Don Chencho
(Por Gerardo Gálvez)
Coronas de flores multicolores y de todos orígenes reposaban sobre el ataúd de madera de pino que se encontraba en el centro de la sala de aquella vieja casa de adobe. A la cabeza del mismo una pobre enmarcación de San Judas Tadeo y el humo de las veladoras enturbiando el ambiente.
Suspiros, lágrimas y todos los personajes del pueblo reunidos para presenciar el hecho histórico de su entierro.
Suspiros, lágrimas y todos los personajes del pueblo reunidos para presenciar el hecho histórico de su entierro.
A Don Lorenzo Boj Mus lo encontraron en su cuarto, con los ojos abiertos enfocados en el afiche de la “Chica Brahva” que de Brasil llegó en calidad de edecán y por cinco mil Quetzales le mostró más delicias de lo que la publicidad pregonaba. Ella le dio un beso inocente pero indecente en la Playa del Embarcadero y le pidió que como prueba de su amor le diera mil dólares más para ayudar a su hermano enfermo que se encontraba en Sao Paulo.
Don Chencho no le negó el favor y la perdonó desde el momento en que le pidió el dinero, porque sabía que al otro día partiría del país y que nunca más retornaría.
Propietario de la “Farmacia Gálata “ en donde no sólo pomadas, aguas medicinales y menjurjes se vendían, sino que se prestaba dinero a interés y se recibían las rentas de sus propiedades, muchas en el pueblo.
Al lado del ataúd abierto, Doña Eunice recibía los pésames del Alcalde, del Gobernador, del Jefe del Destacamento Militar, de la Matrona del prostíbulo del pueblo que Don Chencho acostumbraba frecuentar.
Su hijo -el cura - el Padre Crisóstomo se encontraba de un lado de la doliente viuda y del otro lado se encontraba su otro hijo, Fidelio, quién se encargaba de llevar los negocios del difunto. Caín y Abel con la madre de por medio.
Las cuatro hijas: Gabriela, Rita, Hipólita y Magdalena repartían café y champurradas a los asistentes vestidas de luto y corte, se ocupaban de la solemnidad del evento.
Don Chencho decidió hasta el momento de su muerte, el destino del pueblo: desde qué alcalde postular, hasta qué circo permitir entrar. Era, hasta el momento en que sintió el dolor fatal en su pecho, el dueño y señor del destino y sueños de Panajachel, Sololá. Se paseaba por el pueblo en su Cadillac “Seville” modelo mil novecientos setenta y nueve, que un gringo le vendió con la afirmación que el mismo había pertenecido a Frank Sinatra y no se pudo resistir. Lo compró porque su persona en la calidad de hombre que mandaba en el pueblo, no podía andar en tuk tuk ni en cosa semejante… Cadillac era el vehículo emblemático de su poder, aparte que era el vehículo utilizado en todas las partes de “El Padrino” que eran sus películas preferidas.
En ese vehículo se hicieron muchos negocios, se vendieron dignidades, virginidades y secretos y en su asiento trasero permanecía su sombrero de terciopelo café, como un legado de su presencia.
Todos tomaron el ataúd, y en solemne silencio, en lenta procesión por las calles del pueblo, se dirigieron a la Playa del Cementerio a enterrarlo, en aquel mausoleo que recibió en pago de intereses de un su deudor: nueve Nichos y un ángel en su cúspide que custodiaba su descanso.
Nueve días de relicarios y responsos por el descanso de su alma y su aceptación en el reino celestial.
Fidelio se dedicó a la bebida y las hermanas comenzaron a ser presionadas por sus esposos para determinar cuál era su parte de tan inmensa herencia.
Y en el noveno día, la misa en la Iglesia de San Francisco por el sufragio de su alma, fue presidida por el Padre Crisóstomo, su hijo. No cabía un alfiler más en la capilla. Los deudores y arrendatarios estaban presentes, con el alivio de que el Cadillac Seville de Don Chencho no los visitaba y dentro de sí pensaban `que con Don Chencho enterrado, se habían enterrado las deudas y las rentas por igual.
En el momento de la lectura del Evangelio, Crisóstomo levantó el libro que todos asumieron que era la biblia, pero no…era el libro de cuentas de su padre. Y en lugar de la homilía, Crisóstomo les dijo a los asistentes:
-Ahora las deudas de mi padre se pagan aquí, en la Iglesia y si no cumplen él - Lorenzo Boj Mus- retornará del Paraíso Celestial con su castigo para aquellos que no cumplan con lo que se comprometieron. Los asistentes quedaron en silencio y al terminar la misa, se reunieron con
Crisóstomo en la sacristía para poner al día las cuentas, mientras su hijo, el cura del pueblo y en nombre de Dios y de su padre pensaba dentro de sí:
-A Rey muerto, Rey puesto- sonriendo en forma maquiavélica y diabólica.
¡Es tu mejor cuento en mucho tiempo! Me sorprendiste mucho y eso es ya decir bastante. Felicitaciones.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy bueno Gerardo, me gustó mucho como pintas las diferentes imagenes que van apareciendo en el cuento.
ResponderEliminarSolamente hay algunas comas que le ponen pausa a la lectura fluida y que creo que no hacen falta. La mayoría estan en el párrafo que inicia con "Don Chencho decidió hasta el momento de su muerte, el destino del pueblo:"
Por lo demás me parece muy bueno en realidad.
Estoy de acuerdo con Olga. Este es tu mejor cuento. Muy bien logrados los personajes.
ResponderEliminarLo he leído, me gusto, me suena a real, factible y por que no decirlo, basado en hechos reales.
ResponderEliminar