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El traductor


El traductor
Por Elena Nura

Día a día se sentaba ante su mesa de trabajo, donde los textos se acumulaban. Su labor, hacer que aquellas extrañas palabras, aquel anómalo léxico, aquellas sílabas anárquicamente compuestas, lograran tener un significado. No es que tradujera desde otros idiomas conocidos como el alemán o el inglés. Él se había empeñado en hacerse traductor de palabras locas.

Las palabras locas eran aquellas que un amigo suyo escritor componía, y le decía que tras ellas, existía una historia. Había hasta la fecha conseguido dar vida inteligible ya, hasta dos páginas, y ciertamente la historia en sí daba mucho. Su ardua tarea le acabó obsesionando, y dado que su amigo el escritor extravagante de palabras locas tenía una creatividad desmesurada, su ritmo iba en aumento. Su amigo era una réplica de El Quijote, no por su corpulencia robusta de huesos desencajados por el peso, si no por su forma de ver la vida, siempre había mundos que descubrir, siempre castillos efímeros e irreales a los que vencer. Fue así como día a día la tonga de lo traducido crecía, pero la de los pendientes no minoraba. Tampoco es que él repara en ese detalle, pues tan enfrascado estaba en su traducciones que solo ante él, lo único que existía era el folio diario al que se enfrentada. Llegó un día que encontró la fórmula mágica que resolvía aquel entuerto gramatical. Y la traducción fue entonces fluida. Logró vencer aquella tonga de folios disparatados y cuando ya no le quedaba más por traducir, se dio cuenta que su amigo llevaba días sin alimentarle aquella adicción. Lo buscó pero fue inútil, se había ido. La historia no estaba terminada, o eso pensaba él. Realmente le importaba poco esta, porque a él lo que le había enganchado era el traducir sus textos, que eran como jeroglíficos.

Retomó entonces su trabajo diario, el habitual hasta entonces, traducir de las lenguas conocidas. Pero se dio cuenta que le aburría, era tan monótono, tan previsible, tan sencillo. Acabó odiando su labor, esa que hasta entonces había sido toda su pasión. Había dejado aparcada la historia de su amigo escritor de palabras extravagantes, la retomó una tarde, y por primera vez se sentó ante ella como un lector, no como traductor. Ese día lo pasó enfrascado en aquella lectura. Tomó conciencia de que era autobiográfico, allí estaba y no se había dado cuenta hasta ese momento, la vida de su amigo. ¿Cómo no se había percatado?, se preguntó cuando llegó al final. En su contenido estaba claro que su amigo sí la había concluido, había pasado página. Había encontrado nuevos molinos en tierras lejanas y partía, la historia en su capítulo final acababa con un personaje cabalgando hacía el horizonte.

Hizo las maletas, y fue en busca de él. Dicen que se los ha visto alguna vez, él siempre a su lado como escudero fiel, perdón, como traductor fiel.

3 comentarios:

  1. Excelente!! gracias Elena!! Varias veces me ha tocado traducir sentimientos, emociones y medias verdades...

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  2. Hola Elena. Me gustó que das por sentado varias cosas sin necesidad de explicar cada una (como me pasa a mi). Por ejemplo que el amigo se fue (por qué, a dónde, cómo, no dice, se fue y ya), la imaginación trabaja. Saludos!

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  3. Me encantan los lenguajes extraños. :)

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