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LAS TRAPECISTAS

Las trapecistas
Fabiola Arrivillaga


A la una, a las dos y a las tres…Ya era hora de que aprendiera la niña a aguantar el peso de los años y las penas con sus juveniles brazos. Ya era hora de sacar provecho a tanta ira. Pero la niña no se atrevía. No era el temor a soltarse y caer, sino a no hacerlo. Era el temor de sentirse libre al despegar pero caer presa de inmediato, al terminar el vuelo.

Vaya pues, es fácil…mirá, tirémonos juntas, yo te enseño…La madre intentaba darle ánimo, era preciso. El monstruo ya no iba a mantener una boca extra, por chiquita y melindrosa que fuera, a menos que una de dos cosas ocurriera: la cama o la arena. Esa madre sabía el horror, lo conocía, lo llevaba marcado en cuerpo y alma y no podía permitir que le ocurriera a su hija. Por eso el empeño. En dos semanas cumpliría los doce años, ya había dejado la infancia y su madre sabía lo que significaba aquello en el engañoso mundo del circo.

Mija, brinquemos juntas, vas a ver qué lindo es volar…La niña, después de infinitos intentos, accedió con una condición: sin correas de seguridad, sin arnés. La madre aceptó, orgullosa de la confianza que su hija le demostraba, sin ver la verdad en los prematuramente maduros ojos que, suplicantes, la miraban.

Ahora sí, a la una, a las dos y a las tres… Aquel primer vuelo fue dulcísimo. Rieron juntas imaginando campos en flor, brisa marina y alegrías inexistentes. Ella vio el rostro feliz de la hija como nunca lo había visto, y la niña descubrió lo mismo en su madre. Nunca se habían sentido tan plenas, tan unidas. Entonces llegaron las dudas y una sombra cubrió ambos corazones. Ahora eran felices. ¿Y después?

¿Ya viste, mijita? No era tan difícil…Cuando ambas pusieron los pies en la plataforma opuesta sintieron el corazón roto y el peso del dolor y la verdad y la vida y el dueño y los hombres y aquel destino inquebrantable que les había tocado desde que fueron “rescatadas” de la calle.

Bueno, ¿vamos de regreso? Y ahora hacemos una primera pirueta, ¿va? La madre secó la lágrima que escapaba rodando por la mejilla de su hija, tomó aire y saltó. Pero llegado el momento de soltar el trapecio para hacer la acrobacia, algo mágico ocurrió: dos mariposas de intensos colores y enormes alas volaron, cómplices, fuera de la carpa y de la vida. Abajo, sin embargo, se hizo justicia. Yacían libres las dos prisiones, tiradas en el suelo; lloraban los hombres, quizás lamentando la miel no probada, quizás la conciencia les pateaba duro el hígado, a saber.

1 comentario:

  1. Duro. La muerte significó su libertad de dicha prisión en vida. Y la incertidumbre ante las lágrimas de los hombres queda.

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