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ME PIERDO EN TUS OJOS

Me pierdo en tus ojos

Fabiola Arrivillaga


Todavía me acuerdo de nuestros primeros años juntos, cuando éramos lo que ya no somos. Podíamos pasarnos los días tomados de la mano, viendo juntos en la misma dirección – esa frase se la robamos a A. de Mello, con todo y el descaro. Par de patojitos satisfechos con la mutua compañía, nos llenaba de vergüenza hasta vernos a los ojos, seguros talvez de que aquella mirada sería nuestra ruina, nuestra perdición o el pasaje para la más hermosa aventura.

La tarde menos pensada, me las jugué de todas todas y me perdí en tu mirada. Literalmente. No sé qué pasó, si te diste cuenta o si el tiempo se congeló para ti, pero me colé por tus pupilas. Es cierto, convertida en lo que hoy creo era un plasma opaco y resbaloso, entré a tu cabeza para encontrarme en un mar de luz y de sueños.

Tu mente, has de saber, es un prodigio de la plástica, la música y la cocina. Allí dentro todo sabía a chicle de sandía o de naranja o de kiwi, no lo sé. Los colores jugaban conmigo, también como plasma, y me susurraban melodías, era como si Jackson Pollock estuviera pintando mientras Vivaldi tocaba sus Cuatro Estaciones. Pero eso se queda corto, todo era tan maravilloso dentro tuyo que me cuesta volverlo a imaginar con el pensamiento, sólo puedo rememorar las emociones y los sentires.

Ese viaje, sin embargo, traicionó nuestra mera esencia. Porque ya ni tú ni yo mirábamos cosa alguna; yo estaba dentro tuyo y tú, como una piedra. Poco a poco me di cuenta de que algo cambiaba; contra más me disfrutaba de ti, te volvías menos, te perdías. Primero fue la música, luego el aroma, y finalmente terminaste convertido en lo que yo era: opacidad, un chapopote grisáceo y molesto, que fluía sin voluntad hacia donde la gravedad lo llevara.

Fue ese desgraciado descubrimiento el que me hizo salir de ti, para descubrir que el tiempo había pasado inútilmente. Estabas muriendo. Te marchitabas sin tregua y me perdí de tu vida y tú de la mía. Me perdí de mí. Ahora cerraste los ojos, te vas. Por Dios, ¿en dónde me encuentro?



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