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Veinte años de amor y una novela desesperada

Veinte años de amor y una novela desesperada 
Por Olga Contreras


Ángela era una escritora consumida, no consumada. Consumida por los años, por el fracaso, por el talento que se escapó despavorido un día tras un buen escritor que resultó ser un muy mal amor, llevándose con él las letras, la inspiración, los suspiros y sus años mozos. Juró nunca más volver a escribir ni tan siquiera una frase propia, llegando al extremo que usaba sólo tarjetas de débito y efectivo porque se negaba rotundamente a siquiera redactar un simple cheque.

Pero su gran amor por todo aquello que estuviera escrito y la necesidad con cara de perro la habían llevado a aceptar un trabajo que ella consideraba como inferior: el de revisar textos, pues debía ceñirse a las normas, no podía cambiar ni una coma, ni un punto, ni poner ni quitar tildes. Lo único que le estaba permitido era subrayar alguna palabra que estuviera mal escrita, que tuviera algún error y eso era todo.

Pero las palabras propias la acechaban en los sueños y éstas en su desesperación por salir de su prisión injusta, le salían por los poros en los sudores nocturnos, de tal forma que muchas mañanas las sábanas amanecían cubiertas de tinta, de palabras ininteligibles y borrosas que ella apresuradamente lavaba para no dejar huella. Ese problema fue resuelto con un ungüento preparado con hojas de albahaca fresca y un antitranspirante para caballos.

En otra etapa de su vida era frecuente encontrarla sonámbula, cambiando a gusto los textos que debía revisar y les añadía frases, le cambiaba de nombre a los personajes, alteraba los finales y usaba libremente las tildes diacríticas, sus preferidas. Por eso ahora cada noche, después de aplicarse rigurosamente la mascarilla hecha con las descargas sexuales de su marido,  se vendaba las manos con un pañuelo, para quitarse la tentación de agarrar la computadora y dejarse ir en el teclado. 

Pero las historias seguían multiplicándose en ella, buscando una salida de ese olvido al que estaban condenadas y ahora cada una de las palabras que no podía plasmar por escrito, su boca las escupía, salían como un aborto espontáneo y necesario e iban a dar a los oídos estériles de la noche que se guardaba el secreto. Por las mañanas, Ángela siempre amanecía afónica sin poder explicarse por qué. Su marido le decía que él la oía hablar y hablar y que contaba fábulas, cuentos y leyendas fantásticas y ella sólo pensaba lo que me faltaba: éste ya perdió la razón y ahora el oído.

Pero no, ella tenía tal control de su mente que el único momento en que se dejaba poseer por las palabras era en sueños. Hasta aquel día, aquel día nada especial en el que fue a la editorial a dejar unos textos y vio en el lobby la foto gigantesca de aquel malogrado romance y su nuevo libro titulado “Palabras de Amor”.  Aquello fue un cortocircuito y una escena, toda aquella carga emocional de palabras reprimidas por años comenzó a desbordarse como un río sin cauce y sin decir agua va cogió un lapicero y luego otro y otro y empezó a llenar las paredes con todas las letras, palabras, frases, metáforas, parábolas que había guardado, de tal forma que 132 horas y 76 lapiceros después, todos los sentimientos reprimidos quedaron plasmados en los muros, paneles y hasta tabiques de aquel edificio.

Cuando puso el punto final a su relato, salió del lugar sintiéndose liviana y feliz como quien acaba de tener un orgasmo doble, ante la mirada atónita de todos los que leían en las paredes la mejor novela jamás escrita. 

5 comentarios:

  1. El mundo paralelo en donde viven muchos escritores ha de ser algo así. Entre ungüentos de albahaca y desodorantes de caballo; mascarillas con alta carga nutritiva y relatos nocturnos. Bien contado.

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  2. Hola Olga. ¡Puntal!. Escribir da adicción y con ustedes más. Que tortura a la que has expuesto al personaje. Es toda una castración creativa. Menos mal que al final se liberó. Me hace pensar en cuantas veces la censura ha amordazado a la palabra. ¡brindemos por ella!
    (un apunte, ¿no crees que falta alguna coma?).

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  3. Solo me estorban sus peros, no sé, pero le quita ritmo, me gusta la historia, PERO, ahora no limpió muy bien

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  4. Muy bien realizado, te mete completamente en la angustia del personaje. Concuerdo con Elena, se siente uno atado. Me recordó lo que dicen muchos escritores cuando sufren por amor: "por lo menos tengo la escritura". También concuerdo con Patricia al decir que tiene muy buen ritmo. Y me uno a Elena en brindar por la libertad de expresión! Salú!

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