variopinto

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EL MICROONDAS

El Microondas

por Quique Lee

Con la misma toallita con que se soplaba, se secaba el sudor la Doña Mishu. Si todos hubieran sentido ese calor estaba bueno, pero era sólo ella. Y entonces le preguntaba a los demás que si usted no tiene calor y los demás que no, que qué chiflón que hace y se agarraban el chal y se tapaban. Y si usted Doña Mishu no tiene frío hay présteme su sweater y la Doña Mishu se los daba y se quitaba las prendas que el pudor le permitía pero no había modo. Pero si no es tan grande, decían. Pero es que desde que se le fue el marido le pegó la menopausia, murmuraban. Otros que al revés, que desde que le pegó la menopausia se le fue el marido. La cosa es que la Doña Mishu movía los deditos de los pies dentro de los zapatos y sentía como si estuviera parada en brasas. A qué horas había decidido llegarse a la fiesta. Si ni bien le caían los de la colonia.

La verdad era que la Doña Mishu le llevaba ganas al microondas de la rifa. El viernes anterior lo pusieron en la garita en exhibición para que a la gente le dieran ganas de participar. Y pasaba la Doña Mishu camino al súper y miraba el microondas. Con una moñota colorada. Estaba así como medio mallugado de un lado pero de que funcionaba funcionaba. Y pasaba de regreso de misa la Doña Mishu y miraba el microondas. Con sus botones brillantes. Y pasaba y pasaba y tanto así que cuando los niños de la casa que tiene los elefantes de cemento pintados de celeste le llegaron a vender los números, así como que no quería les compró tres. El cuarenta y dos, el cuarenta y cuatro y el cuarenta y seis. Disque para que se fueran ya a su casa y contentos los patojos se fueron a jugar de ponerle chayes a las llantas de los carros.

Y entonces ese martes de la fiesta de la colonia se llegó la Doña Mishu bien emponchada porque cabal que era diciembre y ya venía navidad y hacía frío. Y se tomó una su agua y se comió un su triangulito de pan sangüich con ensalada de pollo en lo que esperaba y se imaginaba lo bien que sabría el bocadillo si ya estuviera calientito en su microondas. Cuando en eso ¡chan chan! que sacan el microondas. Blanco. Con su moña roja. Regia. Y la Doña Mishu se mojaba los labios con saliva y lo miraba y lo deseaba y se lo imaginaba. En eso que ve la Doña Mishu, en el reluciente vidrio de la puerta, el reflejo de un rostro que le pareció conocido. Su marido. Eso dice la gente vaa. Volteó para ver si deveras estaba allí y nada. Pero ni bien volteó de regreso le entró el calor. Un fogarón insoportable que le subía debajo de la piel, desde los pies hasta la cabeza. Y entonces era que se soplaba y se secaba el sudor.

Y el premio va paraaaaaaaa. La Doña Mishu se incorporó de la silla plegadiza echando humo, pero nadie le puso atención. Como todos estaban viendo quién se ganaba el microondas. ¡Cuarenta y dos! Iba la Doña Mishu dejando sus pasos marcados en la grama seca como que hubiera estado marcando vacas. Cuarenta y dos a la una. Y los demás buscaban en dónde estaba la Doña Mishu que se había ganado la rifa. Cuarenta y dos a las dos. Al seguir las huellas quemadas sólo encontraron tirada una toallita. Cuarenta y dos a las tres. Nunca reclamó el premio la Doña Mishu.

Mientras tanto, en ese preciso instante pero del otro lado de la colonia, José Napoleón moría de olvido. O de reflujo gástrico, siempre fue un misterio.

2 comentarios:

  1. Qué clase de imaginación Quique! y la Doña Olga ttambién necesita un su micro...pero mejor me espero. Ojalá regrese regularmente

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  2. Gracias, Olga! Estaré pendiente de los temas, descuidé mucho la escritura en los últimos meses

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