furiosamente de las dos, tanto, que al no poder corresponder al amor que cada una le exigía como único, se pegó un tiro en un cuarto de hotel de la 17 calle. Me pareció interesante filmar un cortometraje con ese tema.

Aprendí con mi hermana sobre algunas películas de Kurosawa y de Alfred Hitchcok. Mientras mirábamos Birds, se volteó y me dijo en voz baja que había soñado que una mujer desconocida, junto con sus amigas de promoción se estrellaba contra un camión camino a la playa. Me sugirió que podía ser un buen tema para otro cortometraje.

Una mañana, después de una semana de trabajo duro, me llamó una mujer desde Escuintla, para decirme que Claudie había muerto en un accidente de carretera camino al puerto de San José.
Déjà vu.

Sentí en el momento que eso ya lo había soñado, pero era el recuerdo de la clarividencia de mi hermana. Luego, como un fogonazo, sentí de nuevo la sensación cierta que alguien acababa de terminar de filmar la historia de Claudie y los extras, todos nosotros al fondo, nos quedábamos sin trabajo.

Los dulcitos con la M

Los dulcitos con la M
(Por Manuel Solórzano)

Recuerdo que fue la primera vez que fuimos al cine, lo que no recuerdo es qué película fue la que proyectaron esa noche que marcó nuestra historia…

Creo que nunca voy a entender el por qué los hombres tratan de impresionarnos con cosas que en realidad no ameritan ser impresionantes, pero ellos así son; allí estaba él haciendo gala de malabarista con aquel extraño azafate hecho para encajar en el porta-vasos de la butaca más no pensado para su fácil traslado. Menos cuando tiene encima dos vasos de agua, estratégicamente colocados porque “es lo que mantiene el balance”, -según el-, dos hot-dog con varias servilletas atrapadas debajo de uno de ellos, una caja de poporopos en el centro del azafate, y una bolsita celeste de M&M, en la orilla, esa si la agarré yo porque me miraba mal sin nada en las manos.

- Sus boletos por favor…

- Si, eehh. ¿No te dí a ti los boletos? - Me preguntó con esa cara de confusión que siempre hace.

- Por qué los voy a tener yo si no me has dejado que te ayude a cargar nada.
- Alagran, ¿qué los hice? – Hasta allí había llegado su intento de impresionar-. ¡ah! Estan en mi billetera, los puse allí cuando guardé el vuelto.

- Dame el azafate – Le dije. No pretendía meter mi mano allí para sacar su billetera, apenas nos conocíamos.

- A ver pues, toma, con cuidado. – Tosesitas desesperadas se empezaban a oír atrás de nosotros.

- Aquí están joven.

- Gracias, pasen adelante.

Siempre me han gustado esos hot-dog, lástima que les pasan las del clavadista, tarda más la preparación que la zambullida. Pero allí estaban los famosos poporopos para terminar de engañar al estomago.

Al fin terminaron los anuncios y empezó la película, todo iba bien hasta que le extendí la mano para que me diera uno de esos dulcitos con la M encima porque ví que ya los había abierto. Después de un momento en que no recibí nada pensé que no había visto mi gesto y la acerqué un poco más. Lo siguiente que sentí fue su mano sobre la mía y como la acercaba a su boca para en lugar de un dulce darme uno de los besos más tiernos que he recibido, un beso suave en la palma de mi mano. Temblor, perplejidad, escalofríos, nerviosismo, tanto que no pude mover mi mano por varios segundos…

Con razón ni me acuerdo de qué película era, lo que si es cierto es que ya van varios años y nunca pude volver a moverme de su lado como en aquella sala de cine y luego de muchos momentos como ese, aquella M del dichoso dulcito años más tarde se convirtió en M de Matrimonio.

Piel de asno

Piel de asno
(Por Patricia Cortez)


Piel de asno se quita la piel del burro mientras se limpia con el dorso de la mano la cara embarrada de hollín.

-Papi, comprame un agua-

El bullicio es increíble en aquel cine de pueblo donde bancas de madera sin respaldo hacen las veces de butacas. La gente charla sin prestar atención a la imagen en la pantalla ni al sonido en un francés incomprensible. Una niña, parada sobre la banca mira apenas la pantalla y exige golosinas, las luces no se apagaron por completo y la pantalla se ve clara. Aún así se distinguen las imágenes en colores brillantes.

Angélica come una tostada que se desmorona en sus manos, ya tiene parte de la falda cubierta de zanahoria y carne molida, con los ojos fijos en la pantalla deletrea con dificultad los diálogos que pasan demasiado rápido, pero puede ver el gesto de la muchacha rubia que se ha quitado la piel de asno y ahora se ve hermosa y sonríe ante un hombre que parece un príncipe y se burla de ella. Angélica se siente como piel de asno.

Miguel intenta alcanzar a alguno de los vendedores que pasan con cubetas y canastos, la niña sigue brincando y pidiendo golosinas, la película pasa a sus espaldas mientras trata de calmarla.

Angélica ve a Miguel, sus ojos se chocan, ella baja la cabeza como de costumbre, él la mira, sonríe y la invita con un gesto a acercarse. Angélica duda, es domingo, pero no puede evadirse de la mirada de Miguel, se pone de pie y se acerca a la niña que la reconoce de inmediato y se le lanza encima, la tostada vuela de sus manos y cae al suelo.

-no se preocupe Angélica, yo le compro otra, quédese con la niña por favor-

Angélica se sienta al lado de Paula con rostro resignado, se alisa la falda con las manos y con voz suave y firme le ordena a la niña que se siente, la niña obedece.

Miguel regresa con otra tostada, una gaseosa en bolsa y un paquete de cigarros, entrega la tostada a Angélica que la recibe con la cabeza baja, la gaseosa a la niña que sigue sentada en silencio y abre la cajetilla de cigarros para fumar y seguir viendo con desgano la pantalla.

Las escenas del filme son cada vez más bizarras, Catherine Deneuve vuelve a ser la hermosa princesa y se casa con el príncipe moreno y bizantino que se ha enamorado de ella al encontrar un anillo de diamante dentro de un pastel. Fin, títulos y pantalla que cambia a negro.

Las luces se encienden, Miguel se pone de pie, Angélica alza a Paula, la pone de pie sobre la banca y le arregla el cabello y el vestido.

Miguel sale de la galera seguido por Angélica y Paula que van de la mano, Paula camina dando brinquitos.

Afuera, frente al auto, Miguel se detiene y su expresión cambia

-perdone Angélica, ya sé que es Domingo, ¿quiere que la lleve a su casa?-
-No gracias Don Miguel, puedo caminar desde aquí, nos vemos mañana-

La niña se aferra a la pierna de Angélica

-Venite con nosotros a la casita mami, no te vayás-

Angélica la separa con firmeza.

-perdone de nuevo Angélica, ya sabe…, desde que Antonia se fue…, usted ha estado con ella…perdone de nuevo, nos vamos ya, Paula, sube al carro nena, nos vamos-

El automóvil se va, Angélica camina por la acera,

-y vos, ¿ya te acostaste con el patrón?

Angélica voltea sonriendo:
-no, es la nena la que está confundida-

-pues deberías aprovecharte, hacé como en la película, ponele un anillo en el pastel, si no se lo traga, tal vez se enamore de vos-
Angélica sonríe, toca su anillo, un aro de latón con una planchita que dice “te amo”, lo compró ayer, después de ver la película por primera vez.

Jesucristo Superestrella

Jesucristo Superestrella
(Por Gerardo Galvez)


Cine Capri, cuatro de la tarde de un sábado 4 de abril de 1974.

“Jesucristo Superestrella” en estreno. La entrada del cine abarrotada de hippies impacientes de ver a Jesucristo en jeans y cantando música rock.
Los papás habían aprobado la salida al cine, puesto que Aurelia presenciaría una película de Nuestro Señor.

Gabriel la esperaba impaciente en la cola: la ilusión de ver a Aurelia con su blusa de manta blanca y sus jeans “Outerlimits” pegados a sus nacientes nalgas era motivo suficiente, no sólo para presenciar este estreno. Con Aurelia era capaz de ver las mediocres western Italianas de “Trinity” que pasaban en El Variedades.

Aurelia y Gabriel se sentaron en platea en aquellas mullidas butacas del Capri de terciopelo rojo. El cine se encontraba abarrotado completamente, y se escuchaban comentarios como:

-Dicen que el Judas es un negro cerote que canta lindo-

-Que aparecen los judíos que crucificaron a Jesús con metrallas-

La verdad es que Gabriel y Aurelia esperaban que se apagaran las luces para tomarse la mano, y en los anuncios y presentaciones previas se acariciaban los dedos en un roce tenso a la espera del momento.

Y al salir rugiendo el león de la Metro Goldwin Mayer, Gabriel abrazaba la espalda de Aurelia que se inclinaba adelante para dejar pasar el brazo de Gabriel por encima de ella. Aurelia volteaba en aquella oscuridad al rostro de Gabriel y le sonría como niña traviesa en espera de su fechoría. Gabriel tocaba con su mano la costura del brassiere de Aurelia justamente cuando su pecho se comenzaba a abultar.

Y Jesús en un bus, con un Judas negro, centuriones con ametralladoras y una María Magdalena que no sabía cómo amarlo…

Les llegó el aroma de una hierba que no era tabaco: era dulce, profunda, densa.
Gabriel se animó a tomarle la barbilla a Aurelia, voltearla hacia él, y besarla insertando su lengua en la boca, y en ese intervalo, aprovechaba tocar sus pechos.

De repente comenzaron a escuchar la música, la danza y el encuentro de Jesús con Judas Iscariote y todo el cine brincando de emoción.

Gabriel se animó entonces a poner la mano entre las piernas de Aurelia quién dio un sobresalto y volteó su mirada a todos lados, indagando que ninguno hubiera presenciado tal escena.
La Última Cena, en un campo, con un río cristalino que corría apaciblemente, mientras Jesús les diría que el negro ese era el traidor y que por treinta monedas lo había canjeado…

Una voz gritó desde el Palco:

-Mejor que Belice no sea nuestro, tanto negro cerote traicionero- su respuesta fue la rechifla general del público que no permitía que nada interrumpiera la presentación de ese Jesús hippie.

Aurelia tomo la mano de Gabriel y la puso entre sus piernas: permitió que Gabriel tocara la tela que protegía su intimidad de la sociedad. Lo dirigía ella, por sus partes inferiores, hasta cuando llegó a los muslos, donde Aurelia de forma firme impidió el paso.

Y era el momento de la Crucifixión y la muerte abandonando a aquel cuerpo del que cambió el mundo. De repente, todos los actores se suben a un bus, y lo dejan allí…colgado.

Se encienden las luces, la gente se le levanta, se estiran y otros aplauden.

Aurelia se voltea a Gabriel y le susurra al oído:

-Qué película tan rara!!!!!- y sonríe cándidamente mientras caminan afuera del cine tomados de la mano…

Hollywood II

Hollywood II
(Por Fabiola Arrivillaga)


Alicia vivía en el país de las maravillas cuando nació su hija.
Durante los años que vivieron juntas, se esmeró por criarla conforme a los más arraigados principios académicos. De esta cuenta la pequeña, que había sido bautizada como Giselle por sus encantos, se encariñó con un cerdito como Fern en “Charlotte's web”, inspeccionó terrenos peligrosos como cualquier “goonie”, se volvió una “Lolita” durante su adolescencia y se embarazó como “Juno”, se mudó a Montmartre a vivir con una sonrisa bien puesta y se cambió el nombre a Amélie. Durante esa etapa la abandonó el novio, que no soportó ni un minuto ese carácter horrible de Melvin Udall que había desarrollado, y que sólo las meseras rubias y delgadas podían tolerar. Tras dar a luz en la sala de emergencias de un hospital plagado de enfermos epidémicos, tomó la decisión de enviar a su bebé por correo a una tía, que luego iniciaría, con la cara del bebé como bandera, un próspero negocio de compotas; entonces, enloqueció y se volvió un monstruo, tan parecido a Kathy Bates en “Misery”, que hasta ella misma se daba miedo. Sola, aislada en su cabaña, pero en paz con su destino, la muerte la sorprendió cuando un montón de marcianos descendieron de los cielos en pleno 15 de septiembre.
Alicia cumplió bien su propósito, pero olvidó enseñarle a la hija que toda película puede retrocederse o ponerse en stop.

Hollywood

Hollywood
(Por Fabiola Arrivillaga)


Era esquizofrenia, no cabía duda. Era el delirio, cada vez más alucinado, de ser vista todo el tiempo. La sensación de dejavú, el jurar que había vivido lo mismo una y mil veces, había terminado por convencerlos de que estaba loca; y el médico, con rimbombante y sonante apellido, no dudó en emitir, con voz solemne y grave, el veredicto:¡está loca! Loca y condenada a pasar el resto de sus días en aquella celda de paredes acolchonadas, donde todo estaba blanco, tan blanco que dolía, tan blanco que aterraba; donde se hacía más cierta la sospecha de ser observada todo el tiempo, por los médicos, el demás personal del psiquiátrico y esos ojos que ella sentía traspasarle la vida, a veces desde el techo, a veces desde el fondo...¿El fondo de qué? No sabía, pero era una sensación vertiginosa la que la invadía cada vez que pensaba en la idea de su privacidad al descubierto. Y sufrió hasta quedarse dormida.

Amaneció otra vez y en el mismo sitio que el día anterior: su cama en la vieja casa suburbana de dos niveles, con la escalinata de madera y baranda blanca de torneados adornos. Se levantó, corrió sus cortinas de dacrón transparente y, al ver por la ventana, de nuevo se llenó de inquietud y de angustia. Era observada. Clavó la mirada fija en el arbusto que servía de barda a su vivienda, como esperando ver otro par de ojos, cuando reaccionó: ¡allí no había nadie! Pasó revista a la calle: el niño que repartía periódicos desde su bicicleta, el vecino gordo que intentaba – por milésima vez en su vida, pensó burlona – hacer algo de ejercicio, el perro del viejo veterano de guerra orinando un árbol y el gato escarbando en la basura. Una mañana normal para todos, menos para ella que, como si hubiera vivido esto mil veces, casi pudo adivinar con qué palabras su madre anunciaría el desayuno y la apuraría a irse a la escuela. Estaba además, segura de la música que sonaría en el bus escolar – y, por cierto, acertó. Entonces decidió dar un giro al día y buscar quién le diera una manita para comprender toda esta ebullición de pensamientos, sentimientos y ansiedades.

No entró a la escuela, se fue directo con la anciana que vivía en el caserón frente al supermercado, a pocas cuadras de distancia. La mujer era conocida por sus dotes de adivina, de psíquica, adquiridos, según dicen, en su juventud, cuando vivía en una barcaza en los pantanos cercanos a Nueva Orleans. Era una enorme mujer, negra como el asfalto pero dulce como un waffle con miel. Fumaba un igualmente enorme puro cuando ella entró a buscarla. Bienvenida, le dijo, sabía que vendrías a buscarme. La muchacha no soltó palabra, pero la vieja tampoco esperaba escuchar; con la vehemencia de los que, como ella, poseen el don, comenzó por demostrarle lo bien que conocía los sentimientos más profundos de su atormentado corazón, y también le describió su temor a los ojos siempre ausentes, pero siempre acechándola. Es verdad, pero nunca son los mismos, le confirmó la adivina, a veces son más y otras menos. Es verdad, siempre te ven, concluyó, pero no consigo sentir de quienes se trata, ni si están muertos o viven. Te observan, fueron sus últimas palabras antes de que la infeliz saliera espantada de aquel lugar, no sin antes poner el billete en la mesa que la vieja enrolló y guardó bajo el mantel.

Con la paranoia a niveles absurdamente altos, corrió por las calles hasta llegar a casa, exhausta y sucia. Eran las once de la mañana. Se encerró en su cuarto, corrió las cortinas y se escondió entre las sábanas pero fue inútil, las miradas invisibles quemaban su piel como un ácido. Gritó, lloró, quiso matarse pero no se atrevía a salir de su cueva de guata y algodón. Tras la puerta su madre, que ya había pedido auxilio a un médico amigo, le suplicaba que abriera la puerta, le rogaba que no se hiciera daño y, con desconsuelo, rompió en llanto. Varios hombres del vecindario llegaron también a salvar a la viuda y su hija; luego de más de dos horas luchando, tumbaron la puerta y entraron. Allí estaba ella, fugada del mundo, tirada en el piso, bajo el grueso edredón de quilt, cubriéndose los ojos con ambas manos y meciéndose de adelante para atrás, frenética. Madre y médico, sin hablar, cruzaron una mirada de pena y resignación: era la herencia del padre desquiciado, muerto hace años. Estaba loca.
Era esquizofrenia, no cabía duda... Y cinco minutos más tarde, luego de que los créditos terminaron de realizar su aburrido desfile sobre la pantalla, cuando ya todas las luces se encendieron y los 73 espectadores abandonaron el local, el proyector fue apagado y un pesado candado cerró, hasta la función de las seis del día siguiente, la puerta del cine.

Películas Caseras

Películas Caseras
(Por Olga Contreras)

-¿Qué película pondrá hoy? – se preguntaba mientras se maquillaba y se quitaba la ropa. Siempre tenía que llegar a la sala de proyección con nada más que una bata pues su marido le dejaba en el baño la ropa que debía usar para esa noche.

Todo había comenzado como un juego excitante. Los dos eran cinéfilos y esa era la única pasión suya que ella soportaba. Incluso había mandado a hacer una pequeña sala de cine en la parte de atrás de la casa. Butacas de capitán de puro cuero negro, alfombra a cuadros, el más moderno equipo de proyección digital, un barcito bien equipado.

-¿Qué te parece chiquita si una vez al mes ponemos una película y nosotros después actuamos las escenas más candentes? – le propuso un día.

- ¡Ala, qué buena idea papi! ¡Si, si, hagámoslo!- contestó ella realmente entusiasmada.

La primera película que “hicieron” fue Nueve semanas y media y contadas veces –con una mano y le sobraban dedos- se había divertido tanto con él. Si bien el casarse por pura conveniencia le había resultado bastante provechoso, había tenido que sacrificar muchas cosas como el amor de su vida; el tener que aguantar las exigencias sexuales de este gordo asqueroso con olor a cebo, que la dejaba siempre babeada, adolorida e insatisfecha.

Luego vino Henry y June y hasta había contratado a una tipa para poder hacer las escenas de tríos. Las siguientes fueron casi todas medias porno en las que a ella le había tocado hacer la mayor parte. Él sólo miraba y participaba ya a la hora del “gran final”. Pero la última vez vieron Átame de Pedro Almodóvar. Se le erizaba todo sólo de recordar la apaleada que le había puesto. Por lo menos el maldito tuvo la decencia de mandarla a primera hora con el mejor cirujano plástico para que no le quedaran marcas.

Como todos los golpeadores juró por su madre no volverlo a hacer y que de ahora en adelante se iba a dedicar a buscar películas menos violentas, más románticas, algo con trama de amor real y verdadero.

Caminó con algo de miedo y mucho desgano a la salita de cine, entró al baño y encontró un vestido, pero no era nuevo, era de ella, se lo había comprado hace como tres meses. Le pareció extraño pero se lo puso y salió a la sala que ya estaba a oscuras, sólo alumbrada por las luces tenues del piso.

-En tu lugar te dejé una copa de vino, para que te relajes -le dijo él con su voz chillona y nasal. Como te prometí, la película de hoy es de amor, basada en una historia real.

Se tomó el vino de un solo golpe. Comenzó la película y ella sólo alcanzó a ver con horror cómo se proyectaban en la pantalla escenas medio borrosas tomadas en una cama de hotel donde los protagonistas eran ella y su anterior marido. Veía entre llanto y con una cierta excitación cómo hacían el amor, cómo después de hacerlo hablaban y se juraban amor eterno. Las escenas se repetían, lo único que variaba era la ropa, el motel, las poses.

-¿Y ahora qué hago, qué le digo?- pensaba mientras trataba de verlo a él en la penumbra.

-No digás nada chiquita, no quiero oír nada. Yo se que te casaste conmigo por dinero, por salir de aquel lugar y así tener las cosas que creías merecer sólo por ser bonita o es que encima de todo ¿me crees tarado? Pero yo me hacía el loco por amor, con tal de tenerte cerca, de poder verte y tocarte como a mí me gusta, por oírte reír con mis chistes ¿o sos tan perra que hasta esas risas fingías?-
-Papi, espera que te explico- logró susurrar desde su butaca.

-No- dijo él con la voz quebrada- siempre quisiste llevar una vida de estrella, tipo Hollywood y te fallé. Pero como te amo tanto, mi chiquita, lo que sí puedo darte es una muerte de película.

Ella alcanzó a ver su enorme figura al salir de la sala, quiso pararse, correr tras él, explicarle, mentirle, rogarle, convencerlo de alguna forma, pero sus pies no le respondieron. La butaca la retenía presa con cuerdas invisibles, no podía moverse, sentía que su cuerpo era más pesado que su mismo marido.

-Mierda, este desgraciado me puso algo en el vino- pensó. Apenas sentía las lágrimas rodar por su cara. Poco a poco su respiración no fue más que exhalaciones.

En la pantalla sólo alcanzó a leer el título de la película Reversal of Fortune

-Lástima, ha de ser buena, es con Glenn Close y Jeremy Irons- fue lo último que alcanzó a pensar.

Importantes...

Hemos recibido la propuesta de Lucía Escobar (Lucha) de que el próximo tema, para el Martes 31, sea Cuentos de Cine y esto porque existe la posibilidad de publicar algunos cuentos en edición de Revista Ati; yo soy de la idea de, luego de tener todos los cuentos publicados en Martesadas, agregar una encuesta para que todos votemos (obviamente no por el propio) para que Lucía tenga un ranking de los más aceptados y su equipo editorial decida cuántos y cuáles publica. Esto de decir "mejores" y "no tan mejores" pues como que no resulta bonito pero como ya somos grandecitos estoy seguro que lo tomaremos por el lado amable.

Lucía, pregunto...será necesario contar con alguna notita expresa en donde cedemos los derechos de publicación de nuestros cuentos...¿? la verdad no se cómo se maneje esto así que te dejo la palabra a ti...

Manu.

Concursos...

¿Los concursos muestran si nuestra literatura es buena?


Participar para ganar, concursar por concursar. A menudo, cuando nos atrevemos a participar en este tema de los concursos de literatura, no tenemos en cuenta varias cosas a la hora de hacerlo. Porque se trata de preguntarnos ¿porque lo hacemos?

Cuando participamos en un concurso de los mas de 2000 que pueden existir perfectamente en España lo hacemos con ilusión, pero después de un tiempo esperando una respuesta del jurado, de esas personas que consideran lo que está bien escrito y lo que no lo está, nos solemos llevar un buen chasco. Creo que principalmente por la gran cantidad de gente que habita estos acontecimientos literarios. Todo esto se llega a convertir en una verdadera tómbola. A menudo vemos concursos a los que se han presentado 600 o 700 personas. Entonces nos preguntamos ¿como quedar el primero?, la respuesta es mas bien sencilla, no queriendo quedar el primero.

Para los que no lo entiendan, me gustaría decirles algo para explicarlo, esto no es un partido de baloncesto ni de Tenis, se trata de una pasión y una forma de ver y saborear la vida. La literatura es amor y odio, pero sobre todo frustración. Frustración por no poder ganar, por no poder vivir como uno quiere, comprendiendo y expresando lo que se ve del mundo.

Por último, solo me queda llegar a una conclusión sobre esto. Si quieres participar en concursos , hazlo, pero no intentes esperar aprobación por parte de estos. Lo que escribes solo será bueno cuando a ti te guste, mientras no te parezca que está bien, no lo estará, ganar un concurso no significa ser un buen escrito y de la misma manera, perderlo no significa ser un mal escritor, ya que los concursos son meras formalidades y algún que otro premio.


Por: Dani Lanza

Cine sobre todo

El pasado Domingo 22 de Agosto salio publicado en Siglo XXI un artículo que hace referencia al blog http://www.cinesobretodo.blogspot.com/ de una de nuestra más activas escritoras.
¡Felicidades Ixmu!
(Para ver el artículo hacer Click en la imagen)

Media vida

Media vida
(Por Orlando Gutiérrez Gross)

Tanto dinero llegó a tener, y ¿para qué? Para terminar encerrada tras las rejas. Sin una sola visita, con la esperanza de regresar algún día a ver a su amor verdadero. Después de media vida, el momento tan anhelado llegó. Él no la fue a esperar, le dijeron que le vería en casa. No fue así. Había fallecido la semana anterior. Ya no le quedaba nada, pensó. No era cierto, su vida era una novela digna de llevar al cine, que le traería de vuelta todo el dinero que en algún momento tanto había deseado.

El asalto

El asalto
(Por Quique Martínez)

A José Napoleón le daba lo mismo, igual el celular ese tenía la manía de susurrarle malas noticias al oído.

Llegó asustado

Llegó asustado
(Por Lester Oliveros R.)

Estaba allí queriendo pasar inadvertido viendo las carteleras del cine Capitol. Eran las seis de la tarde. El cielo se iba poniendo gris en esos degrades que vuelven las calles un dibujo a tinta china. Se imaginaba mayor por el solo hecho de estar pensando en ver una película prohibida. Emanuelle, leyó y repitió su nombre mentalmente muchas veces. Vio el afiche y encontró la imagen de una rubia sentada en una silla de un alto respaldo de mimbre. Fantaseó. Caminó decidido escondiendo la vergüenza. Pagó apareciendo en la ventanilla con una actitud de hombre mayor. Subió las gradas sosteniendo la respiración, sin ver a ninguno de los que subían, como el y entraban por una puertecita roja. Adentro todavía estaban encendidas las luces. No sabía como actuar, qué hacer. Vio que eran pocos en la sala grande. Se oía, en el silencio tenso, el rechinar de las butacas ante la impaciencia. Apagaron las luces por fin. Todos se acomodaron. Vio la imagen de una mujer masturbándose en un camarote de barco. Era la mujer del cartel mujer completamente desnuda seduciendo a todos y multiplicada en tamaño. Hablaban en francés y los titulares se apreciaban borrosos. Un grupo de marinos la observaban. Uno de ellos se adelantaba y empezaba la escena erótica en la cara de placer de la mujer. El marino negro la posee sin ponerle atención a ninguno de sus compañeros. La mujer llama a uno más y empieza el juego de repulsión y atracción insaciable. Otro marino se adelanta y la escena termina en un acercamiento del rostro fuera de si de Emanuelle gimiendo de placer. Puede sentir como su corazón palpita de emoción. El se imagina siendo otro marinero. Advierte que algunos encendieron sus cigarros. Pero todo sigue oscuro y sólo puede ver el humo subiendo lentamente. Fantasea de nuevo con una mujer llegando lentamente desde la puerta enseñándole su escote y desnudando sólo para él un muslo deseable. Se empieza a acariciar hasta sentir que la mujer, Emanuelle, que ahora está en una tina con el, imagina que el es el amante, y hace su primer esfuerzo sobrenatural por creerlo completamente, por sentir que esta a punto de hacerlo con ella y llegar al centro de todo lo que desea. El milagro se hace y logra eyacular en silencio, sin llamar la atención, viendo las torrecitas de humo desplomarse frente al invento de la desnudez completa. Salió en busca de una mujer de verdad.
Lo demás, era curiosidad. Quién de todos esos tipos que se escondían entre las butacas podría reconocer que estaba jugando a hombre grande.

F.B.

F.B.
(Por Nicté Walls)

Lo vió de lejos en el restaurante, el cabello más largo, las sienes más canas, recordó la última noche que se vieron en persona, hacía más de 10 años, y el beso... Comparó con las fotos del site donde lo reencontró, -ha cambiado-pensó, son muchos años, además miente en la red,así es más fácil-.
Se paró frente a él, sin sentarse "hola Miguel", Miguel alzó el rostro sorprendido, "no, no te asustes, abajo de la barba, sigo siendo Marta".

Fuga en Invierno

Fuga de Invierno
(Por Fabiola Arrivillaga)

María terminó de doblar y empacar las cosas que ya no le servirían. Hacía dos horas que todos se marcharon, luego del funeral de la vieja. Estaba sola en el caserón de paredes rotas, de sueños rotos, de años vacíos. Ni hijos, ni metas cumplidas, sólo la pesadilla de esa ya lejana tarde gris en la que descubrió que la infancia era un mito, cuando esos dos hombres, los amigos de la vieja...¡los amigos de la vieja! Aquello fue solo el principio. Una lágrima resbaló por su mejilla y al hacerlo le dejó pintado el recuerdo de los años sin gloria, sin vida, llenos de ilusiones absurdas. Esa gota de agua salada quería huir de su cuerpo y de aquella casa, ahora que podía, saltando por la ventana, pero no pudo. Cayó convertida en trocito de hielo, se mezcló con la mancha roja y oscura, tan negra y profunda como la oscuridad de su alma que quería arrepentirse, pero no lo hacía. Se perdió como sus sueños, abandonados hacía mucho. Del filo de la navaja todavía escurría su sangre. Había llegado el invierno y sentía mucho frío. Pero ya no quedaba más tiempo.

La ilusión diaria

La ilusión diaria
(Por Gerardo Galvez)

Las gotas de lluvia nublan mi vista no distingo el bus en el cruce de “Los Encuentros”
Son las cinco de la tarde y solo imagino el olor dulce que emanan las tortillas echadas al comal para acompañar los frijoles que me servirá mi esposa.
Es viernes : Día de pago de mi jornal de albañil y llevaba mis quinientos quetzales bien acurrucados en la bolsa de mi pantalón.
A esta hora, mis hijas corren entre los milpales de mi hogar y mi chucho ladra obsesivamente a la neblina que están bajando a la tierra.
Mi mochila no me pesa, no obstante de llevar en ella las botas, el martillo, la plomada mi instrumental.
La camioneta pasa con su velocidad excesiva y la brisa que expele me moja el rostro.
“Chichavac” es mi destino …
La insistente bocina del colectivo sin frenar, para a medio kilometro de donde me encuentro..
Comienzo a correr, y por mi mente se esfuman mis tortillas al comal, mis hijas dormidas en el momento de mi llegada, los milpales tranquilos y el chucho loco que le ladra a la neblina buscando a qué lomo encaramarse.
En mi carrera desesperada casi opacada por la lluvia, distingo la columna del humo del Diesel que me indica que la camioneta parte inmediatamente: Acelero mi carrera tras ella y no tengo voz alguna para gritar.
Con impotencia observo como toma impulso y me deja atrás.
Me quedo con mi ilusión diaria
Tengo que esperar a que pase la camioneta de las siete de la noche…

La Nena

La Nena
(Por Olga Contreras)

Desde antes de nacer -la nena- ya tenía trazada una vida de princesa. Sábanas de seda, ropa europea, finas joyas, niñeras especializadas, viajes exóticos, zapatos más caros que el salario mínimo, amistades escogidas en colegios apropiados a su condición, antes que la nena tan siquiera pidiera algo, ya lo tenía. Nunca se había visto a una damita tan joven, tan bella, con tan bellos modales y ojos desiertos de emoción. Y así creció la nena, llena de todo, completamente inútil a pesar de su educación en Francia, Italia, Inglaterra, Suiza, con títulos obtenidos en temas superficiales, inservibles, vanos como ella. La juventud se fue y la nena ya arrugada se quedó sola, con sus zapatos Ferragamo y sus carteras Vuitton, sin pareja pues nadie estuvo jamás a su altura, sin amigas pues todas rápido se olvidaron de ella. Y así murió la nena, llena de todo, vacía por dentro. La vida pasó por ella sin dejar huella y ella pasó por la vida cual fantasma sin poder tocar a nadie.

La Vela

La Vela
(Por Patricia Cortez)

Tal vez era la una, no había cerca un reloj, ni campanas. Se sentó a fumar con desgano tomando sorbos de vino tibio servido quien sabe a que hora y restos de comida fría. La observó largo rato, deseando tocarla, besarla. Buscó sin encontrar una manta, una toalla o aunque fuera un pañuelo con que limpiarla un poco y se tropezó con la botella de la que bebió el último trago y salió. El ruido del hacha despertó al gallo y asustó a los zopes que se comenzaban a acercar a la casa. La puso sobre la piedra y la ofreció al dueño del infierno en el que comenzaría a vivir desde hoy.

Maniquí

Maniquí
(Por Manuel Solórzano)

¡Solo eso faltaba! ¡En vitrina! Ganas no le faltaban para salir corriendo. Ira y nostalgia de aquellos felices días que pasó en el interior de una tienda de ropa de caballero, bien vestido, distinguido; camisa Lacroix, pantalón y cincho Ralph Lauren, zapatos Johnston & Murphy y una elegante gabardina Gucci. Eso era vida. Pero todo había cambiado desde aquel día fatal de remodelación, cayó desde el segundo nivel rompiéndose y separándose en partes. Solamente lograron recuperar las piernas, la cabeza y el orgullo malherido. Lo vendieron en ganga a una boutique de ropa de dama en donde le ensamblaron las piezas que faltaban. Senos enormes, nalgas enormes, cintura diminuta y una ropa con que no lo vestían, lo untaban. Despreciaba su existencia. Lo peor era cuando paraban las camionetas enfrente de la vitrina, había llegado a contar hasta 19 hombres y 3 mujeres con las miradas fijas en su escote, ojos desorbitados y saliva a punto de caer. Sentía morir de vergüenza. Lo único que evitaba su suicidio era que a veces lo colocaban en el área de vestidores.

El retorno del Jedi

El retorno del Jedi
(Por Tania Hernández)

Esta estampita de Luke Skywalker fue lo único que me quedó el día que mi papá la arremetió contra mi álbum de colección. Uno de esos días en que parecía que, ante sus ojos, el alcohol nos convertía a mi mamá y a mí en clones enemigos. Pau-pau-pau, no necesitaba armas láser para neutralizarnos. En sus puños cabía todo el lado oscuro de la Fuerza.
Ayer se apareció por mi casa, disque para disculparse por lo de mi mamá. Le conté que Luke Skywalker es el santo de los parricidas. De niño nunca me atreví a decírselo, pero ahora ya lo sabe. Fue lo último que le dije antes de dispararle.

Chirrin...Chirrion

Chirrin... Chirrion
(Por Edy González)

A orillas de la vereda, yacía una cigarra cantando su canción de amor Chirrin…chirrion! esperando por su amada, noche seca y calurosa donde el viento recogía su cantar y lo enviaba donde quiera.

Chirrin, chirrion, escuchó la Cochosa que pasaba, muerta de cansancio y hambre caminaba por la vereda, con la esperanza de encontrar algo, chirrin…chirrion, volvía escuchar, sin mas, echo andar en dirección al misterioso cantar, ¡de pronto! la Cigarra la ve, se hincha en fuerza y chirrin, chirrion canta con emoción, viendo firme a sus ojos, pronuncio…

- Cantaba ¡desesperado!, esperando por ti y ahora que te veo, de tus besos quisiera morir, aunque te confieso ¡Nunca he probado! Una tan grande y colorida… ¡extrañada!, la Cochosa sonroja y sonriendo contesta

- Pues bien mi amado, así como tu, nunca te imagine tan pequeño y ruidoso, pero doy gracias por que estes en mi camino, agradezco tu cantar y agradezco tu esperar y ahora ven que te voy a merendar… dicho esto, extendió su húmeda lengua, abrazo a su amado y de un engullo, la cigarra a su panza fue a cantar,… chirrin, chirrión cantaba ahora feliz la Cochosa, saboreando el recuerdo de aquella efímera aventura.

Cuentos de Seducción




Nuestra Señora del Amor

Nuestra Señora del Amor
(Por Quique Martínez)

Don Olegario Hudson de la O esperaba sentado en la sala de espera a que el médico saliera a dar noticias de su mujer. Sin darse cuenta se sobaba las manos haciendo un suave rehilete empapado de sudor. Sin embargo, sus ojos no denotaban tristeza. Sólo ausencia. Era una mirada abandonada incluso por el silencio. Tenían ya alrededor de dos años de haber llegado al pueblo y nunca hicieron un amigo. Se rumoraba que un doctor del extranjero les había recomendado trasladarse a algún lugar tranquilo para que se mejorara su esposa. Y qué lugar más tranquilo que aquel, donde nunca pasaba nada. Tan nunca pasaría nada que cuando Don Olegario Hudson de la O y su esposa llegaron a ese lugar todos salieron a la ventana para ver cómo los niños del pueblo saltaban detrás de la comitiva de treinta y seis pickups cargados con baúles y armarios y muebles y flores y máquinas para hacer turrón y sirvientes de uniformes crema y turbantes amarillos. Parecía como que estaban llenando una mansión infinita en donde cabrían hasta personas.

En la noche se hizo una reunión extraordinaria de la Hermandad del Señor de las Caídas para decidir cómo se recibiría a los nuevos dueños del palacete de la parte alta del pueblo, arriba del teatro y la catedral, otrora mansión colonial de veraneo de un conquistador español. Sin embargo, a media noche, bajo una luna sin cielo, entró un carro sin escape, y sin tanta bulla dejó a los señores en la puerta, quienes entraron envueltos en un poncho de Momostenango. O eso decían al menos. El automóvil salió de nuevo llevándose a todos los empleados con turbantes y dejando sola a la pareja, a quienes no se les vería después sino en contadas ocasiones. Su único contacto era José Napoleón, el dueño de la abarrotería local y notario de la localidad, quien recibía los pedidos por teléfono y los introducía a través de la ventana de la puerta y por la misma vía recibía su dinero. Sólo importados pedían. Una vez, incluso, entró al portón para ayudarle al señor a recoger un montón de fichas que se cayeron en el piso por la transacción, y de reojo pudo ver a la señora Hudson de la O sentada en una mecedora en medio del jardín con la mirada fija en una maceta.

La siguiente persona que vería a la pareja sería el taxista que los llevaría a la clínica del pueblo vecino. Pero por más que intentó, no pudo ver el rostro a la mujer escondida dentro de los brazos del marido. Lo único que pudo contar el taxista al siguiente día, fue que cuando salió el señor, salió solo.

Cuando el doctor apareció por la puerta, con cara de situación, no hubo necesidad de decir muchas palabras.

En los siguientes días la plática oficial del poblado era cómo sería el entierro, y que qué ropa se pondrían. En el almacén hubo ofertas de vestidos negros y madrileñas de encaje. Los puestos de flores encargaron más crisantemos blancos y los más hábiles con las manos hicieron coronas de papel crepé con leyendas conmemorativas. Y sin embargo pasaron los siete días, los nueve días, los cuarenta y nada. Las lloradoras se quedaron con los colochos hechos. Seguramente, se dijeron, habían sacado el cadáver en secreto y llevado a enterrar a la capital.

A los tres meses José Napoleón recibió una llamada de Don Olegario Hudson de la O. Al principio pensó que se trataba del pedido semanal que seguía recibiendo sin reducir cantidades, a pesar de que ya el señor evidentemente se encontraba solo. Sin embargo ese día se le necesitaba en calidad de notario. Quedaron a una hora y ya. José Napoleón se fue a bañar y a reemplazar la gabacha por el tacuche. Cuando su esposa, sentada en la sala lo vio pasar por encima del tejido, con el uniforme de abogado y con el pelo embadurnado de gelatina le preguntó a dónde iba.

-Bueno, hay sólo te encargo que shutiés bien para que me vengás a contar- le dijo.

Cuando Don Olegario Hudson de la O lo saludó en la puerta, no le dio la mano. A José Napoleón le pareció raro pero se lo atribuyó a la reciente pérdida que había sufrido el pobre señor. Atravesaron el patio donde una vez vio a la señora contemplando la maceta y se percató de que las plantas estaban ya muy crecidas y descuidadas. Don Olegario lo guió hasta un amplio despacho con muebles de cuero y paredes cubiertas de madera y libros en el que se sentía un olor a humedad y polilla. Se sentó en uno de los sillones y con la mano le indicó a José Napoleón que hiciera lo mismo en el que estaba al frente. En medio de los dos había una mesa de centro demasiado separada de los sofás como para que sirviera de algo, sino para lastimarse el dedito pequeño del pie. Don Olegario empezó a hablar.

-Voy a ser rápido. Me queda poco tiempo- dijo don Olegario. –Ya usted sabrá que mi mujer murió hace unos meses. Murió de amor. Yo estoy enfermo también. Nos contagiamos mientras yo fungía como agregado cultural en la India. Nos enamoramos de una alfombra persa del mercado local. Es un padecimiento muy raro, sabe. El amor tarda en incubarse diferente tiempo en cada persona, depende de su constitución. Comienza con una seducción ligera, una euforia repentina, un deseo de hacerlo todo y no hacer nada. Luego se va perdiendo la capacidad de poner atención y llega un punto en donde no le importa nada y se mantiene flotando en un estado de silencio y ausencia. Llega un momento en donde empieza a llorar, y es allí cuando sabe que ya va a llegar su tiempo. Luego de ese momento tampoco se sabe cuándo le llegará la muerte, pero empieza a desear que sea pronto. Un poco antes del llanto es cuando ha terminado de incubar y ya puede contagiar a las demás personas. Todavía no se sabe cómo se contagia. Hoy en la mañana he llorado, por eso no he querido darle la mano antes, prefiero mantenerlo fuera de esto.

-No entiendo. Si quiere mantenerme fuera de esto, no entiendo.

-Me queda poco tiempo, le digo. Debo salir con urgencia a la India, me han informado que quizás han encontrado alguna cura para el amor. El problema es que, como no he querido contagiar a todo el pueblo, he considerado correcto conservar el cadáver de mi mujer fuera del alcance de cualquiera, dentro de una urna de cristal que trajimos con nosotros cuando regresamos de la India. Nadie debe tocarla ni acercarse a ella. Usted es la única persona con quien he tenido contacto, y además es abogado y confío en su palabra si me promete que no dirá nada. Me gustaría contratarle para que cuidara mi casa y que vigilara que nadie entre. No se cuánto tiempo estaré ausente. Le daré mucho dinero.

A José Napoleón le pareció una práctica morbosa eso de conservar a los muertos en urnas de cristal. Pero al ver la cantidad de billetes que Don Olegario sacó de la gaveta de un escritorio en el mismo despacho, se dijo a sí mismo que nadie se tenía qué enterar y que igual y necesitaba la plata. Así que aceptó. Don Olegario entregó las llaves de la vivienda y en el acto apareció un automóvil frente a la casa. Se subió sin despedirse y partió de inmediato. Mientras José Napoleón miraba cómo se alejaba se escuchó un trueno. Empezó a llover.

Durante dos meses llovió antes que se derrumbara un pedazo de montaña, arrastrando con él árboles y piedras y pilas y postes y todo lo que encontrara a su paso. Las casas se empezaron a llenar de agua y lodo. Se fue la luz. Estaba oscuro y no había a dónde ir. La gente pobre de las casas de las afueras del pueblo empezó la migración hacia las partes altas. La gente iba saliendo de su casa con cuanto tiliche podía cargar y ocupaba la del vecino más arriba. Y luego salían ambas familias para buscar otro lugar en donde no llegara el agua. Y así sucesivamente hasta que el nivel llegaba hasta los más adinerados, quienes salían, también, con las joyas de la familia en pañuelos bordados con cabellos rubios y se trasladaban más arriba. La salvación se encontraba en aquella casa arriba del teatro.

-Vos tenés las llaves, José Napoleón- le dijo su esposa., quien no sabía completamente la verdad acerca del trato del a casa, específicamente la parte de la mujer -no seás tan pura lata, con la pobre gente. Ni seás pura lata conmigo. La casa es grande y la casa está sola. Además, si no nos vamos todos para allí, nos morimos ahogados.

-Si nos vamos allí nos morimos todos también, haceme caso.

-No seas baboso, si no te venís vos conmigo dame las llaves y yo le abro al pueblo.

-Hacé lo que querrás. Yo me quedo. Ya va a parar la lluvia.

José Napoleón le dio las llaves a su mujer para que tomaran el palacete y se quedó sentado en la sala. Sería la última vez que su mujer lo vería, ya que luego, esa misma noche, moriría enterrado.

El pueblo entero esperaba la muerte, pegados contra la pared de la mansión Hudson de la O. Cuando llegó la esposa de José Napoleón con la llave todos corrieron hacia dentro y se acomodaron en donde podían, sin embargo el agua seguía subiendo y la única manera de escapar de la inundación era el segundo piso, el cual se encontraba cerrado. Entre todos los hombres tomaron un sillón del despacho y, luego de varios golpes la puerta cedió abriéndoles el camino a la salvación. Ese segundo nivel era amplio y sin divisiones, y cubría toda la extensión de la casa. Fue una noche larga.


Llegó la mañana. El primero que despertó fue el padre del pueblo. Cuando abrió los ojos pudo ver a todo el pueblo recostados unos sobre de otros en el suelo, iluminados por la luz del sol que entraba por la ventana. Había dejado de llover. En el otro extremo de la habitación algo se escondía detrás de un vidrio. Desde esa distancia se veía como una mujer viéndolo a través de una vitrina. Tenía la piel muy blanca, como de porcelana y vestía un camisón de encaje y tira bordada con listones de organza. Su cabello era brillante, castaño y ondulado, hasta la cintura. Los rizos enmarcaban un rostro hermosísimo. Las lustrosas pestañas cubrían parcialmente unos ojos grandes, como de cristal, iris tornasol y las pupilas muy grandes. Los labios carnosos y rosados como almejas frescas, a medio abrir, esbozaban una sonrisa seductora de dentadura perfecta. Ella lo estaba viendo.

-¡Milagro! ¡La virgen nos ha salvado con su amor!

Los demás despertaron al oír el grito del sacerdote, y siguieron, con la vista, la dirección que su dedo apuntaba y descubrieron la misma majestuosa figura. Todos salieron en su búsqueda y la sacaron de su urna.

-¡Nos ha regalado su imagen para que la tengamos siempre con nosotros! ¡Ella nos ama! ¡Milagro!

* * *

La limpieza y reconstrucción del pueblo duró mucho tiempo, pero todo transcurrió normal una vez salieron de la casa Hudson De La O. Habían recibido la Bendición de Nuestra Señora del Amor, como le llamarían a partir de entonces. Luego que terminaron de reparar la catedral prepararon el altar mayor para recibir la nueva imagen de la Virgen. Era un 17 de agosto, y a partir de ese año, ese día sería se celebraría su fiesta patronal. En su honor se celebró una misa con la estudiantina del colegio. El padre, conmovido por el amor de Nuestra Señora, rompió a llorar poco después de la comunión. Muchos feligreses, desconsolados, lo siguieron. La Virgen del Amor sonreía, fuera de su urna, mientras los contemplaba con sus ojos vidriosos y pupilas gigantes.

El Regalo

"Date prisa y abre tus regalos, y dejame jugar con ellos"
Fobia

El Regalo
(Por Tania Hernández)

Abrí el paquete que me había llegado por correo. Era una caja rosa con un lazo azul. Adentro, envuelto en un papel de china muy fino, se encontraba una preciosa tanga negra, de hilo dental, con un corazón de terciopelo al frente. Acaricié la tersura de la tela, pensando en Caroline. La había conocido la noche anterior, en uno de mis bares favoritos. Después de varias margaritas nos habíamos tomado tanta confianza que empezamos a hablar de nuestras vidas amorosas y terminamos hablando de nuestras preferencias en temas de ropa interior. Mencioné mi gusto por el encaje rojo y ella su adoración por el negro, y mejor aún, si lo adornaba un detalle especial de seda o terciopelo.

El paquete venía con una nota escrita a mano. “Te espero el jueves a las 20hrs. Quiero sorprenderte ofreciéndote las cosas que siempre has soñado. No olvides traer tu regalo”. El lugar donde se esperaba la firma, lo ocupaba solamente una dirección. Nunca antes había asistido a una cita tan misteriosa, pero la sonrisa y los hermosos ojos negros de Caroline valían el intento. Era apenas lunes. Los días y las horas hasta el jueves se me hicieron largas. Llegó el miércoles y, por fin, aunque ya casi había perdido la esperanza de que sucediera, también llegó el jueves. A las siete de la tarde, de ese día tan esperado, aún me volvía loca tratando de encontrar el atuendo perfecto para la cita. Recordando las palabras de Caroline, me decidí por un vestido de seda azul, que tallaba muy sutilmente mi cuerpo, unos zapatos negros de tacón de aguja y una gargantilla de terciopelo negro con una cruz gótica en el medio. Pensé llevar la tanga en la mano, a manera de amuleto, pero deseaba tanto sentirla sobre mi piel, que terminé llevándomela puesta.

Muy nerviosa me encaminé a la dirección que decía la tarjeta. El corazón de terciopelo acariciaba al caminar mis sentidos más íntimos. Eso y las expectativas que me había ido forjando en los últimos tres días sobre lo que haría con Caroline, provocó que al llegar al lugar citado, me embargara una profunda decepción. No se trataba de un café, un bar o siquiera un hotel, como yo había creído, sino de una novísima tienda de lencería. Imaginé entonces a un empleado trabajando sobrehoras para escribir a mano las invitaciones que, como parte de una campaña publicitaria, me habían enviado a mí y a otras miles que se aglomeraban para entrar al recinto. Muy molesta por el engaño pensé en volverme a casa y ahogar, en una botella de vino, la rabia de haber sido timada de esa manera tan insidiosa. Pero, al dar el primer paso de vuelta, sentí que había una buena razón para quedarme. La tanga era realmente muy bonita, y además, se sentía taaaan bien. Mmmm. ¿Habrían más de ese tipo, o hasta más bonitas?

Dos chicos fornidos, bastante guapos, vigilaban la entrada. Uno de ellos me pidió la invitación. Después de quedarme pensando unos segundos, entendí a qué se refería. Con mucha vergüenza y muy sonrojada, pero, lo confieso, también con una cierta picardía, me levanté la parte derecha del vestido, casi hasta la cadera, dejando ver una parte de la tanga que había recibido de regalo. El chico guapo ni se inmutó y solo me hizo una señal para que pasara. Me imagino que no fui la única que tuvo que pasar por ese percance para poder entrar.

La excitación que sentí al ingresar a la tienda y ver toda esa variedad de colores, texturas y hasta sabores, fue casi orgásmica. Quería verlo todo, probarlo todo, sentirlo todo. Exactamente igual que las otras mil chicas invitadas que habían llegado. Mientras intentaba ver, a través de la multitud, las piezas que ofertaban por inauguración, sentí una mano que tocaba mi hombro. Era Caroline. Me dio la bienvenida, me contó que era la dueña de la tienda y me invitó a que fuéramos a “platicar” más tranquilas a su oficina. Ni bien entramos en el elevador me dio una cajita, igual a la que había recibido días antes. La abrí y saqué una braga de encaje rojo. Me susurró al oído – la diseñé yo misma para la ocasión, ¿quieres que me la ponga? -. Yo asentí sin poder hablar. Aunque, de todas formas, era hablar en lo que menos pensábamos ambas esa noche.

La Fiesta de Inauguración

La Fiesta de Inauguración
(Por Orlando Gutíerrez Gross)


Les aconsejo escuchar esta canción de fondo, mientras leen: http://www.youtube.com/watch?v=Gz4q-UU3uuQ&p=33DDCC792DDCCEAB&playnext=1&index=64


Recuerdo la noche que te conocí. Bruno me había invitado a la inauguración de su nuevo apartamento. Un piso ubicado frente a un famoso parque de la ciudad, en el último nivel. Tenía una vista espectacular de toda la metrópoli.

Ahí estabas tú. En el balcón. Tu cabello negro y ondulado, te llegaba hasta los hombros, tenía un brillo especial, era la luna llena que se reflejaba en él. Tu cuerpo frágil y lleno de juventud, se escondía tras un hermoso vestido drapeado, de color ocre. Era estraple, dejaba al descubierto tus hombros pecosos.

Tenías una copa medio vacía en la mano.

Un impulso hizo que tomara dos copas de champagne y me acerqué a ti.

- Disculpe, creo que dejó su bebida en el bar.

- No

- Es solo una excusa para conocerla

Te extendí la copa. Tú me quedaste viendo de pies a cabeza y soltaste una risa calladita, medio burlona.

Te tomé de la cintura y empezamos a bailar suavemente. Nos dimos cuenta que éramos el uno para el otro.

Nunca nos volvimos a separar.

Seducción

Seducción
(Por Nicté Walls)

Creo que sentí un escalofrío mientras me mojaba toda por dentro, un momento más tarde sentía su mano firme sobre mi cintura, me apretó con delicadeza y me alzó.
Mi interior húmedo se acercó a su boca, vi sus labios pintados de rojo intenso que se posaban sobre mí con suavidad.
Me agité un poco mientras ella vaciaba en su garganta un sorbo del chardonnay que él trajo a la casa.

Primera Impresión

Primera Impresión
(Por Lucía Escobar)

Era su única oportunidad, la de oro, la que marcaría el resto de su existencia. Así que ese día, Julianna lo tomó todo con calma, durmió media hora más después de que sonó el despertador, dedicó un buen rato a desperezarse en la cama y tomó un desayuno de reina con café cargado recién molido, mucha fruta y variedad de quesos.

Dedicó casi toda la mañana a la rutina del baño y la belleza. Cada poro de su piel olía a limpio y estaba perfecto, sin pelos y suave. Los espejos le devolvían su imagen fresca y juvenil, elegante y agraciada. Llamó a su mejor amigo para que le ayudará a buscar el vestuario que necesitaba. Esa noche todo debía salir perfecto, y eso sólo se lograría si trabajaba en equipo con alguien tan experto en moda, como él.

Joshua apareció rápido con una maleta que sería la envidia de cualquier Barbie, llena de accesorios finos, pinturas y perfumes. Ese neceser tenía todo lo que una mujer necesitaba para volverse hermosa y había sido imprescindible en los años de las fiestas de quince y la época de las discos.

Pasaron “chambreando” y jugando a cambiarse de ropa parte de la mañana y luego pidieron pizza y ensalada. Julianna siempre repetía aquello de almorzar como princesa para poder cenar como mendiga. Aunque esta noche, claro que comería, no quería quedar como una anoréxica enferma y loca por la apariencia. Repasaron juntos los temas de conversación apropiados para esa noche, se decidieron por un vestido nada sexy, mas bien discreto y casi sobrio pero que resaltaba la fuerza de sus caderas y lo firme de sus piernas. Escogieron los pendientes de perlas de la abuela, apostando por lo clásico y decidieron que no llevaría collar ni gargantilla, ni pulseras para no pecar de presumida ni vacía.

Esa noche, cuando José Roberto pasó a recogerla para presentarla ante su madre, Julianna estaba radiante y segura de que dejaría una primera buena impresión en su futura suegra. Y que los temores del hijo de mami, se desvanecerían por completo al recibir las bendiciones y el visto buena de Doña Ileana Torrebiarte.

Pero la primera impresión de la señora de la casa, no fue lo que esperaba Julianna, ni mucho menos su asesor de imagen. Tampoco fue lo que había imaginado el hijo, ni lo que esperaban los amigos. Fue algo inesperado, el poder de seducción de Julianna había sido tan eficaz, tan certero, que en lugar de lograr que Doña Ileana la aceptará como suegra, lo que consiguió fue algo que nadie esperaba. A sus sesenta y cuatro años, la matriarca de los Torrebiarte salió del closet, se declaró lesbiana y se abalanzó contra la novia de su hijo, veinticinco años menor que ella.

Eso fue un escándalo y por supuesto la boda y el noviazgo se cancelaron.

Ticu

Ticu
(Por Manuel Solórzano)

¡Cuuu! – La llamaba.
¡Cu cuuuu!- Insistía, pero tímidamente en un susurro.

Otra noche más que Ticu no lograba llamar su atención. En realidad eran muy pocas las noches en que lo lograba pero a veces, solo a veces, lograba que ella lo escuchara toda la noche desde lejos, Ticu entonces se perdía en un monologo que lo cargaba de felicidad por varios días, pero eso no pasaba casi nunca, en realidad lo normal era que solo se asomara un momento nada más y rápidamente volviera a ocultarse tras las nubes. Las peores noches eran en las que el no la veía, solo sabía que estaba allí por su resplandor sobre las nubes. No lograba comprender cómo ella podía ser tan indiferente ante el.

La locura de Ticu el búho por ella había sido inevitable, fue una noche en la que ella se acercó un poco más de lo normal y el no pudo controlar sus sentimientos, no fue algo pensado, fue puro y sincero, la besó. Desde entonces el quedó como poseído; pasaba el día arrancando las hojas de la rama más alta del árbol para que ella lo distinguiera entre el espeso bosque esperándola todo engalanado y erguido tratándo de seducirla con ese aire de nobleza que le diferenciaba en la punta de la rama. Había bajado de peso porque intentaba llevar una dieta vegetariana para no duplicar esfuerzos; arrancar las hojas y comer era todo uno, incluso se olvidó por completo de aquella lechuza que lo veía con ojos sugestivos pero ningún esfuerzo parecía servir de nada. Llevaba 29 días contados sin que ella volviera a dar la menor señal de importarle.

-¿Cómo pude ser tan atrevido y echarlo todo a perder? ¿¿en qué estaba pensando??- Se decía una y otra vez al recordar el beso y desde entonces trataba con todas sus fuerzas de decirle cuan avergonzado estaba pero jamás encontraba un momento a solas con ella. Pasaba en vela toda la noche, buscándola, esperándola, deseando un momento…un momento nada más.

Todos sus amigos lo creían loco, la rama, su rama, era famosa, de día la usaba como lugar de cátedra en donde hablaba de la vida y a donde llegaban a pedirle consejos de todas partes del bosque. Y como siempre, cuando el sol se ocultaba y todos se iban, el se volteaba hacia el cielo y empezaba su espera, pero no podía más, ya había llegado al límite de sus fuerzas, estaba decidido a decirle que se olvidara de el si es que en algún caso remoto no lo había hecho ya, le diría que el no podía soportar más su indiferencia y que lo disculpara si se había creído merecedor de su amor y ante todo, que disculpara su atrevimiento.

Ese día, pensativo, sin moverse en su rama dejo que lloviera sobre el todo el día hasta caer el sol, la noche la inició con la cabeza abajo, no como siempre, erguido y galán; la inicio mojado, sin fuerzas, derrotado, frustrado y realmente cansado. Sumergido en sus pensamientos de melancolía hasta que no pudo más, se durmió.

Jamás la vio venir, jamás se lo imaginó tan siquiera, solo sintió calor en su espalda y sus alas, abrió levemente un ojo y vio parte de su sombra proyectada en la rama, pero se convenció de estar soñando y volvió a cerrarlo.

Al día siguiente al salir el sol sus compañeros de árbol llegaron en tremenda bandada y se lo dijeron, le contaron como ella se había acercado a el, le dijeron que jamás la habían visto tan cerca y reluciente como esa noche y le detallaron como ella suavemente lo había abrazado con su luz mientras el, cabeza abajo, dormía.

Ticu no podía creerlo, volaba de arriba a abajo del árbol entrevistando una y otra vez a todos y todos le decían lo mismo, ¡¡Ella bajó Ticu, ella bajó y te tubo abrazado toda la noche!!.

Desde ese día Ticu duerme solamente de día y tras mucho esfuerzo logró acariciar con su pico sus propia espalda, donde ella lo abrazó y cuentan que una vez al mes ella baja a estar con el mientras todo el bosque en silencio, observa.

La Llamada

La Llamada
(Por Olga Galvez)

Si tan sólo nunca hubiera hecho esa llamada… Esa llamada, ese nervioso marcar de los números, ese nanosegundo que me llevo marcar send me cambió la vida con un antes y después de ella.
Siempre me he considerado un tipo derecho, honesto, sincero, pero ahora cada vez que me miro al espejo no me reconozco, no hay nada vagamente familiar en mí, si hasta me duele la piel, detesto ser esta persona sin juicio, sin fuerzas, sin huevos cuando se trata de ella. Grabo en los pedazos que quedan de mí la asquerosa culpa que siento después de verla, en los pocos momentos que tengo uso de razón, y trato de recordar que ese sentimiento de náusea me muerde por dentro. Muchas veces había jurado –a nadie realmente- dejarla, se lo había propuesto, incluso en su mente lo había logrado, pero ella sólo necesitaba tronar los dedos para que se olvidara de todo. Ojalá alguien pudiera estudiar la conexión que había entre esa llamada de ella y mi inmediata e irremediable pérdida de conciencia. Y otra vez la tenía, la poseía, según yo la seducía, pero el seducido era yo, dejando el control de mi vida en sus hábiles manos, tonto iluso que vivía en esa realidad alterna, en una fantasía que había creado en mi mente, donde ésta doble vida estaba justificada por un sinfín de motivos pálidos e inválidos.
Lo que más amo de ella, es justo lo que más odio. Ella saca lo mejor de mí, sólo para luego mostrarme lo peor de lo que soy capaz. Cada encuentro era agotador, extenuante, me dejaba sin aliento, medio vivo, con pedazos de alma arrancados de raíz, pero siempre quedaba sediento de más. No puede uno sacar agua de un pozo seco, entonces ¿porqué ella sacia mi sed con esa agua salada?
Pero ¿cómo puedo terminar esto y seguir entero? Cómo le hago para dar este paso, si mis pies se rehúsan a caminar. No puedo, no quiero.
Suena el teléfono. Es ella. Ella y su caos. Caos que marca mi existencia, que me anega. Sigue sonando y me lacera. Mi mente se quema con los recuerdos, tiemblo de pensar en la pasión que conozco sólo en su cuerpo, Se lo que viene si contesto…No quiero pensar siquiera en lo que me espera si cuelgo. Toda mi vida se resume en dos teclas send o end

Anonimato

Anonimato
(Por Fabiola Arrivillaga)
Editado

Late mi corazón como el de un recién nacido. Se acerca la hora del encuentro. Dijo que llegaría a las 10, después del trabajo. Dijo que iríamos a un lugar muy bonito. Ni palabras dulces ni elogios. Sólo la promesa de volver por mí. No conozco ni su nombre y mi corazón lucha por escapárseme del pecho; el corazón duele, duele.

Duele el corazón y, mientras me maquillo, la sensación de travesura descubierta me invade de golpe. Siento náusea y una extraña movilidad en los intestinos. He olvidado el hambre, el frío, el cansancio. Sólo recuerdo su voz. Faltan menos de dos horas para que vuelva.
Salgo a la calle (él prefiere no entrar al salón) y no es sino hasta ahora que llega la sospecha. No será jinetero, ¿o sí? No estará loco, no será un sicópata, ¿o sí? Lo espero en la puerta del viejo parqueo y comienzo a sentir miedo. Enciendo un cigarro.

Menos de diez minutos para su arrivo. ¿Qué son diez minutos? Poco menos que el tiempo que estuvimos conversando, horas atrás. Mucho menos de lo que me toma llegar al trabajo. Diez minutos fueron necesarios para que mi cuerpo vibrara presa del calor y las hormonas, mientras me perdía en aquellos ojos pardos. Ya no son diez, ni siquiera nueve.
La ansiedad ya es insoportable. No tarda en venir, no tarda. Pronto, la figura escuálida y el andar cansado doblarán la esquina y llegarán hasta mí. El vientre me tiembla, como tiemblan mis manos, mis piernas, mi conciencia. Enciendo el séptimo cigarro de la noche. Espero. Me muero.
¡Ha llegado! Me besa furtivo. Me rapta. Me lleva al cielo. Me niega su nombre, le niego yo el mío. Le llamo Pedro y me llama Antonia. Olvido mis miedos y olvida él los suyos. Me seduce.
Un rayo de sol me acaricia la espalda, luego el rostro. Despierto molesta, con resaca de dignidad dañada. Lo veo. Llace junto a mí, indefenso, desnudo, confiado. No lo beso, no lo toco, me asqueo de mi misma; incluso me descompone la piel, me mortifica el olor de su sudor mezclado con el mío. Me lamento. En silencio, me lavo y me visto. Escapo de su lado. Me pierdo en el día, en las sombras de los edificios, en la urbe. Subo al bus.

Son las seis y media; dijo que a las siete vendría. Ya pasaron doce horas desde nuestra colisión involuntaria en la parada. Yo bajaba y él pretendía subir, pero no lo hizo. Caminamos juntos por la avenida, casi sin cruzar palabras o miradas. Le prohibí mi nombre y me prohibió el suyo. Lo bautizo Gustavo y luego, él, me bautizará Luisa. Mi sangre hierve, mi pecho duele, mi vientre arde. Me seduce su piel canela. Son casi las siete, no hay tiempo para dudas. Son casi las siete y, al igual que ayer, que el antes y que todos los “después”, yo espero.

Mudanza

Mudanza
(Por Quique Martínez Lee)


Antes de que José Napoleón conociera a su esposa ella vivía dentro de un zapato. La desventaja era que lo único que cabía dentro era su pie, pero para eso se habían inventado las casas. El derecho, para ser específicos. Sí existía un zapato izquierdo, había vivido allí gran parte de su infancia, pero cuando cumplió 30 decidió probar suerte y mudarse al otro lado. No siempre era el mismo, eso sí. A veces, en días calurosos, era una sandalia de cuero con cuentas de metal. Algunas noches vivía en lo alto de una plataforma terciopelo rojo. Durante las horas de trabajo en una sobria y cómoda zapatilla de tacón, y así sucesivamente. No siempre estaba en el zapato. Frecuentemente salía de él para cosas como ducharse, aunque a veces, en los gimnasios públicos y baños de hotel, lo hacía dentro de una chancleta plástica color verde.

El día en que conoció a José Napoleón se levantó, como de costumbre, se bañó, como de costumbre se vistió con una media y entró a su casa, como de costumbre. Obviamente se puso más prendas de vestir, no iba a ir a trabajar sin ropa. Sin embargo, debajo de la media y de la vestimenta, estaba desnuda.

La mañana en que conoció a José Napoleón ella salió de la casa que la albergaba a ella y a su zapato. En el camino de todos los días, debía de pasar por un pedazo resquebrajado de acera que se balanceaba cada vez que ponía su zapato sobre él. Había llovido. Y siempre que eso pasaba se micro empozaban las grietas y, al hacer presión, salían chorritos que le mojaban la media, calceta o pantalón. No digamos el zapato donde vivía. Siempre se le olvidaba que eso pasaba, pero esa mañana se recordó. Y se detuvo unos pasos antes de llegar frente a la acera agrietada. Dio unos cuantos pasos acelerados, agarró aviada y saltó haciendo un grand jeté cual Anna Pávlova. Lastimosamente la gracia con que había flotado en el aire evolucionó en un aterrizaje torpe y desastroso que le torció el tobillo, obligándola a salir de su zapato para sobarse el pie con lágrimas en los ojos.

José Napoleón, que vendía periódicos en la esquina, vio la escena desde el otro lado de la calle.

-Puedo ayudarla, señorita- preguntó.
-Gracias, no, es usted muy fino pero ya voy a llegar a mi oficina, allí estaré mejor.
-¿Y cómo piensa llegar allí? ¿Caminando? ¡De ninguna manera!- dijo subiéndosela en la espalda y caminando con ella varios kilómetros a tuto.

Con ese gesto de galantería José Napoleón se la echó a la bolsa, lugar donde viviría a partir de entonces, junto con la manteca de cacao, el vuelto de la camioneta y el teléfono celular.

-¿Sabe?- le dijo cuando llegaron al frente del edificio en donde quedaba la oficina –debajo de esta ropa ando desnuda.

Otto y Lorenzo

Otto y Lorenzo
(Por Edy González)

Jutiapa, Jutiapa, Asunción Mita , Barberena , Santa Rosa, Cuilapa…! Gritaba Otto sin cesar, patojo de 14 años ayudante de chofer,
Jutiapa, Jutiapa, Asunción Mita, Jutiapa, gritaba a todo galillo, con su mano izquierda empuñaba el borde interior del ala izquierda de la puerta plegadiza, con su brazo derecho extendido, como quien espera un abrazo, su pierna derecha en el aire y la otra en la ultima grada de la entrada de la camioneta.

Llegan, llegan, ¡exclama Otto!
Clemencio el “Cuque” ni tardo ni perezoso suelta el embriague y mete el frenazo, cuando se trata de pasaje todo vale para el Cuque,
¡súbase doña! Yo le ayudo con el patojo…dice Otto,
¡mejor haceme la campaña de ayudarme con mis tanates mijo! Dice Nia Goya, agarrando al patojo por la cintura y subiéndolo de un envión por las gradas, casi chineado,
Lorenzo desliza las pupilas hacia abajo, imagina que todos ven como su dignidad de púbero se escapa a manos de su madre,
¡aquí mijo grita a todo pulmón, Nia Goya! Jalándolo del hombro de la camisa a cuadros de Lorenzo, trastabillando se acomoda al fondo del tercer sillón de la fila del copiloto, viendo hacia afuera por la ventana, Lorenzo escapa a la vergüenza.

A toda inercia va la camioneta con destino hacia el futuro, al que Otto llama ¡Jutiapa, Asunción Mita!

Pacayas, chuchitos, atol de elote, que le damos reina, ofrecen las vendedoras en Cuilapa…
¡vos! Yo me voy a echar un mi pishton con chirmol, ¡ya no aguanto el hambre!
Pero te lo hartas rápido, que vamos atrasados…advierte el Cuque,
De un socon, se atraviesa la bendita tortilla y con un agua en bolsa prosigue la marcha.

Mientras, en el tercer sillón, forrado de cuerina verde, Nia Goya argumentaba al oído de Lorenzo… ¡ya ves, por eso te digo que estudies! ¡Sino de ayudante te vas a quedar!
Sin pronunciar palabra, Lorenzo ensarto sus ojos en Otto y pensó… dichoso aquel, que puede ir colgado del bus jugando con el aire y diciendo malas palabras…!
A los ojos de Lorenzo no había vergüenza en ser ayudante de camioneta, mas bien todo lo contrario…
Hecho pistola iba el cuque peleando pasaje…
Subiendo la Conora , el Cuque decide rebasar a la Melva que iba adelante …
¡métele mano, métele! Exclama Oto,
el Cuque incitado apacha el acelerador hasta el fondo, timonea a la izquierda e inicia un viaje sin retorno…
Los pasajeros, mudos y expectantes veían como la curva se terminaba, pero el Cuque no terminaba de revesar, rechinando dientes y empuñando los tubos, la gente murmuraba… ¡hay Dios mió!... ,
¡Échale huevos! Alienta Otto.
En un arranque de testosterona y adrenalina, Otto habré las puertas, baja las gradas y empuña el borde exterior de la puerta;
Como de costumbre se posa en actitud desafiante a la inercia, saca la mitad de su cuerpo, el viento golpea su cara a mas de 100km/h,
El Cuque va pasando la Melva,
Otto extiende su brazo derecho y sus cinco dedos, sacándoles la madre a los del otro bus, por no dejarse rebasar en curva.

Terminando de rebasar, una cucarachita amarilla se interpone en el camino del Cuque,
sin mas, timonea bruscamente al carril de la derecha,
Otto pierde el equilibrio, su dedo pulgar se estira perdiendo agarre, luego se desprende el dedo índice, luego le sigue el anular y sin saber como, ¡cae al pavimento!

Su cuerpo sacudido por la nada, se ve revolcando por las ventanas, la gente tuerce el cuello,
La Melva de atrás impacta con el lado derecho del bomper, la cabeza de Otto,
El Cuque todo ahuevado se a orilla, atrás de el se a orilla la Melva, la gente se para y unas dicen,
¿Vieron como le reviro la cabeza, mucha? ¡Pobre patojo! ¡Hay Dios mió, todo destripado quedo!
¡Hay que agarrar al chofer por imprudente!
Si, si dijo la muchedumbre,
unos hombres de sombrero que iban atrás desenfundaron los machetes,
al ver esto, el Cuque se les pelo a todos y hasta el bus y a Oto dejo a orillados.

Todos bajaron de los buses, Lorenzo atónito no pronuncio palabra,
se acerco el ayudante del otro bus y afirmo conocer al ya difunto… este patojo vive en la aldea el Adelanto, es el mas grande de los cuatro cipotes que tiene Don Trinidad, este es el que lo ayudaba con la comida y el estudio para los demás, ¡pobre! Quedo hecho mierda concluyo diciendo a manera de epitafio.

Allá quedo Jutiapa y Asunción Mita, allá quedo el futuro esperando por Otto; llegaron las seis de la tarde y a Don Trine se le hicieron chirajos los sueños construidos sobre los hombros de Oto.

Para Lorenzo, la lección de estudiar se metió por los ojos, Nia Goya, entendió por los poros la dignidad del trabajo, queriendo no haber pronunciado juicio contra los ayudantes, ser ayudante ya no era un delito para Nia Goya, pero si lo era ahora para Lorenzo.

Sueños huevones que nunca llegan para muchos, lecciones crudas que cambian perspectivas, de blanco a negro solo un cuerpo de por medio.

El Colochísimo

El Colochísimo
(Por Tania Hernández)

Vos me despreciás por moreno y colocho, ¿verdá? Decís que además soy rebelde y caprichoso. Que suficientes problemas tenés ya, como para aguantar las peleas diarias que tenés conmigo. Después de todo el tiempo que llevamos juntos, ¿no creés que ya va siendo hora de aceptar, que por más que hagás, por más que pataliés y grités, no me vas a poder cambiar? Y no me refiero a que empecés a resignarte, sino a que por fin logrés mirarme con el cariño que me merezco. Y si no podés, pues te fregaste, patoja. A seguir sufriendo porque conmigo ya sabés que no hay retache.

Realmente no entiendo esa manía tuya de hacernos la vida a cuadritos. Si yo sé que en el fondo me querés. Que la culpa la tienen esas fresas que tenés por amigas, que te andan malaconsejando. Te dicen que soy feo, que mi porte tercermundista no va con la imagen cosmopolita que tenés. Dicen que urge hacer algo para “cambiarme de look”, para volverme “más cool”. Que si me sigo resistiendo, vas a tener que llevarme a un especialista. Si hasta sé que te dieron la dirección de uno en la zona catorce, que disque sabe tratar con casos difíciles como yo.

No les hagás caso, patoja chula. Vení conmigo, vení al espejo. Mirá lo bonita que sos; mirá lo bonitos que somos. ¿Por qué me querés cambiar? ¿Sabés qué? Te propongo algo: solo por hoy no me planchés, no me alisés, no me pongás tintes, ni cremas ni menjurjes. Mostrémosle al mundo que hay belleza en tus rizos, colochita linda. Aceptá que vos sos tan hermosa y tan rebelde como este tu pelo que hoy te habla. No te dejés convencer de lo contrario, que después la planchada vas a terminar siendo vos. Dejame ser como soy, como quiero ser. Olvidate de los criollos y los güisquiles. Salí con la frente en alto. Que en esta ciudad mestiza, hasta Dios es “Colocho”.

Moja Babosos

Moja Babosos
(Por Fabiola Arrivillaga)


La Pati le había dicho que esperara un ratito allí, parado en el dintel de la puerta. Era una tarde de agosto, una como cualquiera, con algo de lluvia, una lluviecita moja babosos. Él aguardó obediente, sin separarse de aquel marco de blocks ni de la puerta de hierro negra que se convertía en la última frontera para el amor. Lo único que hacía, cada tantos minutos, era cambiar de lado o sentarse en la gradita. Y el tiempo continuó su transcurrir despiadado.
Mientras tanto, la Pati se cambió la falda por un pantalón de lona y se encaramó hasta el tapanco con la ayuda de la muchacha de adentro que sostuvo la escalera. La idea era esconderse las horas que fueran necesarias, desesperarlo, porque ya no lo aguantaba, no toleraba su presencia y jamás le daría el sí. A él, ¡jamás!
Él seguía allí haciendo planes futuros de su vida con la Pati; tan perdido en sus ilusiones y sueños andaba que perdió el tacto y no importó el frío de la lluvia que caía, ni el chucho que lo pasó orinando. No le importaba tampoco limpiarse los mocos de la cara chorreada con la manga del suéter. Tiempo era lo que le sobraba, tenía tanto como el amor en su corazón. Cada pocos minutos controlaba la hora, siempre distinta, lleno de paciencia.
La Pati tenía la cabeza dura y continuaba allí, quieta, callada, encaramada en el tapanco, deseando con cada vez más fuerza que el necio ése se fuera. Era preciso bajar antes de que sus papás regresaran del trabajo. Una gotera le caía en la espalda, talvez dos, se le escurría hasta los zapatos y el frío, a ella sí, le calaba hasta los huesos. Pasadas tres horas decidió que, talvez, era hora de bajar.
Un aire consciente intentaba colarse por su tupida cabezota, pero él luchaba por no dejarlo pasar. “Pensá, pendejo, pensá. Te babosearon, pendejo”, se repetía a sí mismo, duramente. Vio el reloj por última vez, tocó el timbre y al asomarse la muchacha le dijo que se iba y le deseó a la Pati una pronta mejoría (La parte ingenua que quedaba en su cerebro se empeñaba en creer que la patoja se había enfermado de la barriga, o algo así, y por eso no salía; talvez fueran los nervios del encuentro con él, talvez). Así que partió caminando bajo la lluvia, metiendo los pies en los charcos, quitado de la pena, planeando historias futuras y el encuentro que, seguramente, tendría lugar mañana.
La Pati, por su lado, intentó bajar del tapanco tan rápidamente que no se cuidó de apoyar bien los pies humedecidos, y resbaló, cayéndose de un solo sopapo. Se quebró la canilla, el brazo y tres costillas. A él le dio una gran gripe, pero se la curó a puro te de higo y ocote.
Si, era una lluviecita sin gracia, una lluvia moja babosos...Pero ésas son las peores, siempre enferman.

Chapinlandia

Chapinlandia
(Por Fabiola Arrivillaga)



Cada vez que me leo a mi misma, por alguna razón escucho una voz de hombre. Podría ser el hecho de que al escribir me siento libre de decir lo que se me da la gana, mientras he vivido en una sociedad que intenta convertir a las niñas en finísimos artículos de escaparate, todas políticamente correctas. Es así como muchas palabras fueron, durante la infancia, deliberadamente borradas de mi aprendizaje y pronunciadas en secreto por los adultos y los hombres. De esa cuenta, yo no tenía chiches sino bubus, mis hermanos y yo nos dábamos de golpes en vez de meternos una buena morongueada, y al crecer, no había pijazos en mi falda, sino discretas aberturas. Imagínese el lector cuánta imaginación llenaba la cabeza de mi madre y mi abuela, que inventaron prácticamente un nuevo diccionario para el uso exclusivo de las niñas de la familia. Hasta un púchica bien dicho parecía horroroso pecado si salía de mi boca. El colmo era la tácita prohibición del vos. ¡Por Dios!¡Por qué condenarme al tú tan mexicano, si bien chiva que soy!
Entonces, como ángel salvador, apareció el lapicero. Y mi abuelo, conspirador contra la ley más arraigada en la familia, se convirtió en mi gurú del completo hablar y del escribir. Escuchábamos juntos “Chapinlandia” en la TGW(recuerdo muy bien aquella frase que terminaba con el “tierra de guapas mujeres y de la marimba”), mientras él me hablaba en el mejor y más chapín español que he escuchado y que aprendí, para luego emplearlo a mi beneficio en cada página en blanco. Abuelo, lapicero y marimba, mis libertarios.

Historias de Ángeles

Historias de Ángeles
( Por Tania Hernández )
Voy a visitarlo al hospital. Jorge me saluda con una sonrisa y me cuenta historias de ángeles que realizan rituales líricos de media noche. Son sólo los síntomas de la enfermedad - me dice el médico en voz baja. Me hubiera gustado conocerlo en Puebla, en su mejor época, cuando compartía con mi padre exilio y creación poética. Un crítico lo describió entonces como un hombre derecho con una cierta severidad en la mirada. De ese hombre no queda más que la sombra. No hace falta mucha fantasía para adivinar, en lo pálido de su piel y sus profundas ojeras, al vampiro de alcohol que le succiona la vida.

Alguien encontró mi número en su agenda telefónica. Creyeron que la inscripción “mi hijo” determinaba una relación de consanguinidad entre nosotros y me llamaron. Puedo imaginar a mi padre escribiéndolo allí, antes de volver a Guatemala, días antes de que lo mataran. Fue Jorge el que me llamó entonces para darme la mala noticia. Nos escribimos durante años. Varias veces me invitó a que lo visitara en México, pero, por una u otra razón, fui posponiendo mi viaje. Esa manía que tenemos de creer que la vida tiene cualidades elásticas. No pude o no quise intuir sus desesperados intentos por matar la tristeza a puro veneno etílico.

Me hace una señal para que me acerque. “Recuerdo que soñé contigo en el mar” – me susurra al oído para que el médico no lo oiga, - “un ángel con tu imagen me alegraba el día”. No sé mucho de su vida amorosa. No sé si tuvo otros amantes, antes o después de Puebla, pero, en este momento, quiero creer que en esa frase, fragmento de uno de sus poemas más conocidos, hablaba de mi padre.

El Bolo

El Bolo
(Por Manuel Solórzano)


¡Que sol por la gran puerca! – dice Mario para si mismo mientras se baja de la panel blanca frente a la tienda Getsemaní. Lleva 3 años manejando la misma panel de tienda en tienda vendiendo de todo un poco.

- Buenas tardes señoooo…

- Buenas, ¿en qué le puedo servir joven?

- Una mi coca porfa seño, pero déme esa, la que está en el fondo o la que encuentre más fría…¡que calor usté!.

- Calorcito verdá…

- Já! y a mi panelita que se le jodió el aire usted, viera, no se cómo no adelgazo si todos los días ando metido en ese sauna… así quisiera estar como ese chatío allí tirado en la sombra…cliente frecuente?

- uuuu…tendrá unos 2 meses de estar allí. Siempre viene a media mañana, me compra tres octavos, el primero se lo toma de un solo, así tucún tucún, cuando se lo termina se guarda el envase y de una vez abre el otro pero no se lo toma, lo deja en el piso y no lo prueba sino hasta después de unos 15 minutos...

- y sabe su nombre?

- Ni idea, no habla. Dos veces lo he oído hablar, la primera solo me dijo “tres indias” y puso un montoncito de puro sencillo sobre el mostrador, cabal donde uste´stá parado, conté cuánto dinero era y por eso supuse que quería tres octavos de indita. De allí al otro día no dijo nada, solo vino más o menos a la misma hora con el montón de fichas y las puso en una torrecita. Lo conté y como era la misma cantidad, le dí lo mismo.

- Vivirá cerca?…

- Saber… unos patojos dicen que una vez lo vieron caminando por la sexta pero iba con otra persona, dicen que a ella si le hablaba, que el se veía normal. Según dicen, les pareció que era su hermana porque se parecían algo y porque tenía más o menos la misma edad. Lo siguieron dos cuadras y dicen que cuando llegaron a la parada, la doña le dio unos billetes, lo abrazó y se subió en la camioneta.

- Mire, y qué otra vez le habló?.

- Ah!, la ultima vez que le oí decir algo fue hace como 3 semanas, me asustó jodido. Fue un jueves, me acuerdo porque ese mismo día mataron a un cristiano aquí abajito. Acababan de subirle 15 len al octavo y como siempre, el vino y puso las fichas en el mostrador y como no alcanzaba le dije que había subido, que faltaban 45 len. El se quedó un rato callado, con la cabeza recostada en los barrotes y la vista al piso. Como no decía nada le volví a decir “No alcanza”, y no ve pues que le da un gran pijazo al vidrio que por poco lo rompe!. Yo me asusté y no le dije nada. Se fue y dejó el pisto allí medio tirado, regresó como a las dos horas y puso los 45 centavos en el mostrador y me dijo “que no le vuelvan a subir”.

- No estará loco usted?

- Saber, yo digo que si. Viera tan extraño que es.

- Por qué?

- No le digo pues, aparte de esa vez que le pegó al vidrio, ya le dije como se toma el primer octavo, así tucún tucún, el segundo se toma su tiempo, se lo toma a sorbitos. Cuando se lo termina, se guarda el frasco en la otra bolsa y saca el tercero, pero ese no se lo toma, solo lo pone en el piso y lo deja allí.

- Cómo así?

- Si, lo deja allí en el piso. No se lo toma.

- y qué?, se queda allí en el piso todo el día?

- y toda la noche…bueno, no toda, alguien se lo lleva en la noche porque no amanece.

- aaa eso si está raro…

- si, y sabe qué es lo peor?, que yo vivo aquí arriba en el segundo piso y la ventana da cabal allí donde el esta sentado, allí donde deja el tercer octavo y viera que me he quedado esperando a ver qué pasa con el octavo y a caso cree que llega alguien?. Nadie!. Pero el octavo cuando yo abro la tienda no está.

- Y a qué hora se va el?

- Cinco seis de la tarde. Mi hijo dice que no sea shute, que no me meta, que puede ser que sea una señal para alguien más. Mi hijo trabajó en el MP y dice que los que vigilan a la gente tienen muchas formas de pasar información por medio de señas, que se hacen los bolos o como que están locos mientras controlan a la gente para que no sospechen de ellos.

- Puede ser verdad, pero y si no?.

- A saber, pero sabe que es lo raro, que yo he visto que a veces abre el octavo y a veces no, lo deja nuevito, a veces solo desenrosca el tapón y lo deja así. Por eso puede ser lo que dice mi hijo. Pero saber. O tiene el chamuco dentro o se pasa de listo. Mientras me siga comprando no me importa.

- Pues si, la cosa es que no le suban otra vez al guaro…

- Cállese!. Dios me guarde.

Mario nunca supo qué pasó pero a los 15 días que le tocó de nuevo esa ruta, las persianas metálicas de la tiendita estaban cerradas.