Esmeralda
(Por Nicté Walls)
Una esmeralda tiene como destino ideal colgar del cuello esbelto y estilizado de una hermosa mujer…
La esmeralda de nuestra historia, se había metido en el bolsillo de un minero colombiano que sacaba los extras guardando una que otra piedrecita que luego llevaba a un joyero amigo, quien nunca le pagaba lo correcto, pero que le solucionaba por unos días para las necesidades que todos tenemos y para los extras que todos necesitamos.
El minero, al que podemos llamar Elías, encontró esta piedrecita y sintió que su futuro había cambiado. No era tan pequeña - considerando lo que se paga por kilate de esmeralda-, podemos decir que sus casi dos centímetros de diámetro eran bastante más que la media y, por lo mismo, merecían un destino ligado a la realeza.
Elías pensó que, si estuvieran en los tiempos de la colonia, aquella piedra sería el tributo ideal para un rey o un virrey o, más hacia la modernidad, cualquier militar emplazado vitaliciamente como presidente del país.
Existía un pequeño problema, verán: en la mina, precisamente porque sabían de la pérdida de pequeñas piedras, algunos días los revisaban a conciencia. Así que Elías no encontró otra solución que introducir la esmeralda en alguna cavidad que la naturaleza le había proveído y donde, estaba seguro, no iba a buscar el guardia.
Las esmeraldas son cristales de formas irregulares y bordes a veces afilados, a Elías le preocupaban los bordes cortantes del cristal, así que pasó por el dispensador de condones que, afortunadamente, alguien había colocado en los baños de la supermoderna mina más bien pensando en la seguridad sexual del personal que en ese tipo de incursiones. Esa idea estaba claramente tomada de lo que se sabía hacían los narcos colombianos para guardar la droga en estómagos de humanas y dóciles mulas... claro que tragarse la esmeralda no estaba dentro de las capacidades de Elías, era algo demasiado grande para pasar por la garganta.
Salió de la mina, no sin alguna incomodidad y buscó donde desalojar el tesoro, liberarlo de su envoltorio y… comenzó su calvario.
Verán, para poder expulsar cómodamente el artilugio, Elías tenía que haberle colocado algo, un hilo, una pita, algo para poder jalarla y evitar perderla en el largo trayecto intestinal…
Después de pujar un rato, Elías se dio cuenta que la piedra no iba a salir y comenzó a sudar frío, ¿cómo podría sacarse esa cosa del trasero? La había envuelto en dos condones y le había exprimido un sobrecito de lubricante antes de realizar la operación. Claro que no había sido únicamente esto lo que lo había hecho más fácil… bueno, eso y además el hecho que Elías jamás reconocería: había cedido hacía un par de meses a los requiebros de Jonás, un moreno trinitario que también trabajaba en la mina y que le había dado algunos pesos por dejarse iniciar en los placeres de Sodoma.
Tuvo que admitir que la incomodidad inicial había cambiado, ahora se sentía como profundamente estreñido, sudaba todavía y el frío había cambiado a un calor que se expresaba en la rubicundez de su piel.
Con una enorme vergüenza llegó a su casa y no se atrevió a contarle a su mujer, porque, además, tendría que hablarle de la experiencia con el negro y otras cosas que no tenía la menor intención de compartir con ella, le dijo, sin embargo, que necesitaba evacuar y que se sentía estreñido.
Manuela no era ninguna tonta. Hacía tiempo que presentía las delicadezas de su marido y pensó que se trataba, como la otra vez, de algún problemita de ese tipo. Suspiró pensando en las razones por las que no había encontrado más hombre que ese torpe minero, pero le alcanzaba para lo que la tradición pedía: hijos, casa, honra. Elías incluso aceptó a su hijo mayor fruto de algún desliz juvenil al que recibió con un dicho campesino “me llevo a la vaca con todo y ternerito”. De alguna manera su vida era placentera y arreglarle un laxante a ese marido extraño no era tan difícil y le daba algo de que hablar con la vecina mañana: “vea pues que el hombre vino todo estreñido y le tuve que dar esa receta que usted me dio”, pequeñas alegrías de la vida doméstica (o domesticada)
Manuela preparó un brebaje que se consideraba un buen laxante y lo acompañó con dos cucharadas soperas de aceite de oliva con sal “con eso tiene” le dijo a Elías que se tomó además dos vasos grandes de agua y se fue a la cama.
Durante toda la noche Elías tuvo muchas pesadillas: una de ellas era que la esmeralda terminaba por partirle el trasero que se convertía en una flor, “ah que estupidez la que hiciste Elías” escuchaba una voz en sus sueños, pensaba que los quinientos dólares de la esmeralda (lo más que le pagaba el joyero) los iba a terminar gastando en el médico que le cosería el trasero y no en largas tardes de libaciones con el negro o con otros amigos solidarios que le hacían más fácil la vida en ese páramo minero.
Unas enormes e infames ganas de cagar le hicieron levantarse corriendo a buscar la bacinilla de la abuela que se usaba en casos de necesidad y que a Matilde (que había leído el libro, algo extraño el gusto literario de la mujer del minero) le recordaba las de los Buendía.
Sentado en la pequeña bacinilla se sentía humillado, pujando como poseso sintió que se desprendía de su trasero una pelota enorme y respiró aliviado, no tenía que ir al hospital y la piedra había salido.
Lo primero que hizo fue revisar si había sangre, al no ver más que un pequeño hilito rojo que coloreaba la pelota blanca cubierta de heces, pensó que todo había salido bien.
Tomó la bacinilla y metió descaradamente las manos en sus propias heces, nada importaba ya más que rescatar a la esmeralda de su costra de mierda. El envoltorio de condones había resistido y Elías lo abrió para sacar la piedra y lavarla…
Adentro del envoltorio no había más que 4 fragmentos de lo que había sido la esmeralda para el turbante de un jeque y que ahora, no eran sino pedacitos para collares de quinceañera. La decepción y la risa acudieron a la garganta de Elías que se comenzó a reír como loco poseído mientras Manuela se levantaba y lo veía metiendo las manos dentro de la bacinilla y riéndose “al fin se volvió loco el minero” pensó Manuela mientras regresaba a la cama, no iba a mandar al hospital a su proveedor y compañero.
Cuando al fin terminó de reírse, Elías se levantó del suelo y se puso a lavar las piedrecitas, al final, en lugar de los 500 dólares podría obtener –pensaba él- al menos unos 25 por cada pedacito, unos cien dólares en total.
Por la tarde, mientras se tomaban unas cervezas en la cama, le contaba al Negro toda la aventura, sin omitir los sueños de miedo y la cara de Manuela cuando creyó que era un loco peligroso que se reía metiendo las manos en la mierda.
El negro le acarició la espalda baja y le recomendó perfeccionar la técnica y asegurarse de tener una piedra sin tantas fallas antes de intentarlo de nuevo “no creo que sea la mejor manera de hacerse ricos, pero si es una buena forma de dilatarte un poco, que estás bastante cerradito”.
La experiencia, no obstante, tenía algo de satisfactorio que merecía repetirse. Con lo que le pagaron por las piedras, Elías se compró un plug que podía cargar por varias horas y le cedió el honor al trinitario para que se lo colocara.
La esmeralda de nuestra historia, se había metido en el bolsillo de un minero colombiano que sacaba los extras guardando una que otra piedrecita que luego llevaba a un joyero amigo, quien nunca le pagaba lo correcto, pero que le solucionaba por unos días para las necesidades que todos tenemos y para los extras que todos necesitamos.
El minero, al que podemos llamar Elías, encontró esta piedrecita y sintió que su futuro había cambiado. No era tan pequeña - considerando lo que se paga por kilate de esmeralda-, podemos decir que sus casi dos centímetros de diámetro eran bastante más que la media y, por lo mismo, merecían un destino ligado a la realeza.
Elías pensó que, si estuvieran en los tiempos de la colonia, aquella piedra sería el tributo ideal para un rey o un virrey o, más hacia la modernidad, cualquier militar emplazado vitaliciamente como presidente del país.
Existía un pequeño problema, verán: en la mina, precisamente porque sabían de la pérdida de pequeñas piedras, algunos días los revisaban a conciencia. Así que Elías no encontró otra solución que introducir la esmeralda en alguna cavidad que la naturaleza le había proveído y donde, estaba seguro, no iba a buscar el guardia.
Las esmeraldas son cristales de formas irregulares y bordes a veces afilados, a Elías le preocupaban los bordes cortantes del cristal, así que pasó por el dispensador de condones que, afortunadamente, alguien había colocado en los baños de la supermoderna mina más bien pensando en la seguridad sexual del personal que en ese tipo de incursiones. Esa idea estaba claramente tomada de lo que se sabía hacían los narcos colombianos para guardar la droga en estómagos de humanas y dóciles mulas... claro que tragarse la esmeralda no estaba dentro de las capacidades de Elías, era algo demasiado grande para pasar por la garganta.
Salió de la mina, no sin alguna incomodidad y buscó donde desalojar el tesoro, liberarlo de su envoltorio y… comenzó su calvario.
Verán, para poder expulsar cómodamente el artilugio, Elías tenía que haberle colocado algo, un hilo, una pita, algo para poder jalarla y evitar perderla en el largo trayecto intestinal…
Después de pujar un rato, Elías se dio cuenta que la piedra no iba a salir y comenzó a sudar frío, ¿cómo podría sacarse esa cosa del trasero? La había envuelto en dos condones y le había exprimido un sobrecito de lubricante antes de realizar la operación. Claro que no había sido únicamente esto lo que lo había hecho más fácil… bueno, eso y además el hecho que Elías jamás reconocería: había cedido hacía un par de meses a los requiebros de Jonás, un moreno trinitario que también trabajaba en la mina y que le había dado algunos pesos por dejarse iniciar en los placeres de Sodoma.
Tuvo que admitir que la incomodidad inicial había cambiado, ahora se sentía como profundamente estreñido, sudaba todavía y el frío había cambiado a un calor que se expresaba en la rubicundez de su piel.
Con una enorme vergüenza llegó a su casa y no se atrevió a contarle a su mujer, porque, además, tendría que hablarle de la experiencia con el negro y otras cosas que no tenía la menor intención de compartir con ella, le dijo, sin embargo, que necesitaba evacuar y que se sentía estreñido.
Manuela no era ninguna tonta. Hacía tiempo que presentía las delicadezas de su marido y pensó que se trataba, como la otra vez, de algún problemita de ese tipo. Suspiró pensando en las razones por las que no había encontrado más hombre que ese torpe minero, pero le alcanzaba para lo que la tradición pedía: hijos, casa, honra. Elías incluso aceptó a su hijo mayor fruto de algún desliz juvenil al que recibió con un dicho campesino “me llevo a la vaca con todo y ternerito”. De alguna manera su vida era placentera y arreglarle un laxante a ese marido extraño no era tan difícil y le daba algo de que hablar con la vecina mañana: “vea pues que el hombre vino todo estreñido y le tuve que dar esa receta que usted me dio”, pequeñas alegrías de la vida doméstica (o domesticada)
Manuela preparó un brebaje que se consideraba un buen laxante y lo acompañó con dos cucharadas soperas de aceite de oliva con sal “con eso tiene” le dijo a Elías que se tomó además dos vasos grandes de agua y se fue a la cama.
Durante toda la noche Elías tuvo muchas pesadillas: una de ellas era que la esmeralda terminaba por partirle el trasero que se convertía en una flor, “ah que estupidez la que hiciste Elías” escuchaba una voz en sus sueños, pensaba que los quinientos dólares de la esmeralda (lo más que le pagaba el joyero) los iba a terminar gastando en el médico que le cosería el trasero y no en largas tardes de libaciones con el negro o con otros amigos solidarios que le hacían más fácil la vida en ese páramo minero.
Unas enormes e infames ganas de cagar le hicieron levantarse corriendo a buscar la bacinilla de la abuela que se usaba en casos de necesidad y que a Matilde (que había leído el libro, algo extraño el gusto literario de la mujer del minero) le recordaba las de los Buendía.
Sentado en la pequeña bacinilla se sentía humillado, pujando como poseso sintió que se desprendía de su trasero una pelota enorme y respiró aliviado, no tenía que ir al hospital y la piedra había salido.
Lo primero que hizo fue revisar si había sangre, al no ver más que un pequeño hilito rojo que coloreaba la pelota blanca cubierta de heces, pensó que todo había salido bien.
Tomó la bacinilla y metió descaradamente las manos en sus propias heces, nada importaba ya más que rescatar a la esmeralda de su costra de mierda. El envoltorio de condones había resistido y Elías lo abrió para sacar la piedra y lavarla…
Adentro del envoltorio no había más que 4 fragmentos de lo que había sido la esmeralda para el turbante de un jeque y que ahora, no eran sino pedacitos para collares de quinceañera. La decepción y la risa acudieron a la garganta de Elías que se comenzó a reír como loco poseído mientras Manuela se levantaba y lo veía metiendo las manos dentro de la bacinilla y riéndose “al fin se volvió loco el minero” pensó Manuela mientras regresaba a la cama, no iba a mandar al hospital a su proveedor y compañero.
Cuando al fin terminó de reírse, Elías se levantó del suelo y se puso a lavar las piedrecitas, al final, en lugar de los 500 dólares podría obtener –pensaba él- al menos unos 25 por cada pedacito, unos cien dólares en total.
Por la tarde, mientras se tomaban unas cervezas en la cama, le contaba al Negro toda la aventura, sin omitir los sueños de miedo y la cara de Manuela cuando creyó que era un loco peligroso que se reía metiendo las manos en la mierda.
El negro le acarició la espalda baja y le recomendó perfeccionar la técnica y asegurarse de tener una piedra sin tantas fallas antes de intentarlo de nuevo “no creo que sea la mejor manera de hacerse ricos, pero si es una buena forma de dilatarte un poco, que estás bastante cerradito”.
La experiencia, no obstante, tenía algo de satisfactorio que merecía repetirse. Con lo que le pagaron por las piedras, Elías se compró un plug que podía cargar por varias horas y le cedió el honor al trinitario para que se lo colocara.
Me maté de la risa porque está lleno de situaciones ilógicas (pero eso es lo que a mí me gusta). En realidad, creo que te quedaste corta en lo mágico, si uno trata de justificar algo como que en una mina van a haber dispensadores de condones suena raro. Pero si exagerás lo mágico se hace una imagen cómica y poderosa.
ResponderEliminarMe parecio bueno. No se qué más decirte...
ResponderEliminarMuy divertido y bien escrito. Yo -ojo, dije yo- le quitaría los paréntesis, personalmente no me gustan.
ResponderEliminarMate de risa, bueno, muy bueno.
ResponderEliminarNo sé, este tipo de humor no es lo mío. Pero como dice Olga, para gustos los colores.
ResponderEliminarLo bueno es que al, también citando a Olga, "To dildo or not to dildo", y al vibrador, le agregamos el plug y vamos haciendo colección de juguetes ;-)
Les vamos a mandar el link de Martesadas a los futuros psicólogos para que tengan muuucho material de estudio...entre dildos, actores porno, omnipresentes, asesinos y jefes para todos los gustos se darán un verdadero festín ¿ó no?
ResponderEliminar¿y por qué la esmeralda se partió adentro del tipo? ¿o no hay explicación y ya?
ResponderEliminarHola a todos, me moría por ver las reacciones, si es una enoooorme exageración pero, pues "pasa en las películas, pasa en la vida", Juan, las esmeraldas no son diamantes, son menos duras, ¿explicación? pues que pudo tener impurezas internas de inclusiones de roca que la hacen frágil y que la presión de la excreción pudo romperla, en realidad siempre estuvo rota, sólo que el minero no se dio cuenta
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