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Lo que el viento se llevó

Lo que el viento se llevó
(Por Orlando Gutiérrez Gross)

Desde que era niña, siempre he tenido el mismo problema, los zapatos me chiman. No sé cómo explicarlo, a través de los años, he probado diferentes hormas, diferentes marcas, precios, cualquiera que sea, me lastima. Y no es que tenga pies feos, que eso quede claro, simplemente no he encontrado mí zapatico de cenicienta. Y es que, cualquier zapato que me pusiera, me provocaba ronchitas de agua en los talones, en los dedos, en la planta. Yo medio me había acostumbrado a caminar con dolor, sin embargo, mi madre sufría al verme caminar, pues sabía que me dolían los pies. Fue así, como un día decidió que iríamos al zapatero, para que me hiciera unos zapatos a la medida, los cuales tampoco funcionaron, pero él, me dio una muy buena idea: fabricar mi propio calzado. Me di a la tarea de recolectar todas las cajas que iba viendo en la calle, para tener diferentes estilos de zapatos, mi madre, solo veía el montón de basura que yo iba acumulando, pero como tenía curiosidad de saber que era lo que yo estaba tramando, no me decía nada.

Y así, con apenas 7 años, decidí fabricar mis propios zapatos, acordándome de cómo había observado al zapatero. Después de varios intentos fallidos, llegué a la conclusión que lo más fácil, era dibujar la planta del pie en cada cartón, con eso resolvía el problema de la suela, le ponía una cubierta encima, que zurcía con hilo y aguja y ya. Pues no, tampoco funcionó. Debía de cambiar de idea, en vez de hilo, usaría cinta de tela. Abrí un hoyito en la parte delantera de la suela, por ahí metía la cinta, que me amarraría los dos primeros dedos del pie, para pasar nuevamente dicha cinta a los lados, y de esta forma me quedaban unas chancletas, con suela de cartón. Me los probé, di un par de pasos y no se soltaron. ¡Éxito! , ahora, debía de encontrar la ocasión perfecta para estrenar las chanclas.

A las tres casas de donde yo vivía, Don Manuel había puesto un cine, y nos dejaban entrar cuantas veces quisiéramos, pues éramos los hijos de doña Irma, la dueña del comedor. Así que decidí decirle a mi hermano menor, que nos fuéramos para el cine esa tarde, pretexto para estrenarme los benditos zapatos. Ese día estrenarían “Horror of Dracula” de Terence Fisher con Christopher Lee.

Mamá nos dio permiso de ir, ya que consideraba que en el cine estábamos seguros, y así ella tenía un respiro de tranquilidad. Alistó a mi hermano y yo me puse el vestido de las piñatas, de esos que tienen vuelos y llegan hasta el tobillo, con mis zapatos de cinta.

Nos fuimos para el cine con mi hermano, con la recomendación que si le daba sueño al muchachito, inmediatamente me regresara. Cuando llegamos, una de las cintas se me había soltado, así que decidí quitarme los zapatos para que no se rompieran del todo. Entramos, y agarre dos sillas, porque antes los cines no eran como los de ahora, eran cuatro paredes, sin techo, piso de tierra y con sillas plegables que uno acomodaba a su discreción, si el de adelante no te dejaba ver, pues tomabas tu silla y te movías o simplemente te le ponías adelante para que no te estorbara.

Comenzó la película, ¡tan tan tan tan! Salía un hombre con sangre en la boca, con colmillos y algo decía que no muy le entendía, cuando de repente, empieza el niño a llorar, claro, del susto. Mis problemas se multiplicaban como que fueran amebas. Ya tenía tres problemas, la chancleta medio rota, el niño lloraba del miedo y yo quería ver que más pasaba. Para no cansarlos con el cuento, como a la media hora, empecé a sentir un olor desagradable, algo familiar, ¿qué creen?, ¡mi hermanito se había cagado del miedo! Ya no eran tres problemas, eran cinco, pues se le habían unido la cagada y mi vergüenza.

- Chany, vámonos, que me hice pupú.

El niño empezó a gritar que se quería ir, que se había hecho pupú. Yo angustiada, buscaba en medio de la oscuridad mis chancletas, pero sólo una encontraba, la otra, se la había llevado el viento. Sin pensarlo dos veces, lo empecé a empujar, pues me daba asco agarrarle la mano, porque sentía que me llenaría de mierda. Descalza, corría desesperadamente, en una calle de piedrín. Sentía como los pies se me iban haciendo trizas, se me metían las piedritas, el polvo, el vestido sucio, el niño lloraba mientras caminaba rápidamente con las piernas abiertas, la cara llena de mocos, era una tragedia.

Llegamos a casa, mis pies llenos de sangre, toda sucia, el niño cagado y mocoso.

- ¡Sandra Esther! ¿Qué le hiciste al muchachito? ¿Por qué estás tan sucia?

No recuerdo muy bien que fue lo que dijo mi madre, sólo sé que me regaño fuertemente y que yo había perdido mis zapatos.

Al día siguiente, el mocoso había hecho con ayuda de mi otro hermano una cruz de madera que andaba de arriba para abajo, dormía con ella y cuando la soltaba hacia con los dos dedos índices la señal de la cruz, pues ese era el escudo que uno de los actores usó en la película para ayudarse quién sabe de qué maleficio. Estaba aterrorizado y mi madre vuelta loca, pues creía que el niño se le volvía loco y a mí dándome lástima. Desde ese día, el viento se llevó todas mis idas al cine, con zapatos incluidos.

8 comentarios:

  1. Esta historia es dedicada a mi mamá, la "Chany" con muchísimo amor!

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  2. A mi me gusto mucho, sufrí con la pobre Chany!

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  3. ¿Es de la vida real? ¿y la alergia a los zapatos se le quitó?

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  4. Me gustó la tensión que te mete porque genera dudas y dan ganas de seguirla leyendo hasta el final.

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  5. Me gustó mucho, pero me quedé con la duda de la alergia, si se le quitó o no y porqué le daba.

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  6. Hola, gracias a todos por los comentarios! No era alergia lo que tenía, simplemente los zapatos le chingaban, como cuando uno de viejo anda que los zapatos te estan matando, eso es cuando los zapatos chiman, y sí, ya se le quito o ya se acostumbró, haha. Saludos!

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