¿Alguien recuerda?
(Por Tania Hernández)
La vida explotó en un segundo. No quedaron ni siquiera pedacitos desperdigados que pudieran unirse de nuevo para completar aunque fuera un tercio de la vida que había sido. Solo retazos de carne sin alma repartidos por el suelo. Antes de eso, la vida estaba, y estaba la madre, estaban los hermanos, y a veces los primos y siempre los amigos.
Los días empezaban temprano, con la madre diciendo lo de siempre, que si él era el hombre de la familia, que si después de la muerte del padre no alcanzaba con lo que ganaba lavando la ropa, que si los hermanitos no tenían qué comer, que si confiaba en él... todo lo que fuera para que él se animara a abandonar el refugio del hogar para salir a trabajar cuidando carros en algún lugar del centro de la ciudad.
Los días terminaban tarde, con algunas fichas en el bolsillo, o hasta algunos quetzales que le daba la gente, esa gente que a él le parecía extraña porque nunca pudo adivinar si era buena o mala, porque el rostro engañaba, eso ya lo había aprendido, y aún más cuando a la gente le daba por intercambiar papeles y el bueno se volvía malo y el malo se volvía bueno. No era extraño, por ejemplo, que el asesino le diera un billete de a veinte y el pastor de una iglesia cercana le pagara solo diez centavos y a regañadientes.
Es muy probable que fuera por eso que esa noche el niño no sospechara nada malo cuando los tipos le regalaron la bolsa de McDonalds que él creyó sería su cena de esa noche. O tal vez fuera solo el hambre que le hizo obviar rostros e malas intenciones. Ya no lo sabremos. La cosa es que él abrió la bolsa y su vida de niño, de patojito, de hombrecito de la casa, explotó en un segundo.
“Limpieza social”, borrador de existencias. Les salió tan bien la jugada a los infames que, treinta años más tarde, no he encontrado una sola memoria que recuerde su nombre.
Los días empezaban temprano, con la madre diciendo lo de siempre, que si él era el hombre de la familia, que si después de la muerte del padre no alcanzaba con lo que ganaba lavando la ropa, que si los hermanitos no tenían qué comer, que si confiaba en él... todo lo que fuera para que él se animara a abandonar el refugio del hogar para salir a trabajar cuidando carros en algún lugar del centro de la ciudad.
Los días terminaban tarde, con algunas fichas en el bolsillo, o hasta algunos quetzales que le daba la gente, esa gente que a él le parecía extraña porque nunca pudo adivinar si era buena o mala, porque el rostro engañaba, eso ya lo había aprendido, y aún más cuando a la gente le daba por intercambiar papeles y el bueno se volvía malo y el malo se volvía bueno. No era extraño, por ejemplo, que el asesino le diera un billete de a veinte y el pastor de una iglesia cercana le pagara solo diez centavos y a regañadientes.
Es muy probable que fuera por eso que esa noche el niño no sospechara nada malo cuando los tipos le regalaron la bolsa de McDonalds que él creyó sería su cena de esa noche. O tal vez fuera solo el hambre que le hizo obviar rostros e malas intenciones. Ya no lo sabremos. La cosa es que él abrió la bolsa y su vida de niño, de patojito, de hombrecito de la casa, explotó en un segundo.
“Limpieza social”, borrador de existencias. Les salió tan bien la jugada a los infames que, treinta años más tarde, no he encontrado una sola memoria que recuerde su nombre.
En pocas líneas logras pintar un cuadro bastante amplio. ¿Esto sucedió?.
ResponderEliminarSí, pero no me acuerdo cuando si en los setentas u ochentas. Dos tipos (posiblemente judiciales, por lo menos eso dijeron en las noticias) le dieron una bolsa de McDonalds a un niño, y la bolsa contenía una bomba que explotó cuando el niño la abrió. Me acuerdo que entrevistaron a la mamá y que ella dijo que él era el que mantenía el hogar. No sé si el niño tenía como diez años o menos. Por eso le puse al cuento "alguien recuerda", para ver si alguien se acordaba de ese caso, aparte de mí.
ResponderEliminarYo me acuerdo, no recuerdo la edad del niño pero fue indignante. Era, si no estoy mal, una granada...
ResponderEliminarTienes razón Fabiola, fue una granada.
ResponderEliminarFue en Pollo Campero de la zona 15, no? A mí el caso que nunca se me borra y estaba yo bien chiquito fue el de una niña que se fue en un tragante que se había quedado destapado. Pero eso es otra historia.
ResponderEliminarYa vieron, un ejemplo más de como a retazos se puede reconstruir La Memoria. Yo estaba segura que era McDonalds, pero de veras no recuerdo detalles, más que la indignación que sentimos y seguimos sintiendo. Y por eso me interesa que recordemos qué fue lo que pasó.
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