Marcando el paso
(Por Fabiola Arrivillaga)
Plap plap plap plap plap plap
Doña Lencha terminó de echar las tortillas del medio día. El humo que tanto nos gustaba a los güiritos de la colonia y que tanto ofendía a nuestras mamás, a ella ya no le hacía ni cosquillas.. Siempre había torteado, siempre.
Nosotros, una palomilla de nueve, entre los tres y los once años, nos inventábamos canciones y rimas a partir del ritmo de sus palmas. Doña Lencha había torteado, creía yo, desde todos los tiempos. Y así había sido.
Plap plap plap plap plap plap
Cada medio día era lo mismo. Nos ofrecíamos los nueve para ir por las tortillas de nuestras familias, con tal de meternos en el misterioso mundo de la galera de lámina, perdernos entre el humo, y recibir el premio esperado: una bolita de masa cruda para jugar, que aquellas expertas manos nos convidaban gustosas. Yo no era muy chispudo que digamos, pero Jorge sí. Para él Doña Lencha representaba la historia, la lucha, la presencia; él veía más allá de aquella gruesa figura y aquellas largas trenzas, más allá de aquellas manos ásperas. Y escuchaba más hondo que el plap plap plap de la torteada.
Jorge, de alguna manera misteriosa, sospechaba un pasado plagado de aplausos. Un pasado de luz. Un pasado de revoluciones y líderes y marchas y sueños y luchas y desapariciones. De vida y muerte. De traición.
Plap plap plap plap plap plap plap
Hubo una época cuando éramos jóvenes...recuerda Lencha. Entonces, además de la devoción por hacer las mejores tortillas, de la mano de su madre, abuela y tía, cultivaba otras devociones más profundas: la justicia, la solidaridad, la igualdad. Creía en lo que un grupo de personas podría hacer cuando actuaba en conjunto, en armonía. Creía en el amor. Creía en la música, en la alegría. Creía.
Hasta la noche del 19 de octubre, cuando preparaban la marcha. Cuando no fue tierra arrasada sino galera arrasada. Sobrevivió por la buena fortuna, se escondió bajo otros cuerpos, escuchó el horror, los gritos de unos, las carcajadas de otros, la pugna, la resistencia. Y esperó creyéndose muerta y deseando estarlo.
Plap plap plap plap plap plap plap
Ese día decidió bajar el perfil y aguantar en silencio. Perdió todo lo que la hacía vivir, menos el ritmo redentor de sus tortillas.
Buenísimo Fabiola, te felicito. Simplemente magistral.
ResponderEliminarMuy bien escrito, me gustó mucho cómo utilizaste las últimas palabras de algunos párrafos para remarcar.
ResponderEliminarPlap plap plap, aplapusos para el cuento. Me encantó.
El "plap plap plap", como ritmo musical me gustó mucho. Muy buen cuento.
ResponderEliminarEl tema de la guerra es muy difícil, y es algo que a mí también me pasa, que la historia no le hace justicia a lo serio y dramático del tema.
Pero el cuento en sí, muy bueno.