El objeto de su afecto
(Por Nicté Walls)
Escuchó sus pasos en la cocina, no quería asomarse pero tenía clara en la mente su imagen, con ese ritmo perfecto y veloz que imponía a la paleta en la olla.
Imaginó sus gestos cuando corregía la sazón, agitando el salero y girando el pimentero o buscando entre los innumerables frascos de especies los adecuados para esa comida en especial. Su rostro mostraba agrado o desaprobación al probarla y comprobar que se había convertido en una obra de arte perfecta y deliciosa.
No pudo evitar asomarse a la puerta y descubrir su sonrisa, esa sonrisa mágica con una chispa en los ojos que también se veía en el rostro de su hijo.
Notó los cambios en su cuerpo, las marcas del tiempo y tuvo que admitir que éste no pasaba en vano. Pero lo demás permanecía: esas mariposas en el estómago que no habían huído con los años, ese deseo que no moría y que se acrecentaba al acercarse y percibir su aroma.
El niño entró corriendo y entonces los vio abrazados, el gesto de ternura con que recibía al chico y preguntaba “¿querés comer ya?, esto quedó delicioso”.
El niño asintió y entonces se levantó de la silla para ir por los platos. Lo vio de nuevo servir la comida con un gesto de satisfacción y supo, como lo había sabido todos estos años, que ese hombre era con quien debía estar.
Imaginó sus gestos cuando corregía la sazón, agitando el salero y girando el pimentero o buscando entre los innumerables frascos de especies los adecuados para esa comida en especial. Su rostro mostraba agrado o desaprobación al probarla y comprobar que se había convertido en una obra de arte perfecta y deliciosa.
No pudo evitar asomarse a la puerta y descubrir su sonrisa, esa sonrisa mágica con una chispa en los ojos que también se veía en el rostro de su hijo.
Notó los cambios en su cuerpo, las marcas del tiempo y tuvo que admitir que éste no pasaba en vano. Pero lo demás permanecía: esas mariposas en el estómago que no habían huído con los años, ese deseo que no moría y que se acrecentaba al acercarse y percibir su aroma.
El niño entró corriendo y entonces los vio abrazados, el gesto de ternura con que recibía al chico y preguntaba “¿querés comer ya?, esto quedó delicioso”.
El niño asintió y entonces se levantó de la silla para ir por los platos. Lo vio de nuevo servir la comida con un gesto de satisfacción y supo, como lo había sabido todos estos años, que ese hombre era con quien debía estar.
Lo más tierno, no me lo esperaba de tí NIcté y como madre de dos ishtos melindrosos para comer, te digo que no hay placer más grande que finalmente me digan "qué rico mamá"...y lográs reflejar ese deseo de quedar bien con quién más uno ama.
ResponderEliminarMe gusto el cuento. Esta muy de moda que los hombres cocinen y laven los platos. En la sazón esta el secreto del bon affair. (jejeje)
ResponderEliminarNO hay romance más alto, genuino y puro que el que acontece entre la vid y los sarmientos.
ResponderEliminarMe encantó. En especial el último parrafo. Se puede tomar desde distintas formas y entre ellas la posibilidad de que "ese hombre" se refiera al papá del niño a quien ve reflejado en el.
ResponderEliminarPersonalmente me tocó mucho porque para mi ese "mood" de la cena es de lo más romántico de la vida en pareja pero cocinarle a un hijo y que disfrute de eso ha de superar toda expectativa.
El cuento está muy bien escrito, aunque no sé si me quedó claro qué fue lo que pasó; si la idea era la ambiguedad, pues está bien, pero si no, pues no...yo entendí que el hombre está cocinando para la mujer y luego el niño se acerca...¿es así? en ese caso, me pareció satisfactoriamente romántico.
ResponderEliminarPor otro lado, Manu, yo no diría, que el que los hombres hagan tareas domésticas es una moda: más bien lo pondría como un peldaño natural hacia la justicia e igualdad, luego de siglos de dominación patriarcal...
Juan, me quitaste las palabras de la boca, mejor dicho, del teclado ;-)
ResponderEliminarMe parece bien el manejo de los roles. Y sí, no se trata de modas, sino de evolución.
Personalmente no tengo ningún prejuicio de genero en cuestiones culinarias, para nada. En mi caso pues no me ha tocado arriesgar mi físico en la cocina porque me casé con una chef pero si tuviera que hacerlo en lo último que pensaría es que "no es cosa de hombres".
ResponderEliminarCreo que no entendí el cuento cuando lo leí por primera vez, ahora que leo los comentarios lo vuelvo a leer y me parece mejor todavía. Más romántico. Excelente de verdad. Una agradable sorpresa de Nicté.
Hola a todos, creo que sólo Olga pensó que la que cocinaba era la mujer, si se trataba de intentar la ambiguedad, sólo se usa el género al final. y bueno, intentar una escena menos estereotipada con la mamá en la cocina y el papá sentado (aquí la mamá se sienta a esperar la cena, o, como nunca se expresa el género femenino, pueden ser dos hombres pareja)
ResponderEliminargraaacias por los comentarios.
Ayjuela!!! lo que pasa es que ando tan traumada verdaderamente con lo melindrosa que es mi hija para comer que me proyecté...pero no le quita ni una onza de ternura.
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