Su deber
(Por Patricia Cortez)
Una polilla cayó del libro que Jimena leía. Increíblemente el gusanito la hizo reir y secarse las lágrimas que poblaban su cara.
“Es tu deber”, la voz en su cabeza volvía a susurrar el mensaje, entonces el llanto volvió.
Juan Carlos se había reído mucho de sus locuras “pare de sufrir” le decía. Ella, sin embargo, sentía ese lacerante dolor de estar viva que se había apoderado de sus días y sus noches, le impedía comer y dormir y la mantenía en un estado de constante desánimo. ¡Ya deja de leer! La voz de la madre acompañada de golpes en la puerta y Jimena ocultó el libro bajo la almohada e intentó dormir.
Se había metido por curiosidad en un callejón extraño poblado de tiendas de filatelia, joyas y monedas raras y un extraño bar de donde salía música de marimba y gente riendo emocionada. Jimena contemplaba extasiada los balcones internos y la decoración de los pisos y molduras, sentía que se había metido a otro mundo, otro país.
Tropezó de golpe con un hombre anciano nervioso que fumaba una pipa y vestía con boina y chaleco de lana “eh, niña, fíjate por donde caminas”. Jimena se disculpó y el anciano, mientras hablaba entre dientes de la juventud y otras cosas se metió a una venta de libros antiguos.
Jimena pasó la siguiente hora hojeando libros que podían tener cien años, cubiertos de tela y cuero en aquel recinto lleno de humo de pipa perfumado con vainilla y en una penumbra grotesca. Escogió una novela enorme con título romántico y un librito del “sendero de la vida”. Mientras pagaba trataba de hacerle conversación al viejo que respondía “no sé niña, ni me interesa”. Envolvió los libros en papel kraft y se los entregó “y allí, niña, descubrirá cual es su deber”.
Jimena comenzó a leer ambos libros y descubrió la tristeza, el dolor de saberse viva y el amor no correspondido. Todo era tan intenso que terminaba llorando en la madrugada incapaz de hacer nada más. Volvió al callejón a devolver los libros y no encontró al anciano, en su lugar, una farmacia antigua con cientos de redomas llenas de líquidos de colores y extraños aromas. Puso el libro sobre el mostrador y otro anciano, con bata blanca le dijo “así que ya descubrió cuál es su deber”, buscó en los estantes y le entregó una bolsa de papel “sí, lo va a hacer, no dude”
Ya en su habitación Jimena llora mientras descubre el tubo metálico lleno de pastillas que le entregó el farmacéutico, toma la decisión y apaga la luz.
El joven médico dictamina suicidio, sobre la mesa la nota de rigor y el tubo de metal vacío. “hay algo que no encaja”, dice a su acompañante “¿Qué? Tenemos la nota y el frasco es un suicidio”. “Si”, contesta, “pero en estos días nadie se suicida con un tubo de Seconal, eso sólo ocurre en las novelas”.
"Cuando la vida es un martirio el suicidio es un deber"...de Vargas Vila
ResponderEliminarPero ¿y la magia? o ¿es que ella creyó que mágicamente llegó a sus manos ese libro?
Me hubiera gustado saber qué leyó para deprimirse tanto...y para no leer lo mismo!
Me gusta la descripción de los libros antiguos, mis favoritos. Ese cuento, tan pequeño, puede ser desarroyado como una novela. Adelante!
ResponderEliminarMe gusta la idea, algo así como un Neverending Story mortal...noté un par de errores de comas y alguna tilde diacrítica, pero en realidad se me antoja ser un cuento con mucho estilo propio.
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